Maier y Munro: mujeres invisibles
Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos y niñera se convierte en fotógrafa. Estas podrían ser las dos definiciones de Alice Munro —de hecho, fue la que le dedicaron en The Vancouver Sun— y de Vivian Maier. Si no fuera por el Premio Nobel y un documental fantástico sobre quién era la autora de cientos de fotografías, estas dos mujeres serían solamente eso: un ama de casa y una niñera. Socialmente, Alice y Vivian eran mujeres invisibles: podrían ser brillantes pero estaban camufladas en la más absoluta normalidad. Y lo normal a menudo quiere decir, para los demás, mediocridad. Pero no: las siestas de sus hijas salvaron el talento de una am de casa, y la excentricidad ocultó el verdadero talento de una retratista inusual.
Alice Munro, cuya madre estaba enferma, vivía en la granja de un hombre retirado, su padre, que se había arruinado tras la Segunda Guerra Mundial. Educada para ser servicial, se ocupaba de la casa y de las labores que, entonces, eran exclusividad de las mujeres. Aunque una beca la salvó de su realidad y le permitió matricularse en la universidad, siguió anclada a la sociedad de entonces, estancada en los roles de género y la desigualdad. Con un pequeño empleo en la biblioteca, escribiendo y en la facultad de Periodismo, Munro se iba convirtiendo cada vez más en lo que acabaría siendo; pero entonces llegó el hombre. Alice conoció a James Munro, su primer marido, de quien conserva el apellido. Después de casarse y de tener rápidamente a su primera hija —tendría dos más—, lo que la beca le dio se lo quitó el matrimonio.
Segura de que su peor pecado sería llamar la atención, Munro —ama de casa, esposa y madre— aprovechaba las siestas de sus hijas para escribir relatos. Lo de escribir cuentos breves no era una firme convicción: siempre creyó que cuando sus hijas fueran mayores y tuviera más tiempo para escribir, sería novelista. Una de sus hijas comentaba cómo su madre siempre estaba preparada para atenderlas. Si estaba escribiendo y entraba en la habitación (no propia, la de la plancha) cualquiera de sus hijas, Alice apartaba lo que estuviera escribiendo para recibirlas. Como si no fuera importante, dice la hija. Pero no se detuvo ahí Alice Munro, sino que una vez casada y aceptadas ciertas normas, se convirtió en la librera de Munro’s Books.
Vivian Maier, en cambio, era una persona misteriosa, con un pasado difícil de descifrar, puesto que daba largas cuando le preguntaban por su historia. Excéntrica, un poco maniática, acumuladora de periódicos, algo estricta y dura con los niños y fotógrafa compulsiva, a nadie le contó que tenía una verdadera vocación. La niñera resultó ser una fotógrafa con muchísimo talento, pero murió sin el reconocimiento que merecía. Que lo mereciera o no es irrelevante, puesto que Vivian decidió llevarse todos sus secretos a la tumba. En el documental Finding Vivian Maier le quitan la máscara: tras comprar en una subasta los negativos de Vivian, John Maloof decide investigar sobre la vida de esta mujer.
Talento y discreción
Vivian era un personaje difícil, puesto que su actitud con los niños y con las familias con las que convivía a menudo no eran las ideales para una cuidadora. De las niñeras todos esperan que sean agradables, dulces, buenas educadoras pero firmes. Vivian era una asistenta de niños ocasional, porque lo que de verdad le interesaba era la fotografía. Sus fotos son cercanas, a pesar de ser ella bastante antisocial. Son, también, atrevidas. Los niños —ya mayores— la recuerdan como una mujer rara. Ni siquiera sus amigos de entonces la conocían bien. Tenía un ligero acento francés, pero no era francesa. Nadie entendía nada. Todo ayuda a convertir a Maier en un mito, en un misterio sin resolver. Soltera, sin hijos ni familia cercana, su único vínculo son las familias y los niños que cuida, pero lo que de verdad la mantiene en alerta es la fotografía: aunque no expone ni la muestra, sigue siendo para ella una prioridad.
Munro sí ha hablado de su vida: se sabe de sus padres, de su casa en Ontario, de su vida rural, de cómo llegó a la universidad y conoció a James Munro, de sus tres hijas y sus dos maridos. Se sabe que cuando ganó el Premio Nobel estaba durmiendo y no atendía al teléfono. Pero después de ser la librera de Munro’s Books, de las siestas de sus hijas y los relatos, de su separación… no se sabe nada. Los artículos que hablan de ella pasan de las siestas al Premio Nobel, como si en medio no hubiera un trabajo de excelencia en los relatos, como si siempre hubiera escrito durante las siestas de sus hijas. ¿Quién era Munro cuando sus hijas ya eran suficientemente mayores? Ya no sería un ama de casa con tiempo solo para los relatos. Ya no tendría niñas pequeñas ni poco tiempo para embarcarse en una novela, pero los textos lo omiten. No hay nada de Alice salvo los relatos, su casa, sus hijas, sus dos maridos… De esos años, de los años de trabajo exclusivo, nadie ha hablado. Alice Munro ha ganado el Premio Nobel y es una escritora de relatos excepcional, pero el titular se lo sigue llevando el ama de casa.
Mujeres invisibles
Lo que llama la atención de estos dos casos es cómo la prensa y la sociedad ha intentado por todos los medios devolverlas a su estado más normal. Alice es una escritora con Premio Nobel y Vivian es una fotógrafa genuina que no compartió su material con nadie. ¿Qué decimos de ellas? Que son un ama de casa y una niñera. En algunos casos el titular significa: ¿eh?, solo eran un ama de casa y una niñera. En otros: ¿eh?, se puede ser ama de casa y niñera y ser brillante. En los más retorcidos: que seas ama de casa o niñera no significa que seas nadie. En cualquiera de ellos hay un tono que no se sabe muy bien qué es lo que desprecia: no se sabe si se desprecia al ama de casa y a la niñera, o se subestima a la escritora y a la fotógrafa porque lo combinaban con asuntos femeninos.
Vivian cuidaba de niños, pero no era precisamente lo que mejor sabía hacer. Alice cuidaba de sus hijas y siempre creyó que, si les hubiera dedicado más tiempo, habrían sido más felices. Hay algo de culpabilidad en ser una cosa u otra, y en serlo a la vez. Los titulares las condenan. Cuando The Vancouver Sun escribió por primera vez un reportaje sobre una Munro muy joven, era cierto que —si lo medíamos por el tiempo dedicado— se trataba más de un ama de casa que encontraba ratos para escribir relatos que viceversa. Y con la misma medida del tiempo, Maier por supuesto era niñera, se ganaba la vida cuidando niños, pero finalmente parece que los niños no eran más que una excusa para atreverse a mezclarse con la gente, acercarse a ellos y sacarles una foto. Lo preocupante de ama de casa y niñera no es que simplifiquen el talento y la genialidad de estas dos mujeres, sino que vuelven circunstancial la literatura y la fotografía, cuando es justo al revés: lo banal en ellas eran la casa, las siestas de las hijas y cuidar de niños ajenos.
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