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Fyodor Bronnikov
Que murió de melancolía
dicen sus vecinos
Y me resisto a creerlo.
Hace solo unos días
se veía feliz
trasteando el pequeño carruaje
de tablas, latas y otros cachivaches
mientras recordaba los juegos de niño
sus primos, el hermano que se batió
en la guerra de los mil días
los cuentos de su padre
el olor a papa fresca
a tierra
a cebolla.
Bajo su ruana florecía el amor
simple, sin pretensiones.
Volvían los días de largas caminatas
por los caminos de herradura
tras el eco del telégrafo
o de la bosta fresca del ganado.
Las muchachas que batían sus faldas
ondeando las montañas.
La conquista certera
la iglesia
el casorio
los hijos
el tiempo implacable
que trajo a los hijos de los hijos
con nuevas historias
y una nueva vida
exiliada del campo.
Entonces, una especie de celdas
en lugar de su amplia casa en la colina.
Unos zapatos que aprietan
y dificultan el paso libre
de sus huellas sobre la tierra húmeda
de la parcela.
Ahora pasa sus días
en el estrecho patio de ropas
de la casa de alguno de sus hijos
donde solo entran esquivos rayos de sol
y algo de nostalgia.
El abuelo habla solo
en voz alta
Saluda a sus primos,
a su hermano antes de partir para la guerra
a su padre
que regresa de largas jornadas
con azadón, hacha y machete.
Al atardecer
levantan todos sus vasijas
de barro, de vidrio o de totumo
y celebran con buena chicha
cerveza y aguardiente
hasta la pérdida total
del juicio y del conocimiento.
Su memoria
Transforma el patio de ropas
en bosques infinitos
en recurrentes sembradíos
En paso de bestias
en camino de muchachas en flor
acechadas desde los matorrales.
Una chupada profunda
a su chicote
le devuelve la imagen de la hermosa joven
con sonrisa de oro
que conquistó con una amorosa zancadilla
cerca del riachuelo.
La misma
que regresó con el tiempo
a abonar su tierra
luego de largos años
y muchos hijos compartidos.
El abuelo
no pudo haber muerto
de melancolía.
Bajo el ala de su sombrero
siguen la ruana
la arrugada cajetilla de pielroja
el tiempo intacto
y todos sus recuerdos
que le acompañan
de nuevo
y para siempre.
Para mi abuelo Ernesto Molano Celis
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