viernes, 13 de marzo de 2020

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La cabeza de Stalin

Mario Vargas Llosa
LA DESAPARICIÓN DEL COMUNISMO


La desaparición del comunismo no fue obra de sus adversarios. Por el contrario, hasta la subida al poder de la señora Thatcher en el Reino Unido, de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Juan Pablo II en el Vaticano, los países occidentales se habían resignado a aquel fantasma, y lo expresó mejor que nadie el doctor Henry Kissinger, pocos meses antes de la caída del Muro, con aquella frase lapidaria: “La URSS está aquí para quedarse”. Pues, no fue así. La URSS se vino abajo sola, por su incapacidad para crear aquellos paraísos que ofrecía el marxismo de igualdad, decencia, prosperidad; sumida en la pobreza, la corrupción, la dictadura, la soplonería, y, sobre todo, como predijo Hayek en su famoso ensayo, por la imposibilidad total del sistema comunista de saber el costo de producción de mercancías en una economía que rechaza el mercado libre. Los espectadores de la maravillosa serie Chernobyl, en la que, como todos mentían en sus informes, nunca fue posible saber en qué consistió el terrible accidente ni cuántas fueron sus víctimas, tienen una idea aproximada de las razones por las que las sociedades comunistas fracasaron, parece mentira, justamente en aquella economía a la que Marx hizo la partera de la historia. El éxito que tuvieron en la aplicación del terror y la manipulación de masas tampoco duró mucho; al final, el rechazo frontal de sus víctimas, que llegó a ser el grueso de la sociedad, acabó por enterrar el sistema, que sobrevive sólo en ciertos engendros patéticos de la realidad latinoamericana y africana.

Vargas Llosa / El muro de Berlin



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