miércoles, 10 de abril de 2024

Un personaje / Bob, el cliente

 

(Jóvenes conversan mientras esperan ser abordadas por algún cliente.

Foto de NATALIA PEDRAZA BRAVO)


Jules Owbny

BOB, EL CLIENTE


Bob tiene 78 años, la cara de gringo, la barba blanca, el pelo corto, la camiseta negra manchada. Es alto con la barriga hinchada, y es de Estados Unidos.

―No hay otro lugar en el mundo como este― dice en inglés.

―¿Por qué lo dice?

―Pues mira a tu alrededor.

Hay piernas tatuadas por todos lados. Unas 200 mujeres se protegen de la lluvia bajo los toldos del Parque Lleras: un enorme prostíbulo al aire libre. Visten camisetas transparentes, faldas cortísimas, fuman cigarrillos, inhalan tusi desde los tubos de su rimel. Entre la multitud de piel expuesta camina uno que otro extranjero. Entablan conversaciones con las chicas en un español muy pobre. “Me gusta”, suelta uno mientras señala la cola de una de ellas. Otro tipo mira con sensualidad y le coge la mano a una mujer que le dice “Mi amor”. Poco después desaparecen juntos. Y acá disfrutando del show está Bob, sentado con tres venezolanas que insisten que no son prostitutas, sino “damas de compañía”. Le tocan la pierna, tratan de convencerlo de que pase otra noche con ellas; la segunda en seis días. Pero Bob no está seguro de irse con ellas. Bob dice que le gusta la variedad.

Bob cuenta que lleva años viajando por el mundo. Pagar por sexo para nada le es ajeno, y dice que el Parque Lleras es un lugar especial: “Aquí hay una libertad muy poco común. Puedes hacer lo que te dé la gana”. Es lunes, son las once de la noche. En dos horas la prostitución estará prohibida en este lugar, pero a Bob no le preocupa eso, dice que será mejor para los turistas como él. “Habrá más control sobre las chicas, menos chances de que te roben. Nosotros podremos seguir solicitando”, asegura. Mientras Bob cuenta todo esto, una venezolana de Valencia, llamada Yuliet, le acaricia la cara. Dice que tiene 24 años, y que lleva dos como “dama de compañía”.

―¿Qué hacía antes?

―Pedir en la calle.

Durante dos horas Bob se sienta al lado de Yuliet y dos compañeras suyas. Toman cervezas, fuman cigarrillos, se comunican por Google Translate. En la mesa de al lado ocurre una situación similar. Una chica vestida de una camiseta de los Chicago Bullsacaricia la cabeza calva de un hombre blanco. El calvo se sienta con dos hombres mayores, de 60 para arriba, que no hablan español y tampoco con los medios. “Por favor, estamos de vacaciones. No queremos preguntas. Solo queremos pasarla bien”, declaran.

A las 00.50, la Policía ―aquí sí hay policía― se acerca y saca a todos. Entre sirenas se produce un éxodo masivo hacia la salida que lleva a la calle 10. Parece una peregrinación religiosa, pero con valores muy distintos. Las chicas se apresuran a emparejarse con extranjeros; no pueden perder una noche de trabajo. Justo fuera de la salida, Yuliet sigue al lado de Bob, que no quiere irse con ella. El hombre apunta a otras dos chicas, dice “Hotel” en inglés y se van. Yuliet se quedará sin trabajo esta noche.


Jules Ownby

“Niñas prostituidas y extranjeros voraces: la explotación sexual en Medellín”

El País 

Medellín, 7 de abril de 2024


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