lunes, 28 de julio de 2025

Un libro / Se acabó el recreo, de Dario Ferrari

 




Vivir es mejor que el recreo

La novela Se acabó el recreo (Asteroide, 2025) de Dario Ferrari (Viareggio, 1982) y traducida por Carlos Gumpert, está llamada a convertirse primero en un best-seller y, luego, con el tiempo, en una novela de culto. De culto –en particular– conservador, aunque como best-seller resulte transversal. Por fuera, tiene mucho de sátira de costumbres del siglo XXI, de enternecida denuncia de la inmadurez de los maduros y de descacharrante novela de campus. De fondo, la crítica del terrorismo de los años setenta, de la izquierda caviar, de la pedantería universitaria (de izquierdas, mientras que salva al viejo profesor católico, ojo) son ineludibles. Y más aún lo positivo: la redención del padre, la defensa de la novia tradicional y de buena familia frente al morbo de la chica malota; el amor a la verdad histórica; el enamoramiento de la literatura, el poder de las ideas auténticas, el cariño a los amigos, la oda a la adultez… No hay duda: el culto será conservador.

No obstante, como todo buen libro, tiene varias lecturas superpuestas. La más evidente, la novela de crecimiento. No es un muchacho el protagonista, sino un tipo que ha acabado la universidad y va a hacer un doctorado, pero que no se halla: «A los treinta y un años no soy muy diferente de lo que era a los veintidós, que a su vez no era muy diferente de como era a los dieciséis». Por debajo, se van tensando todas las líneas de fuerza que hemos enumerado y que, aunque me gustaría, no puedo desarrollar para no reventarles la intriga.

Sí cometeré la imprudencia de explicarles una genialidad imprescindible. Si odian los spoilers, pueden saltarse este párrafo. En la novela, el protagonista recurre a René Girard –al primer Girard de Mentira romántica y verdad novelesca– para explicar, muy bien, un súbito enamoramiento triangular. Pero, en realidad, el novelista lo hace para recordarnos a René Girard —al último Girard de Veo a Satán caer como el relámpago– para entender el verdadero meollo sacrificial de la historia. Los nombres parlantes no son mudos: un personaje no tan secundario se llama primero Barabba, esto es, Barrabás, el protoculpable que es liberado por el Inocente, y su segundo nombre será Sacrosanti, que ya evoca los efectos purificadores del rito sacrificial con un redoble de ironía.


Mientras tanto, la novela está construida con mano maestra. Aconsejaba Chéjov que, si en el primer acto de una obra sale una escopeta, hay que dispararla en el quinto acto. En Se acabó el recreo se disparan todas las escopetas con precisión de reloj. Los paralelismos entrecruzados (si me permiten el oxímoron) entre el joven que investiga y el joven investigado son iluminadores. Tal vez queda un poco precipitada la epifanía del padre del protagonista, sí, pero, como es para defender la paternidad, bien nos vale. Y algunas digresiones cultistas se hacen algo largas… como digresiones cultistas que son. Dan, sin duda, el tono universitario.

Me siento tan personalmente interpelado por esta novela que, si fuese un juicio por lo penal, tendría que recusarme. La chufla de la pedantería me toca una fibra muy íntima. Comparto su girardismo profundo. Se nota que el autor y el protagonista son de un pueblo grande de veraneo, como el mío. De hecho, su constante broma con su condición de pueblerino y provinciano me resulta profundamente familiar.


Advirtiendo de cuánto puede haber de personal en mi aplauso, lo merece por razones objetivas. Los fragmentos que recorto a continuación les pondrán sobre la pista. Ferrari ha escrito un retrato generacional de este tiempo relativista, hueco y desganado, pero uno que salva a su generación y que viene a ser un canto –silbado en voz baja como una contraseña– de esperanza.

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Al final siempre lo vadeaba todo así, prodigando mucha más energía y materia gris en entender lo que podría evitar hacer que en hacer algo. […] Lo que confirma que no hacer nada requiere a veces mucho más esfuerzo y perseverancia que hacer algo.

