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Mon Laforte |
Mon Laforte
UNA MUJER TRISTE
He sido una mujer muy triste, realmente muy triste y lo único que sé hacer es trabajar ¿pero saben también hice durante todo este tiempo?
Triunfo Arciniegas
CARNAVAL DE VENECIA
3 de marzo de 2025
He fotografiado en años pasados los carnavales de Barranquilla, Rio de Janeiro y Veracruz. Creía que el carnaval de Venecia era imposible y aquí estoy.
Me ha costado un montón de equivocaciones, como si me estuviera preparando para la perfección de los próximos.
Esplendor y lujo. Memoria de otros siglos. Es el carnaval de una ciudad adinerada, sin la salvaje pasión del carnaval de Rio, el espectáctaculo más grande del mundo.
El carnaval de Rio es multitudinario. Son centenares los integrates de una escuela de samba. En cambio, el carnaval de Venecia es un asunto de parejas. No significa que no haya grupos, pero predomina la pareja: el hombre con máscara y antifaz, muy elegante, muy caballeroso y excesivamente adinerado, y la mujer con un traje largo y sofisticado, abundantes y ensortijados cabellos, enmascarada, por supuesto. El hombre estira el brazo para que la mujer apoye su mano en la mano del hombre. No pueden caminar abrazados debido a las ropas de la mujer. Tampoco pueden con los movimientos frenéticos de una danza. Lo que en Río es piel y desnudez, en Venecia es ropaje. Tengo que averiguar por las fiestas de los palacios, los amoríos en los callejones y las orgías.
Si hay carnaval, hay desmadre.
Si no, para qué.
Triunfo Arciniegas
Por Italia como alma en pen
2 de marzo de 2025
En el puesto de atrás un viejo ronca y, adelante, dos muchachas italianas no dejan de hablar. No sé cuál es peor. El volumen de los tres es demasiado.
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El autobús se detiene diez minutos en un Mc Donald’s, donde todo vale tres veces más. Por suerte, el baño es gratis.
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Pasamos a medianoche por Rimini, donde nació Fellini.
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Tantos lugares que uno no sabe que existen y que nunca visitará. Toda la gente que jamás conoceremos y las historias que no fuimos.
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Venecia: las rodillas de los viejos luego de los numerosos peldaños de los numerosos puentes, los adoloridos pies de las damas que insisten en usar tacones, los besos de los enamorados. El agua, tan agradecida en las fotos, embellece y distingue a Venecia.
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De pronto uno es muy viejo para volver a Venecia. Vendrán otros, con sus amores, con sus penas.
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Madruga la gente que trabaja y mantiene la extraordinaria dinámica de la ciudad. Los turistas se levantan tarde, luego del alcohol, el sexo y la comida, y se acuestan tarde, por supuesto, ebrios de dicha. Para los madrugadores es su sitio de trabajo. Pasan frente a los bellos edificios y cruzan los puentes sin admiración alguna.
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De pronto uno es demasiado viejo para salir de casa. Y sólo le resta el último viaje. El boleto ha sido comprado.
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En italiano no existe una palabra para bombero. En cambio, bordeando la poesía, dicen “vigile del fuoco”.
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Uno siempre regresa a casa cuando no es capaz de conquistador el mundo. Lo leí en alguna parte. Los romanos salían a conquistar el mundo precisamente para volver a casa. Soñaban con volver a Roma con el botín arrebatado a los pueblos sometidos, con los esclavos, con la gloria de ensanchar el imperio. Roma, la capital del mundo de ese entonces, el centro y la razón. Tanto que el exilio era el más cruel de los castigos.
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A una de las muchachas parlanchinas se le enredó el pantalón en mi bota izquierda y fue motivo de risas. Por un momento estuvimos enredados. Fuimos un solo y eterno nudo. O nido. Por desgracia, ese momento terminó. Me mira de vez en cuando. Tal vez la he mirado demasiado. Debe pensar que soy un viejo pervertido. No se equivoca.
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El Italiano de la ventanilla se baja y tomo su lugar. Más adelante viene a ocupar el mío una bella japonesa. Ni siquiera intento una conversación. ¿En qué idioma lo haría? Las estadísticas demuestran que de diez japonesas bellas ignoran el español exactamente diez. Se duerme pronto. Hasta Mestre estaré en el país de las bellas durmientes de Kawabata.
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Hace muchos años soñé que había llegado a Italia. Era redonda y con pisos que se empequeñecían a media que subían, como la torta de una fiesta con muchos invitados. Fue un despertar dulce.
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Me quedo en Mestre. Una hora después tomo el tren y llego a Venecia diez minutos después, justo a tiempo para contemplar el amanecer.
Triunfo Arcinuegas
PERDIDO
28 de febrero de 2025
Ahí estoy, en ese ojo, más perdido que el putas.
Venecia es un laberinto.
A menudo se habla de la felicidad del viaje pero no de los contratiempos: la maleta extraviada, el vuelo perdido, la reserva cancelada, las esperas en los aeropuertos, las discusiones con la gente, el taxista que se aprovecha de la situación, el cansancio, el sueño atrasado, el alma que no llega, el descontrol en que caemos cuando se abandonan las pequeñas rutinas de la vida cotidiana.
Todo es nuevo y no hay tiempo de asimilar la información, y peor cuando se viaja en otro idioma. Los locales consideran que lo suyo es fácil y práctico y lo que pasa es que llevan haciéndolo toda la vida. Uno, como viajero, apenas empieza. No solo no hay direcciones fáciles sino palabras imposibles y costumbres absurdas.
Viajar es un duro ejercicio. Se requiere salud, en primer lugar. No se viaja con la nostalgia. El hogar se queda en casa. Si uno no deja amores pendientes, mucho mejor. Lo dijo el sabio: Amor de lejos, amor de pendejos.
Antes se viajaba preguntando, ahora se acude a Google Maps y otras herramientas. Todo se hace por el celular. Yo sigo preguntando. Me gusta tratar a la gente.
Vine a Venecia hace siete años con Claudia, y fue un viaje divertido y feliz. Llegamos en tren a la estación Santa Lucía y fuimos, siguiendo la señalización, hasta la piazza San Marcos. Sin las señales todavía la estaríamos buscando la famosa piazza. Llegamos de día y nos fuimos al atardecer a Bologna sin tropiezo alguno. Un viaje feliz y pare de contar. La felicidad no es materia narrativa.
En este viaje a Venecia, en cambio, he cometido todos los errores. Y los errores cuestan tiempo y dinero. Hace tres o cuatro días, aunque había ensayado todo el recorrido, perdí el viaje: los tiquetes de ida y vuelta. Pensaba que había dos transportes diferentes: uno hasta Mestre y otro hasta Tronchetto. Pensaba que en la estación Tiburtina debía ubicar el autobús con destino a Venecia, por supuesto, y en eso me concentré. Después de haber salido del apartamento a la Piazza di Genova para llegar a la Piazzale de Lido y tomar el Maremetro hasta Piramide, donde se debe buscar la línea B con destino Rebbia y bajarse en Tiburtina con dis horas de anticipación, después de todo eso dejé pasar un bus que decía Zagrebi o algo así. Era ese. Lo supe un minuto después. La hora de salida era a las 11: 59, y exactamente a la medianoche, cuando el Itabús 2792 abandonaba Triburtina, entendí la cosa: el maldito número. Ya no había nada que hacer. Volví a hacer el recorrido en sentido inverso pero con el agravante que a esa hora ya no funcionaba el Metromare. Mediante una videollamada, Jaime me orientó para tomar el bus de los borrachos. Volví a Ostia de pie, entre parranderos y el incómodo equipaje. Hora y media, el trayecto que el Metromare cubre en media. Cuando debía estar durmiendo acercándome a Venecia, me caía de cansancio entre borrachos alebrestados que hablan entre sí como si estuvieran a cientos de metros de distancia. Un estruendoso intercambio de risas y trivialidades que no le importan a los demás. Manada de estúpidos.
