domingo, 26 de enero de 2025

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Hiromi Kawakami
COMO SI FUERA 
LO MÁS FÁCIL DEL MUNDO



   Ese mes de mayo, Yukihiko me hizo suya como si fuera lo más fácil del mundo. Como el coleccionista que extiende las alas de una mariposa y la fija con alfileres a una caja. Como quien prepara delicadamente un muestrario con un insecto ya atrapado y muerto. Porque a mí ya me había atrapado. Sin siquiera habernos tocado. Sin siquiera habernos mirado.

    Si me lo hubieran dicho antes de conocerlo, me habría reído. «¿Qué tontería estás diciendo? Una no se enamora sin haber conocido suficientemente a alguien. Además, ya tengo mis años. No estoy yo para romances juveniles. Los adultos, cuando se atraen, se aproximan, notan la presencia del otro, se huelen, intercambian palabras y se tantean». Eso habría dicho entre risas. Pero ahora ya no soy capaz de reírme. Es un amor estúpido. Un amor semejante a una bestia herida y acurrucada, que está paralizada y no se puede mover. Yukihiko se adueñó de mí, me dejó herida de amor, como si fuera lo más fácil del mundo, sin armas arrojadizas, sin garras ni colmillos. ¿Cuánto pude haber temblado en ese momento? Un temblor que brotaba de mis entrañas, que emergía por la alegría de saberme atrapada por Yukihiko.

    Cuando me tocó por primera vez, con calma pero con decisión, resultó francamente violento. El resuello contenido, la ternura de sus gestos, la suavidad de su voz no lograron ocultar su violencia. Porque las bestias que se abaten sobre sus presas siempre son violentas. Las criaturas grandes se abaten sobre las criaturas más pequeñas con movimientos refinados, sin malgastar energías. Cuanto más refinadas y eficientes, más violentas son.

    «Manami». Yukihiko me llamó por mi nombre en la penumbra de la sala de reuniones. En aquella oscuridad de persianas bajadas. Yo no contesté. Me impactó que Yukihiko supiera mi nombre de pila, cuando hasta entonces siempre me había llamado por mi apellido, «Enomoto». Me impactó recordar que yo tenía un nombre. Me impactó el hecho de que mi nombre, en boca de Yukihiko por primera vez, hubiera empezado a derretirse dulcemente. El cielo despejado que había al otro lado de la ventana atravesó mi mente. Yukihiko me tumbó sobre la mesa de la sala de reuniones. Para, murmuré yo. Lo repetí varias veces. Yukihiko selló mi voz con su refinada violencia. Me hizo suya por completo.

    Mi cuerpo, mi cabeza, mi alma, todo eso era mío. Pero desde aquel día, aun siendo yo, todo mi ser le pertenecía. Desde aquel mes de mayo, un año y un mes después de haberlo conocido. A pesar de que, en realidad, es impensable que una persona pueda pertenecer a otra. Y, sin embargo, anhelaba ser suya. Había decidido que sería suya.

    Al salir de la sala, no nos encontramos a nadie en el pasillo. Yukihiko el precavido. Mis mejillas estaban ligeramente encendidas. Él llevaba la camisa impoluta, la corbata impecable, y aparentaba total serenidad. Nos separamos: yo a la izquierda, él a la derecha. Yukihiko pulsó el botón y se quedó plantado frente al ascensor. Yo abrí la puerta de acceso a las escaleras de emergencia y bajé por las escaleras metálicas. Al llegar al piso de abajo, apoyé las mejillas contra la puerta de acero. Aquella puerta gruesa y fría. Lloré un poco. Luego me toqué el pelo, comprobé que no estaba revuelto, sequé suavemente con un pañuelo la estela de lágrimas que llegaba hasta el mentón y parpadeé unas cuantas veces. Empujé la puerta de acero y me eché a caminar, pisando la moqueta beis con los zapatos de tacón.

    Yukihiko no estaba en la planta. Pasé por detrás del director del departamento, que tenía la vista puesta en unos documentos, y solté un suspiro de alivio. No entendía cómo era posible que estuviese respirando. Tampoco me explicaba cómo podía estar allí de pie. El cielo de mayo era claro y yo me había convertido en un ser inexplicable. Volví a mi escritorio y me llevé a la boca un caramelo de menta. Luego retomé tranquilamente mi trabajo.


Hiromi Kawakami , “Buenas noches”
Los amores de Nishimo
Alfaguara, Barcelona, 2917, pp. 53-55

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