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[El divorcio] Sus mocosos acabarán encontrándose con un número exponencialmente creciente de padres y madres, a medida que los naturales vayan dejándose unos a otros y emparejándose otra vez para volver a dejarse y emparejarse de nuevo y así hasta el infinito, materializando por fin la utopía platónica de una comunidad en la que cada niño es hijo de todos.

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Si sale mal, me atendré a la coartada de siempre: al final siempre ganan los recomendados. […] Una de las cosas que mejor se me dan, conformarme.

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[Para escribir la tesis, le aconsejan:] Conquiste un feudo que sea inexpugnable, y quien quiera atravesarlo tendrá que pagar un impuesto: leerlo y, sobre todo, citarlo.

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No citar es un arte mucho más sutil y delicado que citar, pero no menos importante. […] El artículo académico es un insignificante apéndice de sus notas: sólo los simplones creen lo contrario.

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Con el aspecto decrépito que sólo pueden tener las cosas que fueron diseñadas para ser futuristas.

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[Se ríe de los tics académicos, por ejemplo,] reírse con jes de un chiste refinado y con jas de uno más ordinario. […] Gente que sacude la cabeza con incredulidad al darse cuenta de que su La métrica en la poesía vernácula italiana entre los siglos XIX y XX se vende menos que el último premio Strega.

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«Después del Concilio todo está permitido», dijo rabiosa Luisa Sella, que había comprendido, con la nebulosa amplitud de miras de su inculta inteligencia, que con el Concilio Vaticano II la Iglesia había renunciado a lo Sagrado, y que el mundo no tardaría en comérsela viva.

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—El exceso de teorización es malo, porque paraliza la acción.

—Está bien, pero saber si somos anarquistas o comunistas no me parece una teorización excesiva. Me parece lo básico, la verdad.

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[Tito Sella, terrorista comunista (o anarquista) tenía, en realidad, naturaleza de distributista chestertoniano] Encajaba como un guante en la vida campestre. Le gustaban los ritmos lentos, el vacío, la espera, el cansancio y esa sensación, que sintió por primera vez en su vida, de poder producir algo: no eran más que zanahorias, cebollas y tomates, y sin embargo esas zanahorias, esas cebollas y esos tomates no existían antes y no habrían existido sin su trabajo y sus cuidados.

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No podía recordar una sola ocasión en su vida en la que el término «sorpresa» hubiera acarreado algo bueno.

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[Su madre no estuvo en París de viaje de novios más de una semana, pero] lo hizo con los receptores emocionales bien abiertos para absorberlo todo, y todo se le quedó tatuado en la memoria para siempre. Yo, que pertenezco a la generación low cost, habré visitado cinco veces más ciudades europeas que ella, pero no recuerdo nada: las elijo en función de los precios, no me preparo lo que hay que ver y las recorro pensando que de todos modos volveré, así que no veo sentido a desperdiciar mi memoria.

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Una espléndida biblioteca antigua a dos pasos del Louvre donde incluso alguien como yo se siente de inmediato más inteligente nada más pisar sus umbrales.

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Yo creo que es una perversión, esa de escribir sólo para literatos estudiosos. A Homero lo entendía todo el mundo… Dante incluso parecía desaliñado, porque usaba la lengua vernácula… Hasta los analfabetos iban a ver las obras de Shakespeare… Cervantes escribió un bestseller… Crimen y castigo se publicó por capítulos como una novela por entregas. Luego, en cierto momento, alguien decidió que la literatura tenía que ser cosa de intelectuales. Y entonces se convirtió en algo burgués y masturbatorio.

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Cada vez que la escucho defender la causa de la renta universal pienso, simultáneamente, cuántas gilipolleces dice y cuánto me gustaría besarla.

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[«A veces uno se cree incompleto y es solamente joven», frase de Italo Calvino en El vizconde demediado, que el protagonista tenía colgada en su dormitorio, pero, como Se acabó el recreo es una novela de formación, su última frase reza:] A veces uno se cree joven y en cambio solamente está incompleto.


EL DEBATE

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