lunes, 28 de julio de 2025

Un libro / Antonio Muñoz Molina / El verano de Cervantes

 



El Quijote de Muñoz Molina


Juan Antonio Tirado
19 de julio de 2025


Muñoz Molina, desde su otoño dorado, nos regala un verano con Cervantes, que es un placer para los lectores entregados a la verdadera literatura, la que nace y crece en la trastienda del tiempo, la que enamora y mata, la que se desenvuelve entre gozos y sombras, allí donde las palabras son milagros que desafían a la realidad y a su vez ayudan a limpiar de quimeras lo real, lo que duele y asombra. Hubo un ayer tan remoto, tan a la vuelta de la esquina de los días, en que el autor de El invierno en Lisboa era un niño mulero, un aceitunero de Jaén, un chaval, como tantos, como yo mismo, del hondo sur, a caballo entre una España antigua, anclada en usos casi medievales y otra en la que estudiábamos el bachillerato con la mirada puesta en un venidero día de mañana. Por aquel entonces, lejanos sesenta, Antonio Muñoz Molina jugaba a las palabras y buscaba otros mundos entre la luna de Verne y el Quijote del abuelo, ejemplar de la editorial Calleja impreso en 1881, “con su papel amarillento, que tenía un tacto y un olor de polvo de trigo, con sus tapas rústicas gastadas en los bordes, ligeramente chamuscados”. Un tesoro insólito encontrado en un baúl sin llave.

No hay libro tan desmesurado e inconmensurable como el Quijote, la historia de un ingenioso hidalgo armado caballero en las ventiscas de la imaginación, loco en sus corduras y cuerdo en sus locuras, andante y trotante por trochas y caminos de la España mágica, en contienda con molinos de viento y ejércitos imaginarios. Recuerda Muñoz Molina en su libro El verano de Cervantes que el Quijote transcurre todo en el estío, una estación que en la llanura manchega fácilmente puede alumbrar espejismos en aquel paisaje sin vegetación regado por un sol inclemente. El libro de Antonio es en sí mismo un regalo que uno lee y lee, ansioso, bulímico y deseoso de que no se acabe. Es la lectura que el escritor ha hecho después de haber leído tantas veces el original de Cervantes, y haberse interesado por las vidas del escritor. Si a la altura de 1605, cuando se publicó la primera parte del ingenioso hidalgo, o incluso en 1615, con motivo de la segunda, o un año después coincidiendo con la muerte de don Miguel, alguien hubiera aventurado que el gran escritor que traspasaría siglos e idiomas para convertirse en universal iba a ser Cervantes se hubieran reído con ganas Quevedo y Lope y al propio Cervantes le hubiera dado una risa triste, pero así de sorprendente y maravillosa es la vida y la literatura misma. Cervantes aspiró a entrar en el Parnaso, pero él mismo reconocía que la del verso no era gracia de la que le hubiera dotado el cielo, y aunque buscó fortuna en el teatro, y logró estrenar una decena de comedias, no llegó ni de lejos al éxito de Lope de Vega, que era el gran triunfador de la escena. El propio Lope, con la mala baba que se gastaban los literatos españoles de la época escribió: “No hay poeta tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote”.

"Salta a la vista que don Quijote y Cervantes son uno y lo mismo, fruto de una vida menesterosa y aventurera y de un talento literario abrumador"

Pareciera que con la criba del tiempo Cervantes habitaría ya siempre en su bien merecida gloria, pero está visto que ni siquiera después de muerto faltan quienes arremeten contra el genio de Alcalá de Henares. Un profesor emérito de la UNED, Francisco Calero, lleva años en batalla con sus molinos de viento académicos, empeñado en demostrar que Cervantes no es el verdadero autor del Quijote. En la opinión, fundamentada a través de seiscientas páginas, el profesor Calero mantiene la tesis de que la primera y la segunda parte del Quijote, así como El Quijote de Avellaneda son obra del erudito Juan Luis Vives. Sostiene Calero que un libro con la profundidad y la excelencia del Quijote es impensable que haya salido del ingenio lego de Cervantes, que tuvo una vida errante, sin tiempo para el estudio, sin nivel intelectual que haga creíble que pudo escribir páginas tan excelsas. Cree Calero que Vives, que tiene una portentosa obra ensayística, toda en latín, y que solo vivió 47 años, es autor, además de los tres quijotes, de El Lazarillo de Tormes. Talento, pues, sobrehumano el del sabio renacentista que, por cierto, murió diez años antes de nacer don Miguel, por lo cual su obra habría dormido casi un siglo en tierra de nadie hasta que no se sabe de qué manera llegó al avispado Cervantes.

Con el respeto a la erudición, y sin otras prendas que las de un cierto sentido común, me permito poner en cuestión la teoría del profesor Calero y digo que si alguien alberga alguna duda sobre la autoría del libro debe leer el ensayo de Antonio Muñoz Molina, en el que salta a la vista que don Quijote y Cervantes son uno y lo mismo, fruto de una vida menesterosa y aventurera y de un talento literario abrumador. El verano es buena época para meterse en honduras con don Quijote, Sancho, Dulcinea, el barbero, el cura o Sansón Carrasco, pero no hay estación que no sea propicia para aventurarse por los caminos polvorientos de la imaginación y las vidas vividas siempre al borde del abismo. El propio Muñoz Molina nos ha entregado un delicioso Quijote,delicada obra en el otoño de una vida literariamente admirable.

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Autor: Antonio Muñoz Molina. Título: El verano de Cervantes. Editorial: Seix Barral.


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