viernes, 3 de diciembre de 2021

Casa de citas / Miguel Herráez / Cortázar y "Casa tomada"


Miguel Herráez

Cortázar y "Casa tomada" 


 

Julio Cortázar / Casa tomada

BIOGRAFÍA

    
«Casa tomada» es uno de los relatos más conocidos de Cortázar y más analizado, y no lo es gratuitamente sino porque es un cuento esférico. Desde luego se encuentra a muchísima distancia de la medianía lograda con «Llama el teléfono, Delia» o «Bruja». Inaugura el Cortázar que controla sus materiales, dosifica la tensión del discurso y logra sustanciar una auténtica empatía con el lector desprovista de formalismos. Parece ser que, lejanamente, Cortázar se inspiró en la casa de unos familiares de la profesora Ernestina Yavícoli, sita en la calle Necochea, paralela a 9 de Julio, y cerrada al sur por la avenida Villarino, en Chivilcoy, para la atmósfera del relato. No obstante el escritor le confesó a Jean L. Andreu en 1967 que la localización de la casa era en un ámbito porteño: «El barrio donde ubiqué la casa era en ese entonces una zona tranquila, burguesa, familiar. Me interesaba mostrar una casa donde el silencio y el decoro de los pequeño-burgueses porteños se manifestaran en toda su decadencia un poco apolillada».
    La anécdota, ya en nada inconsistente, por el contrario suturada con un lenguaje adecuado a ese guiño fantástico muy de la querencia cortazariana de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, narra la relación de dos hermanos en una casa familiar en la que algo, algo que presiona desde el espacio exterior hacia el interior, los va cercando hasta su expulsión de dicho lugar. Si bien Cortázar siempre le negó voluntariedad instrumental propia, acabó por aceptarla como constatación a posteriori , aunque nunca asumió esa exclusiva explicación del cuento, al cual desde el principio se le aplicó una lectura simbólica sintonizada con el peronismo. Así los personajes serían sujetos invadidos por un poder arbitrario, adocenado, brutal, masificatorio, cuyo objeto no sería otro que el de cercenar la libre voluntad y la intimidad de esos personajes que representan el atributo de la Argentina del momento.
    El escritor, no obstante, siempre confesó, aun sin dejar de aceptar la posibilidad inconsciente sugerida, que el cuento había sido consecuencia directa de una pesadilla en la que él (él solo, sin hermana) se veía impelido a abandonar su casa porque un ente sin identificar o solo identificado por sonidos pero de cualquier modo espantoso, le obligaba a hacerlo. «Esa interpretación de que quizá yo estaba traduciendo mi reacción como argentino frente a lo que sucedía en la política no se puede excluir porque es perfectamente posible que yo haya tenido esa sensación que en la pesadilla se tradujo de una manera fantástica, simbólica.»
    Estamos frente al universo trabado entre fantasía y realidad. Una fantasía (lo espantoso, lo terrible) que se imbrica en la misma cotidianidad (el hermano lee libros en francés, ceba mate, e Irene teje incansable pañoletas blancas, verdes, de color lila) y que no la reversibiliza sino que la nivela. Es decir, lo fantástico no desequilibra a la realidad ni la desconyunta, lo cual sería observable en un cuento fantástico clásico, por ejemplo en la línea lovecraftiana, sino que la complementa. En él los órdenes de lo fantástico y de lo real inmediato se yuxtaponen, son impregnables, nada excluyentes, son agregados.
    En el cuento, Cortázar reproduce además uno de sus apetitos que le acompañaría toda su vida: su cariño por las casas. No por las casas en su sentido arquitectónico de diseño sino (o también) como reductos vitales, experienciales. En cierta ocasión les comentó a Marcelle y Lucienne Duprat cómo le había dolido no poder visitar por última vez la casa de un amigo en Bolívar (una casa de la calle Rivadavia) de la que este se había mudado. Y es que el escritor, que había pasado buenos momentos en dicha casa, se sentía inclinado por conservar en el recuerdo la fisonomía de aquellas casas y habitaciones en las que había sido feliz y había vivido intensamente. Unas casas en las que en la evocación volvía a subir escaleras, tocar puertas y paredes, observar cuadros y muebles, respirar sus olores, redescubrir su luz. Eso es perceptible en el cuento. Hay un placer, una fruición lenta en la plasmación de esa casa que da a Rodríguez Peña en la que hay un comedor, una sala con gobelinos, una biblioteca, cinco dormitorios, un living , un baño y una cocina en la que el hermano prepara ritualmente los almuerzos mientras Irene se encarga de los platos fríos para la noche.

Miguel Herráez
Julio Cortázar / Una biografía revisada

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