lunes, 24 de enero de 2011

El niño que tragaba oscuridades


Fotografía de Virgie Pyrate

Triunfo Arciniegas
EL NIÑO QUE TRAGABA OSCURIDADES

Había una vez un niño que se tragaba la oscuridad. Por dentro sólo tenía la noche. Nunca le dolía el estómago sino la noche.    
      Por donde iba, apenas abría la boca, la oscuridad se derramaba a sus tripas y aparecía el día. Si leía un libro, las letras buscaban su boca, y las páginas quedaban blancas, como para otra historia. Por precaución, se mantenía alejado de las bibliotecas y las librerías. Tampoco entraba a las salas de cine porque desvanecía la película.
      Así como devoraba la noche, también podía vomitarla. Por épocas se intoxicaba de tanta noche y entonces vomitaba. Le salía la noche hasta por las orejas. No necesitaba tinta porque podía escribir con sus propios dedos.
      Por suerte los vómitos no eran frecuentes. Tragaba más que vomitaba. Ciertos molinos internos revolcaban y digerían la oscuridad. La licuaban, la adelgazaban, la reducían, abrían espacio para más oscuridad.
      Este niño era mejor que cualquier lámpara: no había oscuridad que se le resistiese. A su lado, la gente parecía librarse de sus temores más oscuros. Bailaban libres y ligeros. Lo invitaban a las fiestas para no prender las luces, y él permanecía mudo y casi feliz. Todo el mundo parrandeaba hasta que se quedaba dormido para soñar con las nubes. Desmigajaba el blanco algodón de las nubes para blanquear su estómago. Qué glotón era en los sueños. Nadie sabía su secreto. Tan pronto cerraba los ojos, la oscuridad caía de golpe sobre el mundo.
      En una de esas fiestas conoció a una niña blanca muy blanca que estremeció su corazón. Le confesó su amor de luz y la niña blanca muy blanca se asustó. Con el trigal de sus cabellos hizo una cola de caballo y viajó a tierras lejanas.
      El niño asistió a todas las fiestas y trató de mantenerse despierto el mayor tiempo posible porque ya no quería soñar. La gente no paraba de bailar a su alrededor y él parecía feliz mientras trataba de borrar el pozo de luz que la niña blanca muy blanca había dejado en su estómago, entre las nubes de los sueños. Los ojos, de todas maneras, se le cerraban.
      Le dijeron que la niña blanca muy blanca se había enamorado de un tragafuegos en un parque de París, y la noticia apagó por fin el pozo de luz.
      El niño cerró los ojos y sonrió.
      No volvió a despertar.
     A su alrededor todo fue oscuro para siempre.

Ilustración de Tim Burton
Triunfo Arciniegas
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