sábado, 17 de agosto de 2019

Casa de citas / Graham Greene / Quinientas palabras

Graham Greene
Ilustración de T.A.

Graham Greene
Biografía
QUINIENTAS PALABRAS


1


Hacía diariamente mis quinientas palabras, pero los personajes no empezaban siquiera a vivir. El escribir depende tanto de la superficialidad de los días de uno. Podemos estar preocupados con compras y réditos y conversaciones causales, pero la corriente del inconsciente continua fluyendo imperturbablemente, resolviendo problemas, planeando; estamos sentados ante el escritorio, estériles y desanimados, y de repente las palabras vienen a nosotros como el aire; las situaciones que parecían acorraladas en un callejón sin salida se resuelven: la obra se ha llevado a cabo mientras dormíamos o andábamos de tiendas o charlábamos con un amigo. (p. 21)


2



 Cuando se es joven adquiere uno métodos de trabajo que cree van a durar toda la vida y resistir a todas las catástrofes. En veinte años de labor habré llegado probablemente a una media de quinientas palabras por día, cinco días a la semana. Puedo escribir una novela por año, con tiempo de revisar lo escrito y corregir la copia a máquina. Siempre he sido un hombre metódico, de manera que cuando he producido mi tarea diaria dejo de escribir, aunque sea a mitad de una escena. De vez en cuando, durante el trabajo de la mañana, cuento lo que llevo hecho y marco en el manuscrito el número de palabras escritas. Esto evita a la imprenta la necesidad de hacer ningún cálculo, puesto que en la página frontal de mi manuscrito puede ver la cifra exacta: 83.764 pongo por caso. Cuando era joven ni las aventuras amorosas eran capaces de alterar mi cuota. El amor empezaba después del almuerzo, y por tarde que me acostara nunca lo hacía sin leer antes lo escrito en la jornada. La guerra misma apenas modificó mis costumbres en este sentido. La herida en una pierna, que me dejó un poco rengo, hizo que me licenciaran, y como pasé a la Defensa Civil, mis colegas incluso me agradecían que ño quisiera el turno de servicio de la mañana, que era el más tranquilo. Como resultado adquirí una reputación de interés en el trabajo absolutamente inmerecida, pues en realidad lo único que me interesaba era mi escritorio, mis cuartillas, la cuota de palabras que brotaban lenta, metódicamente de mi pluma. Fue preciso el advenimiento de Sarah para trastornar mi disciplina. Las bombas entre aquellos primeros bombardeos a la luz del día y las V-1 de 1944 mantuvieron sus costumbres nocturnas, tan cómodas; pero a menudo sólo podía ver a Sarah de mañana, ya que por la tarde nunca estaba segura de que alguna amiga, hechas las compras del día, no caería por su casa en busca de compañía y de charla antes del toque de queda del anochecer. A veces venía durante el intervalo entre dos colas, y hacíamos el amor, por así decir, entre el almacén y la carnicería. Pero aun en aquellas condiciones era fácil reanudar el trabajo. Cuando uno es feliz, puede soportar cualquier disciplina; la desdicha es lo que altera los métodos de trabajo. Al empezar a darme cuenta de la frecuencia con que nos peleábamos, de la frecuencia con que me revolvía, exasperado, contra ella, fue cuando empecé a darme cuenta de que nuestro amor estaba predestinado a morir: el amor se había convertido en una aventura amorosa, con un comienzo y un fin. (pp. 33-34)

Graham Green
El fin de la aventura
Sur, Buenos Aires, 1979

The 100 best novels No 71 / The End of the Affair by Graham Greene (1951)
Graham Green / El fin de la aventura / Reseña de Vargas Llosa

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