Adriana Herrera
VARGAS LLOSA
Ha partido el último de los grandes del Boom latinoamericano. Nunca respondió a la corrección política. Provocó incendios (literales y literarios) desde muy joven desafiando la autoridad opresiva de su propio padre, de la Escuela Militar Leoncio Prada, de las convenciones que asfixiaban la realidad interior para sostener las apariencias, y no tuvo inconveniente en cambiar, con absoluta integridad, de visión y opinión cuando los hechos sobrepasaban sus convicciones. Prueba de ello fueron su vida y su literatura: pienso en su valiosa y valiente defensa de Camus frente a Sartre, y en el histórico libro "Israel-Palestina. Paz o Guerra Santa". Habría deseado preguntarle por este presente, segura de que no habría temido abrir la puerta a las controversias, siempre y cuando se preservara la honesta búsqueda de lo justo. Sus equivocaciones fueron quizás menores que sus retracciones. Se distanció de la utopía del comunismo tropical y abrazó de un modo incomprensible para mí y para muchos, la defensa del neoliberalismo. Lo que nadie podrá negar es el valor de su honestidad, la capacidad para soltar el caparazón de sus propias creencias y expandir su visión más allá de cualquier forma de corrección exigida. Devoto de Madame Bovary, jamás temió al escándalo y sus héroes fueron a menudo personajes históricos controversiales. Tuve el privilegio de entrevistarlo varias veces para la revista Poder, bajo mi inolvidable editor José Fernando López. Escribí entonces: "Con Mario Vargas Llosa se puede o no estar de acuerdo, pero nadie puede acusarlo de haber cedido a los halagos del poder."
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