"Piranesi", la segunda novela de Susanna Clarke
Mariana Enríquez
Susanna Clarke
Pero algo pasó. Seis meses después de la publicación de Jonathan Strange, Susanna Clarke, que tenía 44 años, se desmayó durante una cena. Nada preocupante: un bajón de presión, un malestar. Pero el malestar no fue pasajero. Fue el inicio de una enfermedad crónica, un caso grave de encefalomielitis miálgica (o síndrome de fatiga crónica: para explicarlo sencillo, un cuadro muy similar al del covid prolongado) que desde entonces la mantuvo en su casa como una reclusa, a veces sin poder levantarse del sillón y mucho menos con energía para escribir. Clarke, además, estaba furiosa. “Dejé de sentirme escritora”, dijo.
Diecisiés años después, en plena pandemia, Susanna Clarke volvió con otra novela, muy distinta y muy peculiar, que recién hace pocos meses se editó en Argentina. En los años intermedios había publicado cuentos escritos antes de su enfermedad (el libro The Ladies of Grace Adieu de 2006) que no llamaron la atención. Piranesi, en cambio, resultó un éxito de menor magnitud pero por el que ganó el Women’s Prize for Literature en el Reino Unido y la devolvió apenas al mundo público, dentro de sus posibilidades. Ya había, apenas, tenido comunicación con el afuera cuando Jonathan Strange se adaptó como miniserie para la BBC. Como todos los enfermos crónicos de este síndrome, Clarke tiene mejores y peores momentos. Piranesi fue escrito en unos cuantos meses buenos.
Las primeras páginas de Piranesi son de una estudiada extravagancia. El personaje del título -no es su nombre real: no sabe cómo se llama- vive aislado en una enorme casa llena de estatuas gigantescas. Queda a orillas del mar y, con frecuencia, la inundan las mareas. Piranesi es experto en mareas así que ya no les teme. Escribe un diario que al principio parece críptico: “El Noveno Vestíbulo resulta notable puesto que en él coinciden tres grandes Escaleras. Las Paredes están revestidas en centenares de Estatuas de Mármol que ascienden, Hilera tras Hilera, hasta una altura vertiginosa”. La casa suena, en las descripciones, vacía, vasta y sombría. La compañía de Piranesi son los Muertos: hay muchos en la casa y él cuida de sus huesos, los visita, trata de darles amor. Un albatros viene de vez en cuando, o hace su nido. Están los peces que lo alimentan. Y también está el Otro, un hombre con quien se encuentra un día determinado y que intenta, con bastante hostilidad por cierto, que Piranesi lo ayude en su tarea mágica: “El Otro cree que existe cierto Conocimiento Grande y Secreto oculto en algún lugar del Mundo, un secreto que, una vez descubierto, nos dará enormes poderes”. Entre esos poderes están los esperables: la inmortalidad, la telepatía, el don de volar, la dominación de la voluntad de los otros. A el Otro la casa, que es un Mundo, no le interesa mucho. Para Piranesi es la patria y su dios” “La Hermosura de la Casa es inconmensurable; su Bondad, infinita”.
El Otro, hay que agregar para entender cómo va a desenvolverse la novela, le da a Piranesi bolsas de dormir, ropa, vitaminas, plásticos, alguna otra comida… ¿De dónde las trae, si la casa vacía es el mundo? Piranesi, hipnotizado por su soledad y su grato cautiverio, no se lo pregunta. Tampoco por qué estas visitas son esporádicas. Él es feliz con sus muertos y su laberinto: anda descalzo con restos de crustáceos como adornos en el pelo largo, un hippie medio trastornado después de demasiado LSD.
Clarke escribió Piranesi bajo varias influencias. Una de ellas es el cuento “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges, un relato donde no sólo está el laberinto sino el monstruo vencido. (Hay muchos Minotauros en la Casa). También Las crónicas de Narnia de C. S Lewis, con sus puertas a otros mundos. Pensó, claro, en Giovanni Batista Piranesi, el artista italiano del siglo XVIII que realizó más de dos mil grabados de edificios reales e imaginarios, estatuas y relieves de la época romana así como diseños originales. Y cuenta con la influencia de la Academia en el sentido de la vida estudiantil y de los académicos vanidosos y un poco líderes de secta intelectual. Piranesi cree que habita la Casa desde que existe el mundo y su forma de vida (y de pensar) no cuestiona nada. Hasta que aparece un tercer visitante. Y un cuarto. Y esa falta de memoria, o de pasado, que resulta tan misteriosa e inquietante, de a poco se va despejando. Aunque nunca del todo, porque esta novela bastante breve es un estudio sobre la soledad, sobre la identidad, sobre si a veces no es cierto ese dicho de que la ignorancia es felicidad. Uno de los epígrafes de la novela le pertenece a Laurence Arnes-Sayles. Se trata de una cita de una entrevista con el diario The Guardian en los ‘70, pero no se molesten los lectores en googlearlo: es uno de los protagonistas de Piranesi, quizá el principal, y no puede decirse mucho más sin develar demasiado sobre la segunda mitad de esta novela fascinante e inesperada, austera y ambiciosa.
En el Reino Unido, la novela también fue exitosa porque se la tomó como una metáfora del aislamiento obligatorio, pero Clarke no estuvo de acuerdo con esta interpretación. “Mientras todos se encerraban, a mí se me abría el mundo en la pantalla. Todos los que no venían a verme de pronto estaban ahí. No lo digo con resentimiento: la gente hace sus vidas y está ocupada. Pero de pronto ingresaron a mi mundo. Quizá Piranesi esté en diálogo con la época, pero esas cosas hace la Literatura. Yo misma tenía que lidiar con mi enfermedad, mi soledad e incluso mi memoria: está más cerca de esas sensaciones que de un cataclismo mundial. La verdad es que sabía el deseo del público por una continuación de Jonathan Strange, pero no podía hacerla. Así que volví a un viejo texto que había empezado en mi juventud, durante un seminario sobre Borges y que no sabía cómo seguir hasta que le encontré el cómo”.
Piranesi es una notable segunda novela. Si el enorme debut de Clarke era tan hermoso como brutal en su expansión imaginativa, éste libro es una condensación, una pregunta sobre la narrativa fantástica y sus mecanismos.
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