Los italianos no son como esperaba. Con semejante comida, con esos quesos y esos vinos, con esos bellísimos paisajes, la música, la pintura y otras maravilla de “la dulce vita”, los imaginaba más alegres y serviciales. Los encuentro cerrados, hoscos e incluso groseros. Hacen mercado de mal genio. No les sonríen a los extraños. Se tropiezan con uno y no se disculpan.
Se amargan muy pronto. Consentidos por sus madres, se quedan como niños y luego se amargan. Sobre todo las mujeres, que envejecen mal. Me he cruzado con infinidad de criaturas bellas, pero no con una sola señora como para caer rendido. Todos fuman como locos desde la adolescencia. Otra cosa: andan en manadas, sobre todo los hombres, desde niños.
Aunque esta vez logré tomar el autobús correcto, luego de cierta angustia porque venía con “ritardo”, me equivoqué con el punto de destino. Debí escoger Tronchetto en vez de Mestre. Lo supe cuando los tiquetes ya estaban comprados. En Mestre se bajaron casi todos, dije que iba a Tronchetto pero el conductor pidió que le enseñara el tiquete y tuve que bajarme. Era la una de la madrugada y hacía un frío espantoso. ¿Qué hacer? No era más que un pinche paradero, no una estación para refugiarse. Llevaba un saco de dormir pero no había sitio para acomodarme.
Tenía la equivocada idea de que Mestre y Tronchetto estaban cerca, y marqué la ruta en el celular. Salí rumbo a Venecia como si fuese Marco Polo y media hora después o algo así supe que me había salido de la ruta. Había seguido un camino paralelo y no encontraba la forma de saltar. Tuve que devolverme. Ya me dolían las manos de tanto frío y el equipaje se hacía pesado. Vi una bicicleta abandonada y pensé que haría mi gloriosa entrada como uno más de los poderosos ciclistas colombianos. Descubrí que era eléctrica y no había manera de usarla. Seguí caminando hasta que mi falso camino se unió con la ruta marcada del celular. Encontré un largo sendero de hojas secas que en otra oportunidad hubiera fotografiado con emoción de montañero. El sendero se acabó y corrí al otro lado de la carretera antes de que me atrapara alguno de los pocos pero veloces autos que circulaban a esa hora. Seguí la vía peatonal hasta que se acabó. Atravesé la carretera, exponiéndome a los autos, hasta que encontré otros cincuenta o cien metros de vía peatonal, y al final avancé entre el breve espacio entre dos muros de metal como un ladrón. No me crucé con nadie. Ni con la policía. En algún momento quise extender el saco y tratar de dormir hasta el amanecer. Por suerte continué. Vi un paradero. Y un joven. Lo saludé y me senté a esperar el autobús. Si alguien espera en un paradero, hay un autobús. Verdad de Perogrullo. El autobús que sea. Con tal de salir de allí. Demoró unos quince o veinte minutos. Y entonces supe la enorme distancia que me hacía falta por recorrer para llegar a Venecia. Me bajé en la Piazza Tronchetto, pero no en la estación. Compré una Coca-Cola y unas papas fritas con sabor a limón en un “Indian”, una pequeña tienda, una caseta, y le pregunté al hombre cómo podía llegar a la estación Tronchetto, con la intención de pasar al baño, recargar los celulares y tal vez dormir un par de horas. Entendí sus señas y, para más certeza, marqué el destino en el celular. Me puse en camino luego de la Coca-Cola y las papas. Llegué, puede decirse que llegué, pero no encontré la puerta. Una manera elegante de decir que seguía perdido tres horas después de llegar a Mestre.
Iluminado por el Espíritu Santo, reconocí que lo importante ahora no era la estación de Tronchetto sino la exploración de Venecia. Encontré las señales que conducen a la Piazza san Marco y me imaginé que estaría allí antes del amanecer. Luego, siguendo las señales, llegaría a la estación Santa Lucía. No fue así. Perdí las señales. En Venecia uno se extravía en menos de un minutos. Calles estrechas, numerosas calles estrechas que se entretejen como una obra del demonio, y que finalizan de súbito. Hay que retroceder, buscar un puente y pasar al otro lado. El pobre Espíritu Santo me reveló que me guiara por las aguas, que avanzara hasta encontrar los causes más gruesos y en algún momento de la vida el gran canal me acogería como un pobre náufrago latinoamericano. El milagro sucedió. Alabados sean los dioses por su infinita misericordia. Vi el canal y, al otro lado, la estación Santa Lucía. Crecé el puente y amanecí en la estación. Tomé las primeras fotos e hice un recorrido sin alejarme demasiado, sin perder el punto de partida. Pero estaba demasiado cansado para salvar el día. Encontré un supermercado y con la deliciosa privisión de queso, jugo y otras delicias fui a una banca de cemento. La temperatura mejoró. En algún momento vinieron a sentarse unos jóvenes mexicanos muy bien vestidos. Conversaron con esas floridas expresiones tan propias de su país hasta que apareció un par de mujeres. Me acomodé para recuperar fuerzas y dormí por unos instances, absolutamente molido. Hice lo que pude, remendé la situación en la media de lo posible.
Me equivoqué hasta de día. Esperaba fotografiar amantes desquisiados junto a un puente o lujuriosas damas desnudas en los portables del amanecer. Pero nada. Pocos disfraces. Debo volver para el remate de domenica, lunedì e martedì. El miércoles de ceniza comienzan el arrepentimiento y los cuarenta días de abstinencia. No hay problemas ni con lo uno ni lo otro. Remordimientos no tengo. Y en cuanto a pecar, no hay con quién.
Quedaba por resolver el asunto del regreso. ¿Para qué buscar la estación de Tronchetto si debía regresar a Roma desde Mestre? Si no permitieron seguir a Tronchetto de venida , tamoco me dejarán abordar desde Mestre. ¿Y cómo llegó desde la estación Santa Lucia? Había sucedido lo que temía: el celular de los datos, el celular con mi número italiano, se quedó sin carga. No encontré sitio para remediar el problema.
Iba a donde me guiaba la intuición, una de las manifestaciones del Espíritu Santo, pero el demonio me detuvo en el muelle de un vaporeto que tal vez podría llevarme a Mestre. Lo abordé como quien se lanza al abismo. Hice un recorrido loco, bordeando la isla, una estación tras otra, hasta llegar a Lido. A última hora, me había dicho, tomo el vaporeto en sentido contrario. Vi de pronto que el vaporeto giraba y que repetía las estaciones: estábamos de regreso. Me tranquilicé. Me bajé en la misma estación donde el demonio me interrumpió el iluminado sendero del Espíritu Santo.
El Espíritu tenía razón. Vi cinco o seis autobuses estacionados y uno de ellos decía: “Stazione Mestre f / s”. Estuve a punto de besar la tierra al estilo del papa. Como aún no estoy oficialmente canonizado, me abstuve. No falta el entrometido que vaya al Vaticano con el chisme de que me las estoy dando de santo. Ya tendré tempo para desquitarme. Voy a santificar hasta el guarapo. Abordé y me mantuve alerta. Después de las dos primeras paradas, le pregunté a un muchacho para asegurarme y me dijo “next”, girando mano como si enrollara una madeja. Agregó que era de Brasil, de Rio, cuando le conté de dónde venía. “¿Copacabana?”, pregunté. Sonrió y dijo en inglés algo que no entendí. Ya tenía que bajarme. Mil gracias y adiós.
O no encontré o no existe una estación de Itabús en Mestre. Si no hay una estación. ¿dónde me siento mientras llega la hora? ¿Dónde me resguardo del frío hasta el amanecer? Estaba exactamente frente a la elegante estación del tren. Arrojando el tiquete de Itabús a la basura, pregunté cuàl era el próximo tren con destino a Roma y una mujer muy querida me respindió que en quince minutos. La pantalla le informó que no quedaba un solo puesto dusponible. 127 euros. “Y el siguiente?” Quedaba un solo puesto. 110 euros, casi medio millón de pesos colombianos, la tercera parte del salaries mínimo actual en Colombia. Lo tomé, y menos de dos horas estaba acomodado en el tercer vagón del Italo 8925 de las 17: 17 con destino a Roma / Termini. No salió a tiempo y llegó a Roma con casi media hora de retraso, pero qué elegancia, qué esplendor. Una muchacha pasó tres veces ofreciendo bebidas, galletas y frutos secos. A mi lado se sentó una Italiana mayor que estuvo estudiando durante todo el trayecto y sólo recibió agua. Y devoró un banano con arustocrática elegancia. Tal vez su cena. A su lado soy el troglotica que surgió del páramo. En el puesto de adelante venía una joven pareja. La mujer, con traje de carnaval, se enrolló sobre su puesto de tal manera que su cabeza descansó en el regazo del hombre y sus pies desnudos se apoyaron contra la ventanilla. Un velo transparente cubría sus divinas piernas. Qué imagen tan perturbadora. No pude ver su rostro.
Le hice un par de breves preguntas a la mujer mayor. Tuvo la gentileza de responderme pero no se despidió en Roma. Se levantó sin mirarne y se alejó como si nada, como si no hubiéramos compartido un extenso kilometraje. No dio oportunidad de al menos una mínima conversación. Tal vez me vio como un migrante más. Tal vez sólo quería seguir leyendo y tomando apuntes. Tal vez preparaba una conferencia. Ya no tendremos una historia. Estoy seguro de que cuando recogió la maleta ya me había olvidado para siempre.
“Acá uno es solo”, dijo mi hermano. Abel, otro immigrante colombiano, me contó el otro día: “Uno sale a la calle y con quién habla?”
Los inmigrantes se mantienen en sus pequeños círculos, hablando su propio idioma. Los italianos no les abren las puertas de su casa. Ni siquiera responden una simple pregunta en la calle.
Tampoco aceptan los pequeños favores de la cortesía. No aceptan que uno les ceda el puesto o que paguen primero en el suoermercado cuando llevan un solo producto. “No nos quieren deber nada, no quieren rebajarse”, precisa mi hermano.
28 de febrero de 2025
Philippe Louis François
LOS MUSEOS
“La gente suele ir a los museos y mirar cuatrocientos cuadros en hora y media.
Vuelven con los pies así de hinchados y van en busca de una Coca-Cola tibia para olvidar el experimento.
Los lugares donde están los cuadros se llaman pinacotecas, igual que hay lugares donde están los libros, que se llaman bibliotecas. Nadie va a una biblioteca y lee todos los libros.
Quien va a una pinacoteca, a un museo, debe ir a ver dos cuadros. Al principio, en mi opinión, incluso uno.
El que hizo el cuadro a menudo tardó dos años en hacerlo. O incluso dos meses para hacerlo... ¿Qué me da derecho a mirarlo en veinticinco segundos?
Cuando estaban en la iglesia, la gente los veía desde que nacían hasta que morían: toda su vida. ¿Y ahora tienes que verlo en un minuto mientras corres hacia el siguiente cuadro?.”
***
Philippe Louis François Daverio
(Mulhouse, 17 ottobre 1949 – Milano, 2 settembre 2020),
"Cultura no es tener el cerebro lleno de fechas, nombres o cifras, es la calidad del juicio, la exigencia lógica, el apetito por la prueba, la noción de la complejidad de las cosas y de la dificultad de los problemas, es el hábito de la duda, el discernimiento en la desconfianza, la modestia de opinión, la paciencia para ignorar, la certeza de que nunca tendremos toda la verdad, es tener la mente firme sin tenerla rígida, es estar armado contra la vaguedad y también contra la falsa precisión, es rechazar todos los fanatismos e incluso los que se basan en la razón, es sospechar de los dogmatismos oficiales pero sin beneficio para los charlatanes, es venerar el genio pero sin hacer de él un ídolo, es siempre preferir lo que es a lo que uno preferiría que fuera".
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Triunfo Arciniegas Ostia, 26 de febrero de 2025 |
Un cumpleaños plácido y sin remordimientos, con un elemental “gelato” de tres euros pero frente al mar Tirreno y a escasos treinta minutos del escándalo romano. Es una exageración, por supuesto. La vida fluye. Miles y miles de personas circulan por “la ciudad abierta” sin tropiezos.
Ostia es un lugar como para sentarse a escribir una novela, con exquisitos restaurantes a la mano y una librería espectacular, con infinitos bosques y sin perturbaciones, y una playa interminable.
No hubo más celebración.
Parece que vuelvo a los cumpleaños solitarios en inesperados lugares.
Es el final del invierno, con unos tibios días a veces, y otras con un frío moderado, con viento o lluvia.
Sólo quiero agradecer “la bondad de Los extraños”, como diría Blanche Dubois. Nunca veré en carne y hueso a la mayoría de las personas que tuvieron el bello gesto de recordar mi cumpleaños. Así es el extraño mundo que ahora vivimos.
¡Grazie mille!
Mi hermano y yo tenemos diferentes maneras enfrentar el rencor. Mientras él no se deja envenenar y permite que las cosas fluyan, yo acumulo la rabia. Vivo del rencor. Lo mantengo intacto a través de los años. Un siquiatra dirá que es el combustible de mi depresión.
Hablamos de nuestro padre y de Ramiro mientras prepara el lugar para un nuevo tatuaje. Hace unos días hizo mi firma en mi antebrazo y hoy vamos con un gato. Lo pensé siete años. Le temía al dolor. Me decidí luego de llegar a Italia y como una manera de recordar para siempre este viaje. Mientras Jaime marcaba una letra tras otra y sentía que una hojilla desgarraba mi piel, juré que nunca más me arriesgaría a otro tatuaje. Al día siguiente Jaime mencionó que un gato encima de la firma se vería maravilloso y empecé a pensarlo. Con razón dicen que los tatuajes son adictivos.
Lo decidí esta mañana es la estación Tiburtina. Como mañana viajo a Venecia, hice el recorrido para evitar un tropiezo mañana y no perder los tiquetes. A las cinco y cuarto de la madrugada estaba en la Piazza Duca di Genova, el autobús llegó dos minutos después y fui a la terminal Lido Centro. Ahí esperé el Maremetro que viene de Cristifoto Colombo y concluye treinta minutos después en Piramide, también conocida como estación San Paolo. Busqué la línea B con dirección Rebibbia y ocho estaciones después me bajé en Tiburtina. El lío es salir de una estación tan enorme. Estuve perdido unos minutos, pero al fin llegué, y más por sentido común que por conocimiento encontré el paradero de los autobuses con destino a Venecia. Estaba por salir uno para Pompeya y otro para Nápoles, y vi llegar uno de Milán. Tantos destinos pendientes. Entonces regresé a Ostia: la línea B con dirección Laurentina, y en Piramide, el Metromare. No había aclarado cuando llegué a la Piazza de Duca, donde comienza la Vía degli Aldobrandini, precisamente con el edificio donde me alojo. Fui a un chinese cercano y compré dos libretas y unas hojas para dibujar. Mi hermano Jaime seguía durmiendo. Tuve que esperar un rato para contarle que había tomado la severa decisión de otro tatuaje. Desayuné y comencé a dibujar gatos. Cuando se los mostré, Jaime buscó otros en el celular, y dos horas después de mediodía ya teníamos el gato definitivo. Hicimos almuerzo y manos a la obra.
