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| James Joyce y su hija Lucia |
JOYCE Y LUCÍA
La relación entre James Joyce y su hija Lucía estuvo marcada por la admiración, el amor y la tragedia. Desde muy joven, ella mostró un talento singular para las artes: destacó en la danza, el dibujo y la escritura, y llegó a ser reconocida en ciertos círculos artísticos europeos. Joyce, que la adoraba, la veía como un reflejo de su propia sensibilidad creativa y un espíritu afín. Sin embargo, a medida que Lucía creció comenzaron a manifestarse signos de inestabilidad mental, lo que transformó aquella complicidad en una convivencia llena de tensiones. Joyce tendía a confundir las crisis de su hija con una forma de genialidad no comprendida por los demás, y esa visión romántica lo llevó a resistirse a diagnósticos médicos más rigurosos. Aunque buscaba protegerla y darle un lugar en el mundo, esa actitud terminó contribuyendo a que la esquizofrenia avanzara, empujándola a un ciclo de hospitalizaciones cada vez más prolongado.
En sus últimos años, Joyce se aferró aún más a la idea de que la condición de Lucía era una expresión de creatividad incomprendida, lo que lo enfrentó tanto a médicos como a su esposa Nora, quien veía con mayor claridad la gravedad del caso. Esa obstinación le impidió aceptar que su hija necesitaba un tratamiento constante y especializado, y lo dejó atrapado en una mezcla de amor, culpa y negación. Cuando murió en 1941, lo hizo con la angustia de saber que no había logrado “rescatarla”: Lucía quedó internada en una clínica en Francia, aislada por la guerra y por su estado crónico, y pasó el resto de su vida en instituciones psiquiátricas. La relación entre ambos quedó así sellada como una de las más dolorosas de la historia literaria: la de un padre que alcanzó la gloria con Ulises y Finnegans Wake, pero que nunca pudo liberar a su hija del encierro de su propia mente.

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