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Abelardo Castillo |
Abelardo Castillo
𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐒𝐄𝐑 𝐄𝐒𝐂𝐑𝐈𝐓𝐎𝐑
-Podrás beber, fumar o drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco o epiléptico. Lo único que se precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor con la mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.
-Un albañil puede habitar la casa que construye, decía más o menos Sartre, un sastre usar el traje que ha hecho: un escritor no puede ser lector de su propio libro. Un libro es lo que los lectores ponen en él. Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribir el libro otra vez.
- Lo mejor que se ha dicho sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.
-Podrás corregir tus textos o no corregirlos. Tolstoi escribió siete veces Guerra y Paz; Stendhal terminó La Cartuja de Parma en cincuenta y dos días. El único problema es cómo se las arregla uno para ser Tolstoi o Stendhal.
- Nadie escribió nunca un libro. Sólo se escriben borradores. Un gran escritor es el que escribe el borrador más hermoso.
-Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga.
-Los cuentistas afirman que el cuento es el género más difícil. Tampoco les creas. Sólo es más corto. El cuento es difícil únicamente para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para Cortázar, Chéjov o Hemingway también.
-No intentes ser original ni llamar la atención. Para conseguir eso no hace falta escribir cuentos o novelas, basta con salir desnudo a la calle.
-Podrás escribir: "Volvió a verla tres días más tarde", pero sólo a condición de saber perfectamente (aunque no lo digas) qué le pasó a tu personaje en esos tres días, y por qué fueron tres días y no una semana o un año.
-No es lo mismo ambigüedad que confusión. Una historia debe tener siempre un único final. Si quisiste sugerir dos o más desenlaces, esos desenlaces son un único final: se llama ambigüedad. Si nadie entiende ni medio se llama confusión.
-No describas sino lo esencial. La posición de un pie, en casi todos los casos, es más importante que el color de los zapatos.
-Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: "ahí está la ventana" que "la ventana está ahí". En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.
-En el origen del conocimiento y de la literatura está el acto de contar. La crítica de la razón pura nos cuenta lo que Kant pensaba de los límites de la razón; los versos de La Eneida, la epopeya del Lacio; el teorema de Pitágoras, el cuadrado de la hipotenusa. El hombre es el único animal que cuenta.
-Cortázar solía decir que empezaba sus cuentos sin saber a dónde iba. No le creas. En sus mejores cuentos lo sabía perfectamente, aunque no supiera que lo sabía.
-Los grandes novelistas aconsejan ignorar el final de la historia, no tener nada claro qué hará el personaje en el próximo capítulo, no atarse a un plan previo. A ellos sí podrás creerles, pero con moderación. Digamos, hasta llegar a la página 150. Más allá de eso, saber tan poco de tu propio libro ya es mera imbecilidad.
-Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
𝐀𝐛𝐞𝐥𝐚𝐫𝐝𝐨 𝐂𝐚𝐬𝐭𝐢𝐥𝐥𝐨
"𝐒𝐞𝐫 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨𝐫"
Un hermoso decálogo de consejos que tampoco conviene seguir al pie de la letra, como el mismo Abelardo advierte humorísticamente. Fue maestro de generaciones de escritores. Muy querido en su país. Genio en el manejo de la ironía, concepto que es necesario comprender para una lectura adecuada del texto.
***
"Abelardo Castillo descreía de los talleres literarios, al tiempo que dictaba el mejor taller de Buenos Aires. “¿Qué pensás que te puedo enseñar?”, me preguntó en la entrevista de admisión, después de que hubiéramos conversado durante dos horas sobre libros. Le dije que me bastaba con estar cerca, como si él fuera un árbol: algún fruto iba a caer donde yo lo pudiera tomar.
Este libro es como si alguien hubiera recolectado aquellos frutos y los hubiera colocado en un cajón de madera al alcance de todos. Frutos preciosos, como la idea de que corregir un texto implica la tarea espiritual de corregirse a uno mismo, que ser escritor es un modo de vivir, como se podía verlo en él y en su visión sobre Thomas Mann, Horacio Quiroga, Dante, Rilke, Marechal, Tolstoi y tantos otros"
Alejandra kamiya
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