Fernando Trueba: "No es lo mismo ser democrático que ser imbécil"
El director estrena 'Isla perdida', una historia misteriosa sobre los misterios del amor protagonizada por Matt Dillon y Aida Folch que también es un rendido homenaje a dos de los tótems del cineasta: Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith
- LUIS MARTÍNEZ
- SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL
- 17 de agosto de 2024
Fernando Trueba (Madrid, 1955) vuelve. En realidad, no se ha ido nunca, pero Isla perdida, así se llama su nuevo trabajo, luce y tiene aspecto de regreso. De vuelta a sí mismo, de regreso al placer de contar historias que se cuentan y que nos cuentan. Y, ya de paso, de retorno a un idioma (el inglés) en el que se ha prodigado en solo dos ocasiones antes.
En el estudio madrileño en el que trabaja y desde el que se atrinchera frente al mundo, el director enseña el cuadernillo Moleskine en el que nació todo. Bajo el título Haunted Heart («Por la canción, que me gusta mucho», dice en referencia a la composición de Howard Dietz y Arthur Schwartz) aparece minuciosa la primera «escaleta» de la película con sus huecos, sus misterios, sus hallazgos y, en efecto, sus regresos. La película, decíamos, vuelve a dos de las obsesiones más cuidadas y respetadas del director: Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith. Y fiel a los dos autores que cita y a la estructura de su cuaderno de tapas negras, la historia que cuenta viaja «de la luz a la oscuridad». Ida y vuelta.
- Vamos a empezar por la película, pero de otro Trueba, de Jonás, su hijo. En Volveréis, que se estrena dentro de poco también, vemos por primera vez a Fernando Trueba como actor. A los 69 años...
- Es raro. Vamos a estrenar con una semana de diferencia. Estoy muy contento más que nada porque la película es preciosa, no por nada más. Y en lo que respecta a mi debut es simplemente porque él se empeñó. Cuando me lo propuso, se lo intenté quitar de la cabeza. Le dije: «No hagas bromas con eso, coge a un actor de verdad». Me molesta e irrita eso de ir haciendo numeritos para hacer una gracia. Pero él insistió y me razonó que tenía que ser yo.
P. Empezará una nueva carrera...No creo. Lo pasé muy mal. Estaba muy agobiado porque lo que no quería era fastidiar la película. Pero ahora, la verdad, lo único que puedo decir es que ha sido muy bonito. Nunca me hubiera imaginado que llegaría el día en el que me dirigiera mi hijo. Lo que intenté simplemente fue buscar la naturalidad. No tengo la disciplina ni la técnica de una actor, con lo que me obsesioné en parecer y en ser normal.
En la película se cuenta la historia de una pareja que celebra con una fiesta su separación. Su hijo dice que usted tenía que estar porque esa idea es suya. Chequeemos, ¿es así?
- No sé. Lo cierto es que siempre he odiado que me inviten a una boda. No soy capaz de entender ni la fiesta ni la alegría de algo así. Una boda es esencialmente un compromiso en el que una pareja se dice uno a otro que cortan con el mundo, se prometen solemnemente que si pasan por una pastelería no se van a comer ningún pastel. Es una institución con la que nunca he simpatizado. Me parece maravilloso una pareja que se entienda y funcione, pero ¿para qué firmar un contrato y para qué hacer una fiesta de eso?
P. Usted está casado sin embargo...Sí, salió una ley que si estabas casado y tenías un hijo te librabas de la mili. Nosotros teníamos un hijo... Eso sí, le prometí a mi esposa que nos divorciaríamos después. Pero, entiéndase bien, partamos del hecho de que la vida es corta y que cada uno debe de hacer lo que más le divierte. Si te divierte casarte 10 veces, pues perfecto.
Vamos a la Moleskine. Isla perdidarespira un aire clásico de otro tiempo. ¿Qué le ha llevado hasta aquí: la nostalgia, el tiempo, la edad, Grecia (discurre en una isla ahí)...?
Quería una película de aquellas de cuando ibas al cine al ver una película. No sé si me explico. Es el cine, si se quiere, en el sentido más puro donde ves a unos personajes a los que les pasan cosas, sin más. Soy un gran admirador de obras como el Ulises de Joyce y el disfrute de su lectura no me lo quita ni dios, pero me apetecía recuperar ahora una narración en su sentido más clásico. Digamos que está película ha sido inspirada por dos de mis santos preferidos: el cine de Alfred Hitchcock y la literatura de Patricia Highsmith.
Ningún cineasta, clásico o moderno, reniega de Hitchcock, pero ¿qué le atrae tanto de Highsmith?Es fanatismo. En un plano de la película se cuela incluso un plano del libro The Tremor of Forgery (El temblor de la falsificación), que es una historia que me planteé rodar. Pero, al final, me eché para atrás.
¿Por qué?La culpa fue de Rafael Azcona. Tengo por ahí un resumen y un análisis del libro escrito por él. Él no lo veía, me preguntaba qué es lo que quería contar exactamente. Él era muy terrenal y el libro es muy atmosférico, muy de sensaciones. Es cierto que no se prestaba a un relato lineal. Es la historia de un escritor en Túnez al que le roban y lanza la máquina de escribir sobre el ladrón sin saber, al final, si lo ha matado o no. No sé, imagino que era muy joven (de esto hace 20 años o más) y me dejaba influir con facilidad...