Es una tarde tibia y plácida, un regalo del final del invierno en Ostia. Estamos a unos doscientos metros del helado Mar Tirreno. En el verano llega toda Roma a divertirse. Un hervidero de gente. Hay restaurantes y almacenes caros, hay una librería exquisita. Ahora, a través de la ventana, sólo vemos pasar viejos, solos o acompañados, muy bien trajeados, muy elegantes. Casi no se ven niños. Supongo que los demás están trabajando. No hay vendedores callejeros. No hay megáfonos ni malditas grabaciones pregonando aguacates. Nadie atormenta a los vecinos con su música. Qué deliciosa se siente la vida sin los espantosos vallenatos y el vulgar reguetón.
Le pregunto a Jaime si asistió al funeral de nuestro padre y dice que no. Nelly le avisó temprano en qué funeraria estaba el cuerpo y fue a verlo antes de que llegaran los demás. No quería encontrarse con Ramiro, la oveja negra, ni con Marta, la rezandera, una de las que fueron el motivo de una frase inmortal de mi padre: “Qué haremos, de putas a santas”. Jaime precisa que “de putas a monjas”. La idea es la misma, en todo caso. Somos una exquisita descendencia. Un sobrino arrepentido dijo que venía de una familia de artistas, borrachos y drogadictos. Qué desgraciado.
Mientras encinta el cojín que servirá de apoyabrazos, le cuento a Jaime que no fui al funeral ni a la velación, acomodado en un sofá porque no hay camilla. Lo había decidido muchos años atrás, pero esperaba que la noticia fatal me sorprendiera durante uno de mis viajes para justificar la conciencia con la distancia. No fue así. Mantuve la decisión y no me sentí mal. No me arrepiento. Dejé de querer a mi padre, déspota y borracho, cuando era niño. Ya desde la adolescencia lo evité y rara vez hablamos. Los remordimientos desaparecieron cuando leí la larga carta que Kafka le escribió a su padre. Nunca se se atrevió a entregársela. Mi padre y yo nunca tuvimos esa conversación. Nunca hubo un abrazo. En la calle fingía no conocerme. Con Jaime tuvo mucho más trato. Él y Rubén trabajaron juntos en la herrería, y mi padre terminó robándolos. La herrería, después de tantos años, sigue en manos de nuestro hermano Rubén. Alguna vez mi padre me buscó para pintarme un negocio. Quería que le sirviera de fiador de un préstame bancario. Le precisé que no se trataba de un negocio sino de un favor, y me negué. Un borracho nunca es buena paga.
“Con rencores, uno se quema”, dice Jaime. “Yo fui rebién con el man”, agrega, refiriéndose a Ramiro, la oveja negra. Me entero que lo visitaba en la cárcel. Pensé que mi padre era la única visita. Le dieron la oportunidad de reformarse en una de sus salidas y durante un breve tiempo Los tres hermanos trabajaron en la herrería. Jaime, Darío y Ramiro. Papá solamente pasaba a recoger dinero para continuar su eterna borrachera. Las cosas con Ramiro no fueron fáciles. Se comportaba con la altanería de los rufianes, desafiando la experiencia del oficio de sus hermanos, hasta que una noche se robó la herramienta de la herrería. Un robo grande. Lo echaron, por supuesto. Intentó convencer a Álvaro, otro hermano, para que condujera un camión en un asalto. Un tipo peligroso. Pasaba más tiempo en la cárcel que fuera. Él mismo decía que tenía el demonio por dentro. Intentó reconciliarse conmigo pero lo rechacé. Un hombre así, acostumbrado al dinero fácil, no vuelve al redil de la esclavitud. No tuvo una profesión ni fue a la universidad. Al final, acosado por la enfermedad, parece que mostró algún arrepentimiento, al menos con Jaime. Fue al hospital por un mal menor y le descubrieron un cáncer. Murió tres meses después. Estaba construyendo una casa en un lote que le dio la hermana rezandera. Dejó dos perros, que se quedaron con Nancy, otra hermana. No pregunto por el lote. No me importa.
Jaime prueba en mi brazo la primera de las cinco plantillas recién impresas. El gato queda demasiado pegado a la firma. Borra y prueba la segunda, que queda en su punto preciso. Alista la aguja siete, que da un trazo más delgado que la nueve, usado en la firma. Hay tres tipos de agujas: unas para línea, otras para el relleno y las demás para sombra. Lo mío es breve, sólo línea. Todo lo hace con los guantes puestos. Encinta la máquina por cuestiones de bioseguridad. Todo, menos la máquina, se desecha. Es un oficio de sangre. De arte y precisión.
Otra revelación es la complicidad de nuestro padre con Ramiro. “Llegaba con gallinas y con ajos y no le decía nada”, dice Jaime. En cambio, a Álvaro casi lo mata porque robó dulces en la tienda de un vecino. Lo colgó de una viga y lo encendió a palo. Para tales tareas mantenía a la mano un chucho de tres tiras de cuero con un mango de madera. Con un lazo amarró a Álvaro de la cintura, arrojó el lazo por encima de la viga y haló hasta que el cuerpo de nuestro hermano quedó en el aire. Y dio rienda suelta a su sadismo. “Casi lo mata”, precisa Jaime, testigo de los hechos. Y agrega que nuestra horrorizada madre llegó a proteger a Alvaro, levantando su cuerpo con ambos brazos, y mi padre la incluyó en la paliza. Sin la ayuda de mamá, tal vez Alvaro hubiera muerto. Aprisionado por el lazo o aplastado por los golpes. Jaime lo recuerda medio muerto. Es el hermano más desafortunado. Cegatón desde niño y tan terco como el abuelo Domingo. Vivió de cuidar jardines. No sé qué hará ahora, cada vez más ciego.
Todo está listo. Jaime sube el volumen al tema de Pink Floyd, “Money”, entinta la aguja en la copa y empieza a tatuar el gato. Ya lo puedo distraer con más preguntas. Me sumerjo en el delirio de la música para distraer el dolor.
El trámite avanza. Estados Unidos formalizó esta semana la solicitud de extradición de Andrés Rojas, Araña, el líder de los Comandos de la Frontera detention por agentes de la Fiscalía colombiana al final de un ciclo de diálogos con el Gobierno de Gustavo Petro en un hotel de Bogotá. Una corte de California lo pide por delitos relacionados con narcotráfico, y la solicitud ahora pasa a la Corte Suprema de Justicia. Si el concepto del alto tribunal es favorable, llegará hasta el escritorio del presidente para su firma. “Las órdenes de extradición pueden cesar si los procesos de paz demuestran avances de importancia”, ha recordado el propio Petro. Se guarda esa carta, pero Colombia ya se asomó al abismo de chocar de frente con la Administración de Donald Trump, con consecuencias potencialmente devastadoras. A pesar de que la diplomacia sudamericana consiguió solventar primera crisis, ningún país quiere quedar en la diana del magnate republicano y su garrote arancelario.
