miércoles, 23 de diciembre de 2020

Maggie O'Farrell / La extraña desaparición de Esme Lennox X

 



Maggie O'Farrell

La extraña desaparición de Esme Lennox 

X

—Pero no lo entiendo —interrumpe Iris—. Si es la hermana de mi abuela, mi... mi tía abuela, ¿cómo es que jamás he sabido de su existencia?
    Peter Lasdun suspira. La asistente social suspira. Ambos se miran. Llevan sentados en esa sala, en torno a esa mesa, lo que parecen horas. Lasdun ha estado explicando a Iris minuciosamente lo que llama Normas de Rutina. Incluyen Cuidados Diarios, Programas de Rehabilitación, Horarios de Salidas. Parece hablar siempre con iniciales mayúsculas. Iris se las ha arreglado para ofender a la asistente social —o Asistente Primordial, como Lasdun la llama— al confundirla con una enfermera, lo cual ha suscitado una retahíla de títulos y cualificaciones universitarias por parte de la mujer. A Iris le gustaría beber un vaso de agua, le gustaría abrir una ventana, le gustaría estar en otra parte. En cualquier otra parte.
    Peter Lasdun tarda lo suyo en alinear un expediente con el borde de la mesa.
    —¿No ha hablado de Euphemia con ningún miembro de su familia desde nuestra última conversación? —pregunta con infinita paciencia.
    —No queda nadie. Mi abuela está perdida en el mundo del alzhéimer. Mi madre está en Australia y nunca ha oído hablar de ella. Es posible que mi padre supiera algo, pero murió. —Iris juguetea con la taza de café vacía—. Todo esto parece increíble. ¿Por qué tendría que creer lo que me dicen?
    —No es raro que nuestros pacientes acaben... digamos olvidados. Euphemia lleva mucho tiempo con nosotros.
    —¿Cuánto, exactamente?
    Lasdun consulta el historial, pasando el dedo por las páginas.
    La asistente social carraspea y se inclina.
    —Sesenta años, más o menos...
    —¿Sesenta años? —casi grita Iris—. ¿Aquí? Pero ¿qué le pasa?
    Esta vez los dos se refugian en sus notas. Iris se inclina hacia delante. Se le da bastante bien leer al revés. «Trastorno de personalidad», logra descifrar, «bipolar», «electroconvulsiva». Lasdun la ve mirando y cierra de golpe el historial.
    —Euphemia ha tenido varios diagnósticos de diversos... profesionales durante su estancia en Cauldstone. Baste decir, señorita Lockhart, que mi colega y yo hemos trabajado mucho con su tía durante nuestro reciente Programa de Rehabilitación. Estamos plenamente convencidos de su docilidad y muy seguros de que puede reinsertarse en la sociedad con total garantía. —y le dedica lo que seguramente considera una sonrisa comprensiva.

    —Y supongo que esta opinión suya no guarda la menor relación con el hecho de que vayan a cerrar esto para vender los terrenos, ¿no?
    Lasdun toquetea un bote de bolígrafos. Saca dos, los pone en la mesa, los devuelve a su sitio.
    —Eso, por supuesto, es otra cuestión. La pregunta que le planteamos... —vuelve a dedicarle su voraz sonrisa— es: ¿está usted dispuesta a llevársela?
    Iris frunce el ceño.
    —¿Llevármela adónde?
    —Llevársela. Alojada.
    —¿Quiere decir conmigo? —se horroriza Iris.
    Lasdun hace un gesto vago.
    —A cualquier parte donde crea conveniente...
    —No. No puedo. Ni siquiera la conozco. No sé quién es. No puedo.
    Lasdun asiente con la cabeza con gesto cansino.
    —Ya veo.
    Al otro lado de la mesa, la asistente social está ordenando sus pilas de papeles. Él sacude algo de la cubierta del expediente.
    —Bueno, muchas gracias por su tiempo, señorita Lockhart. —Se agacha tras la mesa buscando algún objeto en el suelo. Iris ve que se trata de otro historial, con otro nombre—. Ya nos pondremos en contacto con usted si necesitamos su opinión para algún asunto en el futuro. La acompañarán a la puerta. —Hace un gesto hacia la mesa de recepción.
    Iris se inclina en la silla.
    —¿Ya está? ¿Fin de la historia?
    Lasdun abre las manos.
    —No hay más que discutir. Mi trabajo, como representante del hospital, es plantearle la cuestión, y usted ya ha contestado.
    Iris se levanta, toqueteando la cremallera del bolso. Se vuelve, da dos pasos hacia la puerta. Y se detiene.
    —¿Puedo verla?
    La asistente social frunce el ceño. Lasdun la mira sin entender.
    —¿A quién?
    Su mente ya está en el siguiente caso, la siguiente familia reticente.
    —A Euphemia.
    Él se pellizca la nariz, tuerce la muñeca para ojear el reloj. La asistente social y él se miran un instante, y la mujer se encoge de hombros.
    —Supongo —suspira Lasdun por fin—. Llamaré para que la acompañen.




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