Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar |
Una vez más el año 1976 se fue cerrando con un viaje (Kenia), tras un período igualmente viajero (Costa Rica, Cuba, Jamaica, Guadalupe, Trinidad, Venezuela, México, Alemania…), y todo ello marcado con la presencia de Cortázar en foros internacionales de contenido más político que literario. De otro lado, su relación amorosa con Karvelis, en la que se mantuvo entre ambos siempre una sólida autonomía, había entrado en una fase de acomodación, pero ya sin el brío de años atrás y sin la inicial confabulación, posiblemente a causa de la excesiva dependencia que Karvelis manifestaba en esos años por el alcohol, motivo de marcadas tensiones entre ambos, o por el alejamiento cada vez más obvio también entre los dos. Por este tiempo, Cortázar se encontraba falto de afecto y lo buscaba allá donde se le brindaba. Por esta época, por ejemplo, mantuvo sus vínculos amorosos con la fotógrafa holandesa Manja Offerhaus, en uno de cuyos libros fotográficos de ella, Alto el Perú, colaborará el escritor con un fragmentario texto.
El carácter de Karvelis encima era más bien fuerte, lo que avivaba esos desencuentros. La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, amiga de Cortázar, sostiene las siguientes palabras, en referencia a Karvelis: «Julio quiso que yo la conociera, aunque me advirtió: “Ugné es muy celosa. Te va a odiar. Olvídate de publicar en Francia: lo va a impedir”. La velada en la que nos conocimos fue bastante penosa. Julio me había invitado a ver, en París, la representación de una de nuestras óperas favoritas, Turandot, realizada por una famosa compañía teatral de enanos y enanas (salvo la protagonista, de estatura normal). Apareció acompañado de Ugné Karvelis. La incomodidad de ambos era evidente, y pensé que Julio había tenido que ceder para evitar un conflicto. Intenté tranquilizar a Ugné, pero me di cuenta de que el problema venía de lejos y que yo era, en ese momento, solo una de las manifestaciones. No hablaron una sola palabra entre ellos, ni antes, ni después de la función, ni tampoco en la cafetería adonde fuimos luego. Hacía mucho frío esa noche, en París, y los miembros de la compañía también buscaron refugio en la cafetería, lo cual animó un poco a Julio —y a mí, todo sea dicho—, porque la tensión que había entre ellos no era nada saludable. Como casi todos los depresivos, me hice la pregunta que no tenía que hacerme: ¿qué le he hecho yo a esta mujer para que me odie? La pregunta correcta debió ser: ¿qué le ocurre a esta mujer para que me odie?».
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