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER
Por Claudio César
22 de febrero de 2025
La insoportable levedad del ser de Milan Kundera es una novela que se desenlaza en la llamada Primavera de Praga. Acomplejado por la pregunta filosófica: ¿Qué importa más: la levedad o el peso?, el libro busca encontrar su respuesta a través de sus personajes.
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Foto de Triunfo Arciniegas |
Flaubert / Madame Bovary
Nabokov / Lolita
Joyce / Gente di Dublino / Dublinenses
Shakespeare / Macbeth
Bram Stoker / Drácula
Edgar Lee Masters / Antologia di Spoon River
Jack Kerouac / Sulla strada / En la carretera
Lewis Carroll / Alice nel paese delle meraviglie / Alicia en el país de las maravillas
Carlo Collodi / Le avventure di Pinocchio / Pinocho
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Perrault & Maria Sole Macchia / Il gato con gli stivali
Pablo Albo & Maurizio Quarello / Il Ghiottone
Margarita del Mazo & Vitali Konstantinov / Non Mangiarmi
Txabi Arnal e Cecilia Varela / Cuore di sarto
Agnés Laroche & Stéphanie Augusseau / Cosí!
Pep Bruno & Matteo Gubellini / A casa Della nonna
Jon Scieszka & Lane Smith / La vera storia del 3 porcellini
SOBRE LA VORACIDAD DEL LECTOR
Los libros han sido uno de los placeres de mi vida. Tengo en casa unos catorce mil y sigo buscando más con un hambre insaciable. Camino a Roma, me detuve un solo día en Bogotá para renovar los lentes y terminé comprando cuarenta títulos, que dejé en el hotel y no tuve tiempo de registrar. Cuarenta títulos en las tres salidas del hotel. La primera tanda fue de veintiséis, en la mañana, cuando encargué los lentes y supe que el señor de la óptica había muerto. Me atendieron sus afligidas hijas.
He frecuentado este lugar por unos veinte años. Es tanta la confianza que ni siquiera consulto en otra parte. Aunque me demorara en volver uno o más años, el finado levantaba la mirada al sentir mis pasos y decía sin la menor vacilación: “Señor Arciniegas”. ¿Cómo diablos hacía para acordarse? Nunca me aprendí su nombre. Soy el otro extremo: ni después de un año ni siquiera memoricé el apellido de mis alumnos. Llegaba a la óptica con uno o dos libros para sus nietos y me recompensaba con precios especiales. Alguna vez ni siquiera me cobró. En otra oportunidad organizó un encuentro para que los nietos conocieran al escritor. Esta vez le traía unas “muertas de amor”. Cómo es la vida. La primera y única vez que aparecí con un libro para el hombre y no para su familia, ya no estaba en este mundo. Terminé dejándoselo a una de las hijas, con quien tengo un bonito trato. La última fórmula de estos ojos míos es suya y hace unos años me recomendó un especialista del norte de la ciudad que casi me cuesta un ojo de la cara. Señalándole el regalo, le recordé la leyenda de cierto artículos: “Manténgase fuera del alcance de los niños”.
Luego compré los euros. Necesita algo más de mil euros. Caminé hasta a la avenida diecinueve, arriba de la séptima. En el primer negocio me vendían los euros a 4570. A unos pasos me los ofrecieron a 4535. Mevahorré más de medio millón de pesos, la tercera parte del nuevo salario mínimo del país del desangrado corazón.
En la segunda salida del hotel, en la tarde, luego de reclamar los lentes, sólo conseguí cuatro títulos y un morral para continuar el viaje.
En la noche, cuando fui a comprar unas medicinas que requieren de fórmula en Europa, diez títulos más. Tercera y última tanda. Tan pronto vuelva a Bogotá registraré la cosecha, guardada con este fin en una sola maleta.
Imaginé el primer día de compras romano con numerosos detalles, pero no tan bonito como se presentó. Conseguí unas botas, una chaqueta y una bufanda, porque no sólo de libros vive el hombre. Como el invierno está por acabarse, los almacenes ofrecen sus mercancías hasta con un cincuenta por ciento de rebaja. El próximo invierno vendrá con otros modelos. Para un viajero tropical de clima frío, indiferente a las estaciones y la moda, la ocasión es perfecta. La gente de tierra caliente, por las mismas razones, debe viajar a finales del verano.
Siempre he soñado con la Babel de papel, la biblioteca multilingüe, y tengo algunos de mis libros amados en varios idiomas. En otro viaje compré títulos de Kafka, los hermanos Grimm y Calvino en Bologna, y otras delicias en París, a la orilla del Sena, en los mismos territorios que Cortázar exploraba el siglo pasado. Unos pocos en Palma de Mallorca. En Barcelona, cosa rara, no visité una sola librería. El problema es el peso. Así que cada libro que uno compra es una decisión muy bien pensada.
Esta vez fui desaforado: diecisiete libros en un solo día. Dejo aparte los preciosos libros album, puerta de entrada a la lectura en cualquier idioma por la brevedad del texto y la abundancia de las ilustraciones, y me concentraré en los otros nueve títulos. Con la excepción de la novela de Kerouac, ‘En la carretera’, que no conozco bien ni he leído con fundamento, son libros amados, leídos una y otra vez en español.
‘Madame Bovary’ es tal vez el libro más importante de mi vida. Lo leí en mi adolescencia y eché a perder el resto de mi vida. En casa tengo las versiones en inglés, español, portugués y francés. Hacía falta la italiana. De ‘Madame Bovary’ he hecho siete lecturas minuciosas. Y hace mucho más de veinte años que no la he vuelto a leer. Ya es hora.
‘Dublinenses’ es mi libro favorito de Joyce, por encima de ‘Ulises’. He leído los cuentos de Joyce una y otra vez a lo largo de mi vida, traducidos al español por Guillermo Cabrera Infante, pero nunca he hecho una lectura completa de ‘Ulises’. Y esto ya no tiene remedio.
‘Macbeth’ es la obra de Shakespeare que más he leído. Hasta ahora llevo unas cinco o seis lecturas, con distinto traductor y sin repetir editorial, y la fascinación se mantiene. Tengo una traducción que es mi favorita (y, de paso, la mejor edición) pero, como estoy a diez mil kilómetros de mi biblioteca, no puedo registrar la ficha bibliográfica.
‘Dracula’ es una obra maestra, con una estructura perfecta y un manejo del suspenso envidiable, una geografía propia y unos lúgubres escenarios que marcan al lector. Pero el principal acierto es su personaje. Inmortal entre mortales e inmortal en el papel. ‘Dracula’ es un tratado de la inmortalidad, entre otras cosas. Un tratado con sangre y sombras.
¿Y Lolita? Otro personaje extraordinario. La juventud es belleza, y Lolita está incluso antes. ‘Lolita’ es una novela perversa escrita con profunda sabiduría. “Lolita, Luz de mi vida, fuego de mis entrañas…” Los dos primeros párrafos de “Lolita” no sólo son uno de los mejores inicios de una novela sino un luminoso poema de amor. Nabokov se adentra en estas páginas en la exploración “de una passione senza limite, senza controllo, senza pavura”, como afirma la solapa de la edición italiana.
‘Antologia di Spoon River’, acá en italiano e inglés, es un libro fundamental para los poetas y toda una novela en epitafios. Una idea genial. La traducción al italiano es de Letitia Ciotti Miller. Hay una, que imagino muy famosa, de Fernanda Pivano, publucada por primera vez por Einaudi en 1943.
‘Alicia en el país de las maravillas’ es un libro de merecido prestigio, citado una y otra vez, un derroche en todos los niveles: imaginación, humor, lenguaje. No he leído este disparatado libro más de dos veces y me parece raro. Uno debería sabérselo de memoria.
