Ilustración de Triunfo Arciniegas |
Triunfo Arciniegas
VISITAS
26 de diciembre de 2019
No sé qué tienen las flores, Llorona,
las flores del camposanto,
que cuando las mueve el viento, Llorona,
parece que están llorando.
No sé qué tienen las flores, Llorona,
las flores del camposanto,
que cuando las mueve el viento, Llorona,
parece que están llorando.
Esta vez no tenemos tiempo para detenernos frente a la tumba del poeta Eduardo Cote Lamus, que lleva en el cementerio de Pamplona más de cincuenta y cinco años. Después de conversar con mi madre de asuntos urgentes y recientes, de este difícil y caótico año que al fin y al cabo me deja una magnífica cosecha de cuatro libros publicados, un ojo recuperado, una casa en Cuatrovientos y una camioneta que me hizo perder unos veinte millones de pesos, aparte de las dos graves y postergadas diligencias del magisterio que están a punto de cuajar, voy con René a visitar la tumba de Gladys Rivera, adornada con motivos navideños que se robarán tarde o temprano, y luego a la casa del viudo, el compadre Teto, que nos cuenta con la timidez del hombre enamorado que está escribiendo un libro sobre la mujer con quien convivió más de cincuenta años. Le doy dos consejos en voz baja mientras nos prepara un café en la cocina: consiga trabajo y, sobre todo, consiga una mujer. Se ríe, y da su aprobación al primer consejo. "Le hace falta conocer mujeres malas", le digo, y suelta la risa. Y es verdad, en toda su vida sólo ha tenido una mujer, una sola, una buena mujer, la generosa enfermera que fue como un ángel para más de una familia.
Vamos a la carnicería y por el camino René me dice que el carnicero se murió. Nos atiende la viuda, de muy buena manera. Me pregunta cosas, sonríe. Trato de leer en su rostro la ausencia del marido, pero la procesión va por dentro.
Ya de regreso a casa, le cuento a René que la lavadora se dañó y me dice: "El señor que se la arregló la otra vez, se murió".
Mierda.
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