lunes, 21 de diciembre de 2020

Maggie O'Farrell / La extraña desaparición de Esme Lennox II

 



Maggie O'Farrell

La extraña desaparición de Esme Lennox 

II

Iris avanza por la calle con las llaves en una mano y el café en la otra. El perro la sigue y sus uñas repiquetean en el asfalto. A través de los huecos entre los altos edificios la luz del sol forma escalones, y el agua de la lluvia nocturna se desvanece creando manchas en el suelo.
    Cruza la calle seguida del perro. Le da una patada a una lata de cerveza en la puerta de entrada, pero no sale rodando sobre la acera como ella esperaba, sino que cae de lado y vierte su contenido en la entrada de la tienda.
    —¡Maldita sea! —exclama Iris—. ¡Maldita sea, maldita sea!
    Furiosa, asesta otra patada y la lata, ahora vacía, va a parar con estrépito a la alcantarilla. Iris mira atrás un momento. Los edificios de piedra se alzan impasibles con sus hileras de ventanas reflejando la luz de la mañana. Mira al perro, que menea el rabo y lanza un débil gañido.
    —Feliz tú, que no tienes problemas.
    Tira del postigo, que retrocede sobre su riel con alarmante traqueteo. Pasa por encima del charco de cerveza y saca del buzón un fajo de cartas que va ojeando al tiempo que recorre la tienda. Facturas, facturas, extracto bancario, postal, facturas y un sobre marrón.
    Se detiene a medio camino del mostrador al ver la letra. Es pequeña, apretada, cada carácter cargado de tinta, de forma que el.corazón semicircular de la ha quedado inundado. Iris se acerca el sobre a la cara y ve que las formas han quedado grabadas en el papel. Al pasar los dedos por encima nota las marcas que ha dejado la máquina de escribir.

    Una corriente de aire frío se filtra y se enrosca en sus tobillos. Iris alza la cabeza para mirar alrededor. Los bustos sin cara para exponer sombreros la miran; un abrigo de seda que cuelga del techo oscila ligeramente debido a la brisa. Iris levanta la pestaña del sobre, que se rasga con facilidad. Desdobla la única hoja que contiene, la mira. Aunque su mente todavía está en la cerveza, en cómo va a limpiarla, en que tiene que aprender a no dar patadas a las latas por la calle, repara en las palabras «caso» y «reunión», así como en el nombre «Euphemia Lennox». Al final una firma ilegible.
    Se dispone a releerla cuando de pronto recuerda que le queda algo de detergente en la diminuta cocina de la trastienda. Mete la carta y el resto del correo en un cajón y desaparece tras una pesada cortina de terciopelo.
    Sale a la calle con una fregona y un balde de agua jabonosa. Empieza junto a la puerta, echando el agua hacia la calle. Alza la cara al cielo. Una furgoneta pasa tan cerca que la corriente de aire le agita el pelo. Un niño llora en alguna parte. El perro está en el umbral, contemplando las diminutas siluetas de la gente que cruza el puente muy por encima de ellos. A veces la calle parece tan profundamente hendida en la ciudad que es como si Iris llevara una vida subterránea. Se apoya en la fregona e inspecciona el umbral. El nombre Euphemia Lennox resurge en su mente. Seguramente será algún pedido, piensa. Suerte que decidí conservar el balde, piensa. Parece que va a llover, piensa.






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