Y por último, ‘Pinocho’, una belleza, otro personaje extraordinario, un muñeco, un trozo de madera desconsiderado y grosero que atormenta la vida de su creador. Leí ‘Pinocho’ en casa con verdadero regocijo, reconociendo que estaba a la altura de su fama, y luego con un tercer grado de primaria, un grupo experimental, consentido, de altísimo nivel, y supe entonces que el libro era todavía mejor. Este libro debería llamarse ‘Metamorfosis’ o ‘Las transformaciones’, y es una de mis sugerencias para los lectores que ya han levantado vuelo. ‘Pinocho’ siempre merece una lectura más. Las otras sugerencias para los lectores voladores serían ‘Drácula’, ‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘La isla del Tesoro’ y ‘Los tres mosqueteros’. Aventuras bien contadas por escritores consagrados, perfecto maridaje de fondo y forma. La buena literatura también es divertida. Una alegría para el cuerpo, un bálsamo para el alma, un remedio que cicatriza las heridas.
Trastevere, Roma, 16 de febrero de 2025
Carilda Oliver
ME DESORDRNO, AMOR, ME DESORDENO
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
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Caballero, ¿se enamoraría de esta mujer? Imane Khelif dice que lo es. Mírela bien, regocíjese con su mirada, recorra sus rasgos extasiado. ¿Dormiría entrepiernado con ella? ¿Le propondría matrimonio y tendrían hijitos? ¿Le diría: “Qué linda mi mujer, tan bella mi mujer, voy va a recorrerte de pies a cabeza con esta boca mía”?
Ni por el putas.
Pero es su lengua, por supuesto, y su vida. Perdone el atrevimiento. ¿Se bañarían juntos? ¿Se imagina enjabonándola, por todas partes, derretido de amor? Desnudos y felices.
Piénselo. Le aconsejo que no tome decisiones precipitadas. Evite arrepentimientos.
Imagine que esta mujer suya se enoja y le parte lo que se llama jeta de un solo golpe.
¿Se reconcilian, se juran amor eterno hasta la próxima paliza?
No olvide que ella no juega limpio.
Feliz noche.
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Luchino Visconti
THE DAMNED
The Damned (1969), dirigida por Luchino Visconti, es una de las películas más controvertidas y visualmente sorprendentes del cine italiano. Una escalofriante y visceral representación de una familia aristocrática alemana durante el ascenso del nazismo, la película explora temas de poder, decadencia y decadencia moral. Basada en la novela Los Malditos del escritor alemán Friedrich Dürrenmatt, la historia de la película gira en torno a la familia von Essenbeck, cuyo estatus alguna vez prominente se desintegra a medida que descienden en la traición, la corrupción y la violencia.
Helmut Berger, una de las figuras líderes del cine europeo durante los años 1960 y 1970, hizo una actuación memorable y inquietante como Martin von Essenbeck, el calculador y ambicioso heredero de la fortuna familiar. El comportamiento frío y desprendido de Berger trajo un escalofriante sentido de realismo al carácter, simbolizando la decadencia social más amplia que conduciría a los horrores del régimen nazi. Su interpretación es citada a menudo como uno de sus mejores, consolidando su reputación como un actor capaz de profundizar en papeles oscuros y moralmente complejos.
Florinda Bolkan, otra destacada en la película, interpretó a un personaje clave, Sophie von Essenbeck. Su papel exploró temas de traición, supervivencia y complicidad dentro de una familia al borde del colapso. La actuación de Bolkan añade un elemento de fragilidad y tensión a la película, equilibrando la brutalidad de los personajes masculinos con sus propias luchas internas.
Visconti, conocido por su dominio del estilo cinematográfico y su crítica de la aristocracia y el fascismo, creó una película que era tan suntuosa visualmente como moralmente perturbadora. Los opulentos diseños del conjunto, combinados con la violencia visceral de la narrativa, hicieron de The Damned un comentario inolvidable sobre la fragilidad de la sociedad y el compromiso moral de los individuos en tiempos de crisi nacional.
HISTORICAL AMERICA / FACEBOOK
Juan Cruz
SECRETO Y PASIÓN DE LA LITERATURA
Esta obra es una semblanza luminosa y apasionada de una larga serie de autores imprescindibles de la narrativa hispanoamericana de las últimas décadas. En sus páginas se suceden las anécdotas, historias, declaraciones, entrevistas en profundidad y retratos de escritores de la talla de Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Almudena Grandes, José Manuel Caballero Bonald, Fernando Aramburu, Antonio Orejudo, Rafael Reig, Juan Carlos Onetti, Leonardo Padura, Jorge Semprún o Cristina Fernández Cubas, a los que se suman también perfiles impagables de escritores como Susan Sontag o Günter Grass.
Juan Cruz Ruiz, uno de los mayores y más reconocidos periodistas culturales en lengua española, pudo conocerlos, tratarlos y entrevistarlos repetidas veces, lo que le ha permitido trazar este brillante fresco de la reciente vida literaria española e hispanoamericana.
TUSQUETS
Humor
LOS LENTES
Un señor se fue de viaje y sabiendo que su novia necesitaba unos lentes, entró en una óptica para ver si encontraba unos bonitos y baratos.
Después de ver unos cuantos, se decidió por unos y se los compró. La empleada se los envolvió, pagó la cuenta pero, al marcharse, en lugar de llevarse el paquete con los lentes, agarró otro muy parecido que había al lado.
El paquete contenía unos calzones que una clienta de la óptica acababa de comprarse en otra tienda.
El señor no se dio cuenta de la equivocación, se fue directamente a la oficina de correos y le envió el paquete a su novia, junto con una carta.
La novia al recibirlo se quedó extrañadísima con el contenido así que abrió la carta y leyó.
Querida Marta:
Espero que te guste el regalo que te envío, sobre todo por la falta que te hacen, ya que llevas mucho tiempo usando los mismos y éstos son cosas que se deben cambiar de vez en cuando.
Espero haber acertado con el modelo. La encargada de la tienda me dijo que era la última moda, de hecho me enseñó los suyos y eran iguales.
Yo, para comprobar si eran ligeros, me los probé allí mismo. No sabes como se rió la muchacha, porque esos modelos femeninos en los hombres se ven comiquísimos, y más a mí, que sabes que tengo unos rasgos muy prominentes.
Una chica que había allí me ayudó también a decidir. Me los pidió, se quitó los suyos y se los puso para que yo pudiera ver el efecto.
A esta chica le lucían menos que a la empleada de la tienda, porque el pelo se los tapaba un poco por los lados, pero aún así, me pareció que le favorecían muchísimo.
Finalmente me decidí y te los compré. Póntelos y se los enseñas a tus padres, hermanos y, en fin, a todo el mundo, a ver qué dicen.
Ah, y ojalá no te queden muy grandes, no sea que se te caigan cuando vayas caminando.
Para que te sean útiles y resulten más bonitos, me han aconsejado que los limpies muy a menudo.
Llévalos con cuidado y, sobre todo, no vayas a dejarlos por ahí y los pierdas, tú tienes la costumbre de quitártelos en cualquier parte.
En fin, para que te voy a decir más... Estoy deseando vértelos puestos, porque se que te van a quedar mucho mejor que los que le vi a tu hermana.
