jueves, 10 de diciembre de 2020

Casa de citas / Mark Z. Danielewski / La casa de hojas


Mark Z. Danielewski 
LA CASA DE HOJAS

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Vivía un momento muy difícil. Algunas partes del libro las escribí en 1988 y 1989; y no lo terminé hasta poco antes de entrar en imprenta, que debió de ser entre finales de 1999 y principios del año 2000. Durante ese tiempo, trabajé en todo tipo de cosas: desde camarero en una cafetería hasta gerente de un restaurante, pasando por aprendiz de fontanería. También fui profesor de inglés o responsable de sonido en alguna película; trabajé en un documental sobre Derrida, en el que me encargaba del sonido. Pero vivía continuamente atenazado por la fuerza que el libro ejercía sobre mí. Estaba lleno de dudas, no estaba seguro de si lo podría acabar en algún momento. Trabajé durante algunos años sin saber que este libro sería La casa de hojas.

No fue hasta 1993 cuando di con la idea de una casa más grande por dentro que por fuera. Fue un momento de inspiración total. Pensé que podría ser un poema, un relato corto o simplemente un pie de página. Y no fue hasta meses después cuando me di cuenta de que poco a poco mi mente había estado fraguando este libro a partir de lo que había escrito durante cuatro años. Mi inconsciente estaba tejiendo un estructura muy sencilla de la historia, que yo no había sabido reconocer pero que finalmente le dio la forma final al libro. Los primeros bocetos de personajes son los que crearon los rasgos de la familia que habita la casa.

También tenía la idea del manuscrito y la de un joven que lo encuentra y que aborda su contenido desde una perspectiva histórica. El libro estuvo muchos años haciéndose, lo que me dio la sensación de que la historia estaba predestinada. Algo que nunca pretendí, incluso cuando el libro se publicó: siempre dudé de si alguien lo iba a leer. Era demasiado complejo, demasiado experimental; quizá algunos universitarios lo iban a leer, pero al final resultó que hasta los adolescentes de 14 años lo hicieron. No te sé explicar por qué tiene tanto éxito, por qué captó la atención de tanta gente

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El libro, de hecho, va sobre el espacio físico. Cada libro está abierto a un millón de interpretaciones distintas pero, por alguna razón, esos libros no dan espacio de interacción al lector. Creo que La casa de hojas proporciona el espacio para que el lector participe en su complejidad. Parece muy obvio pero en realidad hay que decirlo abiertamente: el libro no va sobre la casa. El libro trata sobre el mundo en el que vivimos; el libro en sí lucha contra la idea del mundo en el que vivimos. Ya sea Johnny [Truant, el joven tatuador a la deriva], que lucha contra la herencia materna; ya sea Zampanò [el narrador ciego de la historia] luchando contra su propio pasado.

Todos hemos experimentado perdidas y dolor y, si a estas alturas de la vida somos tan afortunados como para no haber vivido ese dolor, sabemos que lo sufriremos en algún momento. Es parte de la vida. En este sentido, el libro no pretende dar respuesta a todo, no pretende ser un libro sagrado que defina y explique todo.

Simplemente quiere ofrecer una forma de relación con el mundo en el que vivimos. Por ejemplo, permite definir una forma de lidiar con miedos, desamores y estados anímicos bajos. Crea espacios dentro del texto que permite al lector ser parte del diálogo. La interpretación en sí misma es menos importante que el hecho de que exista un modo para que el lector pueda participar en esa conversación y pueda ser escuchado.


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Cuando se publicó fue catalogada como literatura hipster experimental, un producto de la cultura pop. Después se empezó a enseñar en universidades, a veces incluso representando exactamente lo que se explica en ‘The Navidson Record’ [el documental que nadie ha visto jamás y que articula la historia]. Por tanto, la cultura académica lo asimiló de forma natural. A veces soy muy conservador cuando pienso en el concepto de novela, por el simple hecho de que la novela puede ser un contenedor increíblemente amplio y dúctil. Puede ser como un gran estofado al que le puedes agregar cualquier ingrediente.

Llegó un momento en el que el libro comenzó a verse de cierta forma, en parte por asuntos que tenían que ver estrictamente con la logística de la industria. Como el tamaño de la estanterías, las limitaciones de la imprenta, el coste del papel, etc. Este libro presenta una serie de características muy concretas en cuanto a diseño que hay que tener en cuenta. Por lo tanto, hubo que empezar a pensar en una forma de estandarizar la edición.

Sin embargo, cualquiera que conozca de cerca la historia de los libros sabe que, mientras una novela puede ser muy aburrida en cuanto al formato, un libro de texto de economía o cocina puede presentar un diseño más rompedor o atractivo. Hay muchos tipos de libros y la novela siempre ha tenido el poder de acceder a todas estas formas pero no lo ha hecho. Es como Dorothy, de El mago de Oz, que en realidad siempre tuvo con ella los zapatos rojos, pero sólo al final es capaz de utilizarlos. Lo que yo hago es, de hecho, utilizar todos esos recursos que normalmente no se utilizan, a pesar de que siempre han estado disponibles.

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Es mi pequeño monstruo que crece y evoluciona por su cuenta. Y lo vivo con cierto orgullo paterno. Ha entablado conversaciones que yo jamás escucharé, con gente que no conozco. Al principio tienes la sensación de que controlas todas las interpretaciones e ideas que tu obra suscita entre la gente. Leía todas las críticas que se publicaban, hablaba con frecuencia e intensidad con los lectores sobre lo que estaban entendiendo… Pero después el tiempo pasa y, si tienes suerte y tu libro sigue activo en el contexto de la cultura, lo entiendes de otro modo. Interactúa de una forma con los lectores que escapa a mi control.


Mark Z. Danielewski / "La casa de hojas lucha contra la propia idea del mundo en el que vivimos"




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