P. ¿Qué es lo que tanto le obsesiona de Highsmith?Me gusta mucho cómo, partiendo de una cierta normalidad, sus historias acaban creando un clima de ansiedad, de inseguridad, de amenaza... Sus relatos no son relatos de gente malvada, son gente como nosotros que acaban infectándose...
Highsmith no es precisamente una autora gran creyente en el ser humano. Llama la atención que le guste tanto a un cineasta tan humanista, en sus propias palabras.
Las cosas no son blancas o negras. No me interesa la maldad, así sin más. No me interesan las historias de asesinos en serie. Lo interesante es investigar cómo un error en la vida te puede llevar a un callejón sin salida del que no puedes salir. No me parece interesante un personaje masoquista que sienta una atracción por el mal. El mal puede estar en cualquier lado y debajo de lo más hermoso puede surgir lo terrible. Donde filmamos, por ejemplo, nos enteramos de algo terrible...
¿Dónde fue?En realidad es una isla fabricada entre varias localizaciones. En una de ellas, tiempo atrás hubo un campo de concentración para mujeres después de la Segunda Guerra Mundial. Nadie de los lugareños hablaba de ellos. Era un sitio idílico donde en el pasado las mujeres parían en el suelo, era maltratadas, violadas, asesinadas... Esa brutal ironía es una buena metáfora del horror detrás de la belleza. P. Se me ocurren otras metáforas parecidas en la política actual...
R. Sí, vivimos en un mundo en el que todo se simplifica de manera terrible. Por eso decía que las cosas no son blancas o negras solamente. Ves a un político que dice una barbaridad como «La justicia social es una idea perversa». Y entonces dices: estamos ante el mal. Pero bueno, a lo mejor fue un niño maltratado. No quiero decir con esto que le disculpemos, pero conviene reflexionar con un poco de pausa. Otro ejemplo que se me ocurre es el del mismo Hitler que fue un pintor mediocre y fracasado. Quizá fue la frustración de no llegar a ser un artista lo que le llevo a ser el que fue y a hacer lo que hizo. Insisto en que no se trata de justificar a nadie y probablemente Hitler fue un instrumento de su época y de no haber sido él habría sido otro el que hubiera hecho lo mismo. Pero sí es interesante plantearse otros puntos de vista que te hagan entender cómo se ha podido llegar a situaciones terribles.
Sea como sea, lo indudable es que el mal es más fotogénico que el bien. Hay muchas forma de maldad y la bondad siempre es la misma...
No para mí. Nunca me ha fascinado el malo de la película, nunca he sentido la menor inclinación o comprensión por los villanos sin matices. Esa gente no existe,
P. Sus dos últimas películas, El olvido que seremos y Dispararon al pianista, eran dos comentarios sobre la sociedad y sobre la política actual. Me pregunto si lo de volver al clasicismo del que hablábamos antes ha sido el resultado de la necesidad de distanciarse del aquí y ahora...
En realidad, todos ellos son proyectos que van en paralelo. La gracia del estilo y de la profesión misma de cineasta es abordar temas diferentes con una misma firma. Cuando todas las películas van de lo mismo y tratan idénticos temas, el estilo lo ve hasta un ciego. Por otro lado, adaptar a Highsmith siempre ha estado ahí como una posibilidad. Aparte de ella, pienso en autores como William Irish. También él, de hecho, está en mi lista de deseos para el futuro. Y como ellos, David Goodis, que es un autor fundamental para mí. Todos ellos comparten una concepción psicológica de la novela negra que me apasiona. Son muy cinematográficos.
Si no ha sido adrede apartarse de la política, me atrevo a preguntarle por ella. Como ve un hombre tan preocupado siempre por Europa lo que ha pasado y está pasando en países como Francia o aquí mismo con el ascenso de la extrema derecha.
El resultado de las últimas elecciones francesas, como lo que antes sucedió en Reino Unido, me ha permitido respirar un poco. Pensemos que hace apenas un mes, pensábamos que estaba todo perdido. «Con lo que ha costado Europa y nos la vamos a cargar de esta manera», era y es un pensamiento recurrente.
P. ¿Lo dice también por Viktor Orban, que ejerce la presidencia ahora del Consejo de la UE?
Sí, da la impresión de que Europa no se protege de hombres así. Sinceramente, creo que la democracia no debería permitir en su seno los movimientos antidemocráticos. Es un derecho de cada uno poder estar en contra de la democracia. Por eso existe la democracia. Pero la democracia no puede permitir que Hitler gane las elecciones. La derecha, la izquierda y el centro se tienen que poner de acuerdo para que eso no pase, para que eso no vuelva a pasar. Es decir, la democracia no puede ser idiota. No es lo mismo ser democrático que ser imbécil. Hay que proteger el poder vivir en común todos con ideas diferentes, pero no puede ser que una idea diferente se cargue el que vivamos todos en paz.
¿Y cómo se lleva a cabo lo que propone sin interferir en la libertad de expresión?No tiene nada que ver la libertad de expresión de las opiniones con la libertad de expresión de las mentiras. Puedes opinar, y estás en tu derecho, que esta película es mala o que la otra es buena; que este político es bueno y que aquel, malo. Otra cosa es que tú digas: «No, Hitchcock mató a su madre para robarle el dinero y hacer esta película». Eso es lo que ocurre todos los días en la política actual. La mentira debería ser un delito.
EL MUNDO
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