Javier Bardem / No Country for Old Men
Cuando los hermanos Coen intentaron convencer a Javier Bardem de interpretar el papel de Anton Chigurh, él respondió honestamente: 'No sé conducir, hablo un inglés pobre y odio la violencia.' Ellos le respondieron que precisamente esas tres características eran la razón por la que lo habían elegido.*
*Los hermanos Coen no querían a alguien que amara la violencia o que mostrara alguna manifestación de ella, ya que el objetivo de la película era el terror psicológico. Descubrieron en Javier algo que él mismo nunca había visto en sí mismo, hasta que terminó la película y obtuvo un éxito arrollador, tanto que fue nominado al Oscar por esta película y lo ganó.*
*A veces, la visión que los demás tienen de ti puede ser mejor que la que tienes de ti mismo, así que siempre trata de tener en cuenta las opiniones de los demás, aunque no las sigas.*
*Película: *No Country for Old Men*."*
El hogar del cine / Facebook
JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ
Sabías que el día que debía presentar sus canciones en la disquera RCA Víctor a Miguel Aceves Mejía, José Alfredo llegó muy temprano, bañado y perfumado, con el mejor traje que tenía, qué a decir verdad no era muy lucidor, con una carpeta de papel manila bajo el brazo y 9 canciones.
Inmediatamente hacen pasar a nuestro gallo a un amplio estudio, de piso blanco, paredes acolchadas, micrófonos, varias sillas y en el centro un enorme piano.
A los pocos minutos entró el mismo Miguel Aceves Mejía acompañado de don Tomás Méndez, José Alfredo no cabía en su asombro y le sudaban las manos de la emoción.
–Buenos días jovencito –le dijo Mejía
– Buenos días, don Miguel, contestó nuestro gallo.
– Es usted el que me va mostrar unas canciones nuevas? – preguntó el falsete de oro.
– Así es señor –contestó José Alfredo
– Pues arránquese, maestro, préstenle una guitarra al joven.
– No, don Miguel, es que no sé tocar guitarra – dijo nuestro gallo.
– ¿Entonces en el piano?
– No, tampoco, es que no sé tocar ningún instrumento.
– ¿Pues entonces cómo compones, criatura?
– Pues de chiflidito, dijo nuestro gallo. –A ver Tomás, acompáñalo, -En qué tono va la canción muchacho, preguntó Tomás Méndez -No sé, respondió José Alfredo,- Es bolero, ranchera, huapango, qué es? Inquirió don Tomás. –Pues tun, ta, ta, dijo nuestro gallo. –Bueno, comienza y yo te sigo, finalizó Tomás Méndez.
En ese momento José Alfredo con entonada voz dijo: Me cansé de rogarle, me cansé de decirle que yo sin ella, de pena muero. Los tun, tata de Tomás Méndez fueron convirtiendo esa maravillosa letra en una canción al agregarle música.
Esa tarde nació una de las parejas más importantes de la música mexicana, José Alfredo Jiménez, el letrista y Tomás Méndez, el músico.
EL FONÓGRAFO / Facebook
CAPITÁN
Lo encontré una mañana lluviosa, abandonado cerca de una gasolinera en la autopista. Estaba empapado, temblando y maullando desesperadamente, como si pidiera ayuda. Aparqué mi camión y me acerqué lentamente para no asustarlo. Cuando me vio, no huyó. En lugar de eso, me miró con ojos llenos de angustia y esperanza. En ese momento, supe que no podía dejarlo allí.
Lo recogí y lo coloqué en el asiento del copiloto, envolviéndolo en una manta que guardaba en la cabina. Durante el viaje, dejó de maullar y comenzó a dormirse, como si entendiera que ahora estaba a salvo. Decidí llamarlo "Capitán," un nombre perfecto para él, ya que parecía dispuesto a liderar cada nueva aventura.
Desde ese día, Capitán se ha convertido en mi fiel compañero de viaje. Cada mañana sube al tablero, su lugar favorito, donde observa el mundo pasar. A veces, se agarra al volante con sus pequeñas patas, como si estuviera conduciendo él mismo. Siempre me hace reír, y las personas que nos ven no pueden evitar sonreír o sacar fotos.
Pero Capitán no es solo un gato gracioso. Se ha convertido en una parte esencial de mi vida en la carretera. Gracias a él, mis días solitarios ahora están llenos de risas, sorpresas y compañía. Me ha enseñado que incluso los encuentros más inesperados pueden transformar nuestras vidas de manera increíble. Y todos los días me recuerda que, a veces, los actos de bondad más simples—como ayudar a una criatura necesitada—son los que tienen el mayor impacto.
El rincón de gatos y perros / Facebook
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Linda Carter |
LYNDA CARTER
En 1977, Lynda Carter estaba en la cima de su fama como la icónica Mujer Maravilla, papel que la catapultó al estrellato mundial. La serie, que se emitió de 1975 a 1979, fue un fenómeno cultural que presentó al público una superheroína que combinaba belleza, fuerza y compasión. La interpretación que hizo Carter de Diana Prince resonó entre los fanáticos, convirtiéndola en un símbolo de empoderamiento en una época en la que el papel de las mujeres en los medios y la sociedad estaba evolucionando. En el Century Plaza Hotel de Los Ángeles, un centro frecuente de eventos de Hollywood, su presencia habría sido magnética y encarnaría el glamour y el encanto de la época. El éxito de Carter en el papel de Wonder Woman marcó un momento crucial en la historia de la televisión. La serie, basada en el personaje de DC Comics creado por William Moulton Marston en 1941, celebró temas de justicia, igualdad y empoderamiento. Carter aportó profundidad y facilidad de identificación al personaje, equilibrando su fuerza superheroica con vulnerabilidad y calidez. Más allá de su papel de Wonder Woman, la influencia de Lynda Carter se extendió a la música, la moda y la filantropía. Su elegancia y belleza atemporal la convirtieron en una de las favoritas en eventos de alto perfil, donde a menudo representaba el ideal del glamour del viejo Hollywood mezclado con sensibilidades modernas. El final de la década de 1970 fue un período transformador en el entretenimiento, y la capacidad de Carter para llamar la atención con gracia y confianza la convirtió en una figura definitoria de la época. Décadas después, su interpretación sigue siendo icónica y simboliza una combinación de fuerza, feminidad y encanto atemporal que sigue inspirando.
MÚSICA Y NOSTALGIA / Facebook
Man Ray
MARCEL PROUST EN SU LECHO DE MUERTE
En 1922, el reconocido fotógrafo Man Ray capturó uno de los momentos más conmovedores de la historia literaria con su estampado en plata de gelatina titulado Marcel Proust en su lecho de muerte. Esta fotografía, que muestra al famoso escritor francés Marcel Proust, en sus últimos días, no sólo proporciona un vistazo a la la vida personal de un gigante literario, pero también ejemplifica la habilidad magistral de Man Ray para capturar la esencia de sus súbditos. Proust, mejor conocido por su monumental trabajo en busca del tiempo perdido ( À la recherche du temps perdu), había influenciado profundamente la literatura con su exploración de la memoria, el tiempo y la experiencia. La fotografía de Man Ray, tomada durante un tiempo en que Proust estaba gravemente enfermo, representa un testimonio de la fragilidad de la vida y del impacto indeleble del trabajo de Proust.
Man Ray, una figura icónica en los movimientos dada y surrealista, era conocido por su enfoque experimental a la fotografía y su habilidad para transformar lo mundano en algo extraordinario. Su perspectiva única y habilidad técnica le permitieron crear imágenes sorprendentes que a menudo difuminaban la línea entre las bellas artes y la fotografía comercial. Marcel Proust en su lecho de muerte es un ejemplo perfecto de esto. En lugar de simplemente documentar los momentos finales de Proust, Man Ray capturó el profundo aislamiento y la naturaleza introspectiva del escritor, elementos que también fueron temas clave en la propia escritura de Proust. A través de esta fotografía, Man Ray inmortalizó a Proust de una manera que trascendió el reino físico, centrándose en el mundo interior del escritor que había moldeado su legado literario.
