Marlon James
BREVE HISTORIA DE SIETE ASESINATOS
Sir Arthur George Jennings
Escuchen.
Los muertos no paran de hablar. Tal vez porque la muerte no lo es en absoluto, quizá no es más que quedarse castigado después de la escuela. Sabes de dónde vienes y siempre vuelves de ella. Y sabes adónde vas, aunque parece que no llegas nunca y que sólo estás muerto. Muerto. Parece algo definitivo, pero es una palabra a la que le falta acción. Te encuentras con hombres que llevan más tiempo muertos que tú pero que no van a ninguna parte y los oyes aullar y mascullar porque todos somos espíritus, o al menos creemos serlo, aunque en realidad simplemente estamos muertos. Espíritus que se meten dentro de otros espíritus. A veces una mujer se mete dentro de un hombre y gime como si estuviera recordando la sensación de hacer el amor. Los espíritus lloran y se quejan muy alto, pero a través de la ventana todo lo que se oye son silbidos o cuchicheos bajo la cama, y entonces los niños creen que hay un monstruo. A los muertos les encanta yacer bajo los vivos por tres razones. 1) La mayor parte del tiempo la pasamos acostados. 2) Vista desde abajo, la cama parece la tapa de un ataúd, pero 3) sobre ella hay peso, un peso humano en el que te puedes meter para hacerlo todavía más pesado, y para escuchar los latidos del corazón mientras lo ves bombear y oír el susurro de los orificios nasales cuando los pulmones expulsan el aire y envidiar hasta la más breve de las respiraciones. No tengo ningún recuerdo de ataúdes.
Los muertos, sin embargo, no paran de hablar y a veces los vivos los oyen. A eso me refería. Cuando estás muerto, el habla no es nada más que tangentes y desvíos, y tampoco hay nada que hacer más que apartarse del camino y deambular un rato. Bueno, al menos eso hacen los demás. Lo que quiero decir es que los difuntos aprenden de los demás difuntos, aunque no es fácil. Yo, por ejemplo, podría escucharme a mí mismo insistir, delante de quien me quisiera oír, en que, de hecho, no me caí, sino que alguien me empujó desde el balcón del hotel Sunset Beach de Montego Bay. Y no puedo decir: cállate de una vez, Artie Jennings porque todas las mañanas me despierto y tengo que volver a recomponer mi cabeza aplastada como una calabaza. E incluso mientras digo esto recuerdo perfectamente cómo hablaba entonces: ¿les gusta esta movida, chicos? Con esto quiero decir que el Más Allá no es ninguna rumba, no es ninguna gozadera, paisano, ¿ves tú a esos tipos enrollados metiéndose en líos? Pues aquí nunca les han gustado esas cosas, de modo que lo único que puede hacerse es esperar al tipo que me mató, y no hay manera de que se muera, se limita a envejecer y envejecer y a agenciarse mujeres cada vez más jóvenes y a engendrar con ellas camadas y más camadas de niños cortos de luces y a hundir así este país.
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