Aurora Bernárdez y Julio Cortázar Ilustración de Fernando Vicente |
Miguel Herráez
CORTÁZAR Y AURORA BERNÁRDEZ
En este período, noviembre o diciembre de 1948, se fragua en Cortázar con bastante fuerza la posibilidad de realizar un primer viaje a Europa, con una escala de dos meses en Italia y de un mes en París. El viaje, que finalmente se realizará (en él encontró a la Maga), será su pica en Flandes, pues a partir de este y su vuelta a la Argentina sus deseos orbitarán sobre la idea nostálgica de regresar a París y vivir en la capital francesa. Pero no como turista accidental sino como un habitante permanente. También en este año aparecerá en su vida Aurora Bernárdez, joven licenciada por la Universidad de Buenos Aires y futura y brillante traductora (Italo Calvino, Jean Paul Sartre, Lawrence Durrell), de ascendencia gallega, con quien el escritor compartirá sus primeras vivencias europeas.
Bernárdez, seis años más joven que él y de «nariz respingadísima», según palabras del escritor, supondrá una buena porción de coexistencia en la vida de Cortázar. Se convirtió en su primera esposa, tras su boda parisina en 1954, y fue un alma gemela. La connivencia casi mágica entre ambos llegaba hasta extremos de auténtico pasmo, de gran asombro. Vargas Llosa, que los trató a ambos en el París de los años sesenta y setenta, comenta el impacto que la presencia de ellos producía allá donde iban:
"Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás, en casa de un amigo común, en París, y desde entonces, hasta la última vez que los vi juntos, en 1967, en Grecia —donde oficiábamos los tres de traductores, en una conferencia internacional sobre algodón— nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba ver y oír conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas veces pensé: «No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan, en su casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas y esas bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual». Se pasaban los temas el uno al otro como dos consumados malabaristas y con ellos uno no se aburría nunca. La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura —que daba la impresión de ser excluyente y total— y su generosidad para con todo el mundo, y, sobre todo, los aprendices como yo. Era difícil determinar quién había leído más y mejor, y cuál de los dos decía cosas más agudas e inesperadas sobre libros y autores."
Julio y Aurora formarán desde el principio esa «pareja amorosa que sabía como nadie enriquecer constantemente su complicidad», dirá Saúl Yurkievich.
Aurora era (es) una mujer de ojos y gesto dulces, voz firme, una cara con ángel. De trato agradable y fácil, pero no facilón, por entonces quizá algo más gregaria que Julio (se movía en el círculo del poeta y traductor Alberto Girri y de otros escritores porteños, como el propio hermano de Aurora, Francisco Luis, quien a su vez sintonizaba con Mario Pinto, Ricardo Molinari, Jorge Lasco o Ernesto Arancibia), celoso siempre de su tiempo e intimidad. No obstante se integraron. Bernárdez, por encontrar una asimilación, representa la etapa del escritor menos politizado. Mejor: menos explícitamente politizado. O sea, el escritor cuyo compromiso se encuentra en la obra literaria y en su acepción perfeccionista (un perfeccionismo ya cortazariano, no formalista).
En algunos fragmentos de cartas del escritor remitidas a Francisco Porrúa, Cortázar traza emocionalmente lo que podríamos llamar un retrato de Aurora y de él mismo en esos primeros años de vino y rosas, en ese tiempo de los años parisinos ya de creciente éxito profesional del escritor:
"Del libro en sí no te digo nada. Dejémoslo hablar a él, y si salió mudo, paciencia. Pero necesito tu crítica, y sé que será como sos vos. El libro tiene un solo lector: Aurora. Por consejo suyo, traduje al español largos pasajes que en un principio había decidido dejar en inglés y francés. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final.
Aurora y yo, encastillados en nuestro granero, nos dedicamos al trabajo, a la lectura y a la audición de los cuartetos de Alban Berg y Schoenberg, aprovechando de la ventaja de que aquí no hay nadie que nos golpee el cielo raso."
De otro lado, Luis Harss, tras sus primeros encuentros, dirá de «Cortázar y su mujer, Aurora Bernárdez, que valoran la libertad sobre todas las cosas, les gusta callejear juntos al acecho de lo insólito. Frecuentan los museos de provincia, las literaturas marginales y los callejones perdidos. Detestan toda intrusión en su vida privada, evitan los círculos literarios y rara vez conceden entrevistas:preferirían no verse con nadie».
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