La fotografía de Proust en su lecho de muerte se ha convertido desde entonces en una representación icónica de la intersección entre el arte y la literatura, un poderoso tributo visual a uno de los escritores más importantes del siglo XX. Para aquellos interesados en la historia de la fotografía y la literatura, esta imagen es un conmovedor recordatorio de cómo artistas como Man Ray fueron capaces de encapsular momentos profundos en el tiempo, ofreciendo una comprensión más profunda de las personas que fotografiaron. La muerte de Proust en 1922 marcó el fin de una era, pero a través de la lente de Man Ray, su influencia en el arte, la cultura y la literatura sigue resonando hoy. La imagen representa un testimonio del poder duradero de las palabras de Proust y de la visión de Man Ray, asegurando que sus legados permanezcan entrelazados en los anales de la historia.
REMBRANDT
Los seis hombres que portaron su féretro en octubre de 1669 y lo depositaron en una tumba sin nombre, del cementerio Westerkerk de Ámsterdam, lo hicieron por dinero. Concretamente, 20 florines y una propina para que repusieran fuerzas con unas jarras de cerveza en una taberna. Ni siquiera lo conocían.
Era Rembrandt van Rijn.
Considerado el artista más grande de los Paises Bajos, su figura trasciende la Historia del Arte para situarse en uno de los nombres más importantes en la Historia de la Civilización Occidental.
Había sido hijo de un molinero y una panadera de la ciudad de Leiden. Era una familia acomodada, y eso le abrió las puertas de la universidad, que abandonaría muy pronto para ingresar como aprendiz en varios talleres de artistas, de los que se destaca el deldibujante y pintor Jacob van Swanenburg.
Allí sobresalió por su gran habilidad para la representación de escenas bíblicas.
En Leiden en 1625, junto con su amigo el también pintor Jan Lievens, abrieron un modesto estudio, pero pronto su ciudad natal le quedó pequeña y en 1631 se instaló en Ámsterdam, en una época de oro para Holanda, cuando el país era una de las mayores potencias internacionales
Su obra fue descubierta por el estadista Constantijn Huygens, quien le ayudó a conseguir importantes encargos de la corte de La Haya. Durante ese tiempo, Rembrandt conoció a Frederik Hendrik, príncipe soberano de Orange, que se convirtió en cliente del artista hasta 1646.
Con 19 años ya tuvo su propio taller. Se adentró en el claroscuro del que fue un verdadero Maestro. Muy pronto se hizo conocido y comenzó a recibir encargos para retratar a los miembros de la poderosa burguesía Holandesa del siglo XVI.
Era la única opción posible, dado que la Iglesia Calvinista era contraria a la imaginería, y así sus modelos fueron también sus mecenas.
Su virtuosismo en el uso dramático de la iluminación, ya avanzado por Caravaggio, sumado a su increíble capacidad para reflejar emociones y contar historias, le convirtieron en el artista mejor pago de la época.
También como importante marchante de Arte, vivió en esos años una época de prosperidad económica, pero al final de sus días los reveses económicos y sus deudas, lo obligaron a subastar todas sus pertenencias: Obras, casa, colecciones de arte y hasta la tumba de su esposa Saskia. Sólo su criada Hendrickje Stoffels, permaneció a su lado.
Su Obra, es casi una biografía de éstas dos etapas en sus Autorretratos, alegres y brillantes los primeros y sombríos y profundos los segundos.
Un día cómo hoy de 1606 nacía éste genio de la Pintura de todos los tiempos y uno de los referentes Culturales más importantes de la Historia...
EL NIDO DE ALACRANES DEL GOBIERNO DE PETRO
Más que La casa de los famosos o la sala de juntas de Ecomoda, donde al menos terminaban resolviéndose las cosas, la reunión del presidente Petro con los ministros y otros poderosos en el Palacio de Nariño es un nido de alacranes. Se sacan en directo los trapos y ojalá lo hagan con mayor descaro en el futuro para que se conozcan los guardados. Se llaman mentirosos y rechazan los recientes nombramientos de Sarabia y Benedetti. Se odian. Benedetti detesta a Laura Sarabia y supongo que es correspondido. Se odian. Gustavo Bolívar no soporta a Armando Benedetti. Susana Muhamad y Augusto Rodríguez tampoco lo quieren. Y quién va a querer un alcohólico, drogadicto, corrupto y lenguaraz que salta de partido en partido según el viento que mejor sople.
La difícil relación de la canciller Laura Sarabia y la vicepresidente Francia Márquez no es de comadres sino de dos muy poderosas rivales. Sarabia es la misma que perdió millones de pesos (el Pacto Histórico se distingue por mover gruesas sumas de dinero en efectivo) de misteriosa procedencia e impreciso destino, y la otra es la misma que vuelve a casa en helicóptero, se va de luna de miel a África y naufraga con un lujoso ministerio que sirve tanto como sus academias de suajili. La misma que tanto se conmueve con el sufrimiento del pueblo. Esa misma. Producción, música dramática, por favor. La banda sonora de “Tiburón”, si es posible.
Lo bueno del Consejo de Ministros es que ahora el chisme puede sustentarse con las propias palabras de los implicados. ¿Se imaginan a Benedetti soltando en un consejo todo lo que sabe? Pie de página: “Nos hundimos todos, nos vamos presos”. Qué importa. Con tal que el rating se dispare.
Por su parte, al parecer, Petro, el que nunca agradece nada a nadie, los odia a todos. Nos recuerda al déspota Chávez humillando a sus subalternos en “Aló presidente”. A todos menos a Benedetti, la alimaña que se alimenta de secretos presidenciales, y a Laura, el poder detrás del trono hasta el momento, y no tan detrás. La riña entre Benedetti y Sarabia va para rato y, ahora que volvió del dorado exilio, la va ganando el primero: se le vio sentado junto al presidente. Cómo cambian las cosas. O, mejor, vean el pregonado cambio. Drogadicto va, drogadicto vuelve.
Da risa ver al impuntual Petro reprochándole el retraso al subalterno. Da rabia verlo culpar a sus ministros como si nada tuviera que ver. El fracaso es del Gobierno de Petro, no de tal ministro o tal otro. Pero así es Petro. A veces parece que el Gobierno fuera una cosa y él otra distinta. ¿Qué tiene este personaje en la cabeza? Sus palabras caen en el absurdo: “Me da vergüenza. El presidente es revolucionario. El Gobierno, no”. ¿Y de quién es el Gobierno?
Y a falta de ministros, ahí están Duque y Uribe o doscientos años de historia. O el imperialismo. Petro necesita con urgencia culpar a Trump de sus fracasos. Nada une más a un pueblo que un enemigo en común. Fidel Castro y Hugo Chávez lo sabían muy bien y le sacaban partido. Por eso Petro está tan empeñado en esta pelea de tigre con burro amarrado. Al final, el tigre no solo se comerá al burro sino a cincuenta millones de colombianos.
“Yo a usted lo amo, presidente”, declaró Bolívar de frente. ¿Será correspondido? ¿A quién le toca arrodillarse? ¿Quién pide la mano? Se desvanecen las luces y unos violines endulzan el ambiente. Idílicas tomas de Panamá porque “el país de la belleza” no posee escenarios dignos de tal acontecimiento. La audiencia de un país desangrado entra en trance y, mientras se encienden unas velas, por fin entiende esa cosa de “la política del amor”,
Nos vamos a comerciales.
4 de febrero de 2025