Federico García Lorca |
Vicente Aleixandre
LUIS CERNUDA Y FEDERICO GARCÍA LORCA
En una primera época, hacia 1928, reciente la publicación del Romancero gitano, Cernuda hablaba muy mal de Federico como poeta. El Romancero gitano no le gustaba nada. Solía decir que había en el libro demasiado folklore y que tantos entredoses y estampitas le recordaban una estampa provinciana de la pequeña burguesía más cursi. Era inútil que yo intentara convencerle de los indudables valores y de la novedad del Romancero, que renovaba genialmente el género. Más tarde, cuando se hicieron amigos en Madrid, cambió la cosa. Luis no pudo escapar a la seducción de su fulgurante personalidad, y cuando Federico le presentó a Serafín, el protagonista de Donde habite el olvido, su amistad aumentó, al mismo tiempo que su admiración por el poeta de Granada. Luego, al llegar la guerra y ser fusilado Federico, Luis escribió su emocionante Elegía y algunas páginas hermosas y penetrantes sobre él. Pero las contradicciones continuaron. Al terminar la guerra y crecer la inmensa fama de Federico, en contraste con el injusto olvido en que se le tenía a él en España, ya exiliado en América, Luis reaccionó como él solía. Intentó restar valor a la poesía de Federico, y en su libro Estudios sobre poesía española contemporánea llegó a escribir que el autor del Romancero gitano seguía una línea poética verbosa y retórica que continuaba la que iniciaron Zorrilla, Rueda y Villaespesa, lo que era una tremenda injusticia. Su relación con Juan Ramón fue parecida. Primero lo elogió con entusiasmo en un artículo de la revista Los Cuatro Vientos, que dirigía Jorge Guillén, pero luego, ya en su exilio americano, le atacó con saña, negándole el pan y la sal. Juan Ramón era el mismo poeta. Lo que había cambiado era la actitud de Cernuda hacia él. Lo de su relación con Salinas fue todavía peor. Como sabes, fue Salinas quien le ayudó en sus primeros pasos de poeta, quien aconsejó a Prados y a Altolaguirre que publicaran en la colección de la revista Litoral su primer libro, Perfil del aire, y quien le consiguió el puesto de lector de español en la universidad de Toulouse. Lo curioso es que todo esto lo reconoció Cernuda, pero bastó que Salinas no le escribiera la carta elogiosa que él esperaba sobre Perfil del aire cuando el libro salió, para que borrara toda su gratitud de antes y empezara a tomarle manía. Salinas, siempre generoso, ignoró la actitud enemistosa de Luis, y cuando éste publicó en 1936 La realidad y el deseo no sólo asistió al banquete que le dimos sus amigos, en el que habló Federico, sino que escribió en su revista Indice Literario un artículo entusiasta sobre el libro. Parecía que ese artículo debería curar la antigua herida, pero no fue así. Pasaron años, murió Salinas, y aún el viejo encono empujó a Luis a escribir un poema injusto contra Salinas, quien afortunadamente ya no lo pudo leer. Está en su último libro, Desolación de la quimera. Siempre he pensado que Salinas, cuya muerte tanto sentí, era uno de los poetas del 27 más buenos y generosos. Conmigo lo fue siempre, y basta recordar su delicioso artículo Nueve o diez poetas, en que traza una breve y cariñosa semblanza de cada uno de nosotros.
José Luis Cano / Federico y Cernuda
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