Dave Eggers
‘El Círculo’
No es frecuente terminar una novela sin saber si te ha gustado o no. Tampoco acabarla pese a que, página a página, no ha hecho sino enfadarte (una sensación que se incrementaba cuanto más se acercaba el final y menos espacio quedaba para que la cosa se enderezase).
Preguntarte todo el tiempo qué es lo que pretende el autor y por qué ha tomado las decisiones narrativas que ha tomado tampoco ha ayudado a hacer de la lectura de El Círculo, de Dave Eggers, una experiencia placentera.
Por si no sabéis de qué va la novela, la historia está centrada en una joven que entra a trabajar en la empresa que da título a la obra, una especie de mega-Google que se ha introducido en todas y cada una de las esferas de la vida pública y privada. Siguiendo los pasos de Mae, la chica protagonista, asistimos (vía narrador en tercera persona limitado a la visión y la mente de Mae) a cómo es trabajar en una corporación así, cómo la empresa domina las facetas profesional y personal de sus empleados hasta hacerlas indistinguibles y cómo fomenta primero y exige después una identificación absoluta con la firma por medio de competiciones sociales y supuestamente festivas cuyo único premio es ocupar la parte alta de una tabla de popularidad.
Hasta aquí, no va mal. Salvo por el hecho de que Eggers emplea más de la mitad de la novela para explicar todo esto, con páginas y páginas que relatan cada una de las acciones de Mae, sus tareas laborales, sus interacciones en las redes sociales y otras cosas que, francamente, cansan. El otro gran problema es que la protagonista es más simple que una alcachofa. Sus frases suelen limitarse a dar la razón a todos los que hablan con ella (bueno, a casi todos, ahora iremos con eso), a aceptar sin discusión los progresivos abusos a que la someten jefes y compañeros y a dejarse manipular por los dos hombres que se interesan romántica/sexualmente por ella en la empresa, uno un inadaptado social y el otro un tipo siniestro y sospechoso (no diremos más para no desvelar nada) con el que no tiene problema en mantener relaciones sexuales en los baños de su lugar de trabajo.
Mae es tan plana y poco real como la mayoría de sus compañeros en El Círculo, salvo tal vez los superjefes de todo el tinglado, uno de los cuales, Bailey (un tipo de apariencia paternal y bonachona), da a Mae el último empujón (sin apenas esfuerzo, porque la chica ya hemos dicho que es muy dócil) para que pierda por completo su individualidad y la convence de barbaridades como que la privacidad es un robo (tal cual) o que todas las experiencias, pensamientos y sentimientos de todo el mundo deben ser compartidos porque todos tenemos derecho a acceder a lo que cualquier individuo experimente, piense o sienta, por muy íntimo que sea. Porque «los secretos son mentiras» (*).
Un disparate que en apariencia parte de la propia Mae, que no tiene problema (nunca lo tiene) en ir con una cámara colgada al cuello todo el día, a todas partes, para retransmitir en directo su vida al mundo.
También, claro, las de cuantos se cruzan con ella, quieran o no. Y no todos quieren. Hay tres personajes que se oponen abiertamente a esa transparencia (lo llaman así en la novela): los padres de Mae y su ex novio, precisamente los personajes más reales de la novela (aunque, como el narrador sigue los pasos de la protagonista, tampoco nos da tiempo a conocerlos mucho). La alienada Mae, ni que decir tiene, no les hace ni puñetero caso a ninguno, ni siquiera tras una tragedia desencadenada por su obsesión circulista.
Aparte de la anodina y a un tiempo crispante protagonista, de la excesiva longitud que Eggers emplea en contar cómo es El Círculo en cuestión, de elementos cruciales que desaparecen sin más (lo de los kayaks) o de las metáforas burdas y de torpe ejecución (el tiburón y el acuario o el cierre del círculo), mi principal problema con esta novela es que no sé qué quiere contar, cuál es su intención ni a quién se dirige.
Supongo que trata de alertar sobre el peligro de la socialización (colectivización) de la vida privada, de dejarnos abducir por amigos virtuales olvidando a los reales y a la familia, o arrastrar por absurdos concursos de popularidad, y también de permitir a una empresa privada hacerse con el control de la vida pública. En El Círculo está todo eso, sí, pero la elección de un personaje tan vacuo para recorrer ese camino me parece un error. Mae acepta sin más lo de la cámara, que para votar haya que tener una cuenta del Círculo, que se implante el voto directo (y no secreto) para todo y que se planteen cosas como la eliminación de los parlamentos, porque para qué necesitamos representantes si podemos votarlo todo nosotros mismos.
Sé que Eggers no es tan idiota como para pensar que la única misión de los parlamentos es votar cosas. Pero me pregunto cuántos de los lectores de este libro sí serán idiotas y pensarán que Mae, sus pensamientos y sus acciones son perfectamente razonables y que sus padres y su ex novio son unos luditas estúpidos que tienen todas las de perder en su lucha contra el progreso.
El principal problema de El Círculo (dejando a un lado a su protagonista) es que las voces críticas a la visión oficial son rápidamente despachadas, sin que se les otorgue el mínimo crédito. Y del autor, salvo en el párrafo final, no hay noticia. Y se echa en falta su voz para acotar tanto disparate.
(*) La terna de frases de la imagen de arriba recuerda mucho a esta otra que resume algunas de las máximas del Gran Hermano de 1984, de George Orwell. Sólo que en El Círculo no es la malévola y dictatorial autoridad la que vigila los pasos, pensamientos y sentimientos de cada individuo, sino que es la protagonista la que accede, voluntariamente, a que el mundo entero vigile sus pasos, pensamientos y sentimientos. Este reverso de la distopía orwelliana encajaría mejor en una novela que fuese realmente un homenaje digno a esa novela. Aquí parece más bien una alusión a lo que cada vez más gente (por desgracia) cree que es el Gran Hermano: un programa de televisión en el que vemos desde casa los pasos, pensamientos y sentimientos (y estupideces) de unos cuantos individuos encerrados en una casa.
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