Julianne Moore / Sarah Miles El fin de la aventura |
Cuando,
después de la visita a Mr. Savage, volví a casa y la propietaria me dijo que
Mrs. Miles había telefoneado, sentí la tranquilidad que solía sentir al oír
abrirse la puerta de abajo y en seguida su paso en la escalera. Tuve la esperanza
insensata de que, al verme el otro día, mi presencia hubiera suscitado en ella,
no un sentimiento de amor, naturalmente, pero sí un recuerdo que, de un modo u
otro, pudiera serme favorable. En aquella época me pareció que si conseguía
volver a tenerla una vez siquiera —por fugaz e insatisfactoriamente que fuera—
me sentiría de nuevo en paz, conseguiría eliminarla de mi sistema, y sería yo
el que la dejara y no ella a mí.
Era una
sensación curiosa, al cabo de dieciséis meses de silencio, marcar en el teléfono
su número: Macaulay 7753, y más curioso aún que tuviera que buscarlo en mi
cuaderno de direcciones, por no recordar exactamente la última cifra. Mientras
oía la señal de llamada, me pregunta si Henry habría vuelto ya del Ministerio y
qué le diría si era él quien contestaba. Entonces comprendí que ya no había por
qué preocuparse de que se supiera la verdad. Las mentiras me habían abandonado,
y me sentí tan malo como si ellas hubieran sido mis únicos amigos.
—¿Está Mrs.
Miles? —pregunté.
La voz de una
criada bien estilada repitió el número en mi oído.
—¿Mrs. Miles?
—¿No es
Macaulay 7753?
—Sí.
—Desearía
hablar con Mrs. Miles.
—Mrs. Miles
no vive aquí —y colgó.
Nunca se me
había ocurrido que las cosas pequeñas pudieran cambiar con el tiempo. Busqué
Miles en la Guía, pero aun figuraba en ella el antiguo número; verdad es que la
Guía era del año pasado. Iba ya a llamar a Informaciones cuando sonó el
teléfono. Era Sarah. Con cierta vacilación preguntó: "¿Eres tú?"
Nunca me había llamado de otro modo; ahora, sin los términos de afecto de otros
tiempos, se sentía sin duda un poco desconcertada.
—Bendrix al
aparato —contesté.
—Soy Sarah.
¿Te dieron mi recado?
—Ahora mismo
iba a llamarte; tuve que acabar un artículo urgente. A propósito, no tengo tu
número de ahora. Supongo que estará en la Guía, ¿no?
—No; todavía
no figura. Ahora es Macaulay 5204. Quería pedirte algo.
—Tú dirás.
—Nada muy
importante, no temas. Me gustaría almorzar contigo uno de estos días.
—Encantado.
¿Cuándo?
—¿Te vendría
bien mañana?
—Precisamente
mañana no. El artículo no está aún terminado...
—¿El
miércoles, entonces?
—¿Te daría lo
mismo el jueves?
—Sí —y me
pareció sentir cierta decepción en el monosílabo; a tal punto nos engaña
nuestra vanidad.
—En este
caso, si te parece, en el Café Royal a la una.
—Gracias: muy
amable. —Y la voz sonaba como si lo sintiera realmente—. Hasta el jueves.
—Hasta el
jueves.
Permanecí
unos instantes con el teléfono en la mano, contemplando al odio como se
contempla a un hombre estúpido y feo al que no se desearía conocer. En seguida
disqué su número —aún no había debido tener tiempo de alejarse mucho del
teléfono y dije precipitadamente:
—¿Sarah? Está
bien mañana. Había olvidado una cosa. En el mismo lugar y a la misma hora.
Y todavía sentado,
con los dedos sobre el aparato en silencio, y algo al fin que esperar, pensé,
recuerdo: así sabe la esperanza.
*Libro Primero, Capítulo IV
El fin de la aventura
Sur, Buenos Aires, 1979, pp. 28-29
The 100 best novels No 71 / The End of the Affair by Graham Greene (1951)
Graham Green / El fin de la aventura / Reseña de Vargas Llosa
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