Sirena calavera Michelle Bordón |
Triunfo Arciniegas
LOS DÍAS QUE UNO TRAS OTRO SON LA MUERTE
25 de marzo de 2020
Qué catástrofe, perdí dos amigos en un solo día, y se pondrá peor. Dos amigos en dos países, en mis dos patrias, México y Colombia, un cuentacuentos y mi profesor de idiomas. Los días que uno tras otro son la vida, según el verso de Aurelio Arturo, se volvieron otra cosa. El ángel de la muerte recorre el mundo.
A Moisés Mendelewicz lo vi pocas veces. Oírlo contar con asombrosa exactitud "El ahogado más hermoso del mundo", de García Márquez, hace mucho más de veinte años en Bucaramanga, fue maravilloso. Sobrio, medido, sin aspavientos: la pura esencia del oficio. Alto, imponente, con un vozarrón que detenía hasta los trenes. Así voy a recordarlo, en su momento de gloria. La última vez que nos vimos, en Ciudad de México, iba con Elia Crotte por Avenida Universidad, cerca de Coyoacán, y coincidimos en el camión, cosa que se agradece en una ciudad de más de veinte millones de amontonados. Estábamos buscando arepas venezolanas. Entusiasmado por Elia, ni me puso cuidado, y con razón, ellos fueron más amigos que él y yo. De todas maneras, luego de una conversación breve y desordenada, tuvo que irse muy pronto. Y la frase ahora funciona en un sentido definitivo. Me queda la certeza de que conversamos muy poco, pero el respeto por su oficio y el aprecio por su persona son más grandes que la luna.
Pedro Nel y yo, en cambio, tuvimos todo el tiempo. Fue un amigo de toda la vida. Nos contábamos secretos. Sobre todo hablábamos de mujeres. Pedro Nel, tan buena vida, se acostaba a las seis de la tarde para que lo atendieran su maravillosa mujer, sus hijos y hasta su suegra. Lo vi con mis propios ojos y no podía creerlo. Experto en el arte de gozar las mieles del mundo y disfrutar los encantos de la intimidad, no se complicaba la vida ni sabía de remordimientos. Todavía no entiendo cómo mantenía tan separados el caos de afuera y su propia casa. Cuando todo el mundo se iba a pasarlo mal en Bogotá, él volvió con plata. No era pendejo. Vivió la vida a su manera y algo se me pegó. Excelente profesor. Me enseñó todo lo que sé sobre la traducción. Si no aprendí más fue torpeza mía. A él, y sólo a él, la Universidad de Pamplona debe el postgrado en traducción. Pero era más que eso. Escribía, además. Cuentos y poemas. Pero era más que eso. No fui su lector sino su amigo. Y eso es más que todo.
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