jueves, 10 de julio de 2025

Erica Jong / Vuelos




Erica Jong
VUELOS

Había 117 psicoanalistas en el vuelo de la Pan Am a Viena, y yo había sido paciente por lo menos de seis de ellos. Y me había casado con el séptimo. Sólo Dios sabe si era un tributo a la ineptitud de los psicos o a mi propia condición de inanalizable, pero me sentía, si es que algo sentía, más aterrorizada por volar ahora que cuando principié mis aventuras analíticas unos trece años antes.
    Mi marido me asió la mano en forma terapéutica en el momento del despegue.
    —Cielos… Como el hielo —dijo.
    Ya podía conocer los síntomas puesto que me había sostenido la mano en muchos otros vuelos. Mis dedos (de manos y pies) se hielan, el estómago me da un brinco en la caja torácica, la temperatura de la punta de mi nariz desciende al mismo nivel de la temperatura de mis dedos, mis pezones se yerguen y saludan dentro de mi sujetador (o, en este caso, vestido, puesto que no llevaba sujetador) y por un minuto de los de chillar se establece una correspondencia entre mi corazón y el motor mientras intentamos demostrar una vez más que las leyes de la aerodinámica no son las endebles supersticiones que, en el fondo de mi corazón, sé que son. Nada importan las diabólicas explicaciones del plano de sustentación que te procura la multilingüe INFORMACIÓN PARA LOS PASAJEROS de Pan Am, sucede que estoy convencida de que sólo mi propia concentración (y la de mi madre, quien parece que siempre espera que sus hijas mueran en un accidente aéreo) mantiene el pájaro en el aire. Me felicito por cada despegue coronado por el éxito, pero no de una manera muy entusiasta porque también forma parte de mi religión personal en que al momento en que uno siente excesiva confianza y se relaja sinceramente respecto al vuelo, el avión se estrella al instante. Mi divisa es vigilancia continua. Un estado de ánimo de precavido optimismo debe prevalecer. De hecho, mi estado de ánimo se puede calificar como precavido pesimismo. Muy bien, me digo, parece que ya no estamos en el suelo sino entre las nubes, pero el peligro no ha pasado. En realidad, ésta es la parcela de aire más peligrosa. En este momento mismo nos encontramos sobre la bahía de Jamaica, donde el avión se ladea y da vueltas y desaparece el cartel de «No fumar». Puede muy bien ser el lugar por el que bajemos chillando en centenares de pedazos llameantes. Por lo tanto, sigo concentrándome profundamente, ayudando al piloto (una voz muy tranquilizadora del medioeste llamado Donnelly) a que vuele este puñetero avión de 250 pasajeros. Demos gracias a Dios por su corte de pelo y su acento del centro de los Estados Unidos. Siendo yo neoyorquina, jamás confiaría en un piloto con acento de Nueva York.


Erica Jong
Miedo a volar
Círculo de Lectores, Bogotá, 1984, pp. 15-16



No hay comentarios: