Triunfo Arciniegas
PROMESAS
31 de diciembre de 2019
Promete tres cosas: bajar de peso, parrandear menos y quererme más. Sé que no cumplirá ninguna de las tres. Es una gorda feliz. Dejaría de serlo si cumpliera al menos una de las promesas.
Antier compré un comedor y ayer en la madrugada fui a llevarlo a Puente Roto. Era una sorpresa de Año Nuevo para René, que esta vez no vendrá porque la Negra tiene trabajo. La necesidad primero, por supuesto. Para Navidad se dieron el lujo de estrenar en Puente Roto apartamento, cama y vajilla. La Negra instaló una ducha por su cuenta, pero la descontaré del préstamo, ni más faltaba. Somos familia, somos una empresa.
Leo y cumplo las pequeñas tareas de la vida cotidiana: sacar a Toto a las cuatro de la mañana y barrer la azotea de cuando en cuando, trapear el garaje, lavar camisas ahora que se descompuso la lavadora, preparar el desayuno y la cena y repartir regalos, ordenar papeles y buscar el contrato de un libro, cosas así. Pero, sobre todo, trabajar en los blogs, una adición casi sexual.
Termino el año con dos o tres mujeres: Lucia Berlin (Una noche en el paraíso), Alice Munro (Escapada) y Margaret Atwood (El cuento de la criada). Dos canadienses (Munro y Atwood) y una norteamericana, dos octogenarias y una difunta. Lucia Berlin hubiera cumplido 83 el pasado 12 de noviembre.
Sigo con Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro.
Pero en realidad, estoy concentrado en las dos primeras, grandes escritoras, magníficas cuentistas: Lucia Berlin nunca publicó una novela, y Alice Munro (Premio Nobel 2013) solo una. No digo que Margaret Atwood no sea grande: merece el Nobel. Si no hubiese sido una escritora marginal y si continuara con vida, Lucia Berlin estaría dando la pelea por el premio.
Imagino en la envidiable lista del Premio Nobel a otro que ahora sería octogenario, otro cuentista de los grandes, Raymond Carver.
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