viernes, 25 de octubre de 2024

“La lección de griego” , de Gan Kang, o la poética del silencio





 “La clase de griego”, de Han Kang, es la novela que nunca escribió Alejandra Pizarnik: una feroz pelea con el lenguaje. Cuánta sangre habrá corrido para que lleguen hasta nosotros estas páginas limpias, luminosas, vibrantes, como los restos de un naufragio:

“El lenguaje se fue deteriorando en el transcurso de miles de años, desgastado por el uso de incontables lenguas y plumas. Ella misma lo fue deteriorando a lo largo de su vida, con su propia lengua y su propia pluma. Cada vez que empezaba a escribir una oración, notaba su corazón gastado; su corazón remendado, consumido, inexpresivo. Cuanto más lo sentía, más se aferraba a las palabras, hasta que un día las soltó y sus manos quedaron vacías. Los fragmentos mellados cayeron a sus pies. Los dientes del engranaje dejaron de girar. Una parte de ella, el lugar de su interior más desgastado por el uso, se desprendió dejando solo el hueco, como un mordisco, como la marca que deja una cuchara en el blando tofu.”

No es una novela fácil.

Uno sabe que enfrenta un texto importante pero no cómo abordarlo. Quién ha leído “La vegetariana”, una novela con más puentes y pasadizos seguros, pasa las páginas con la certeza de que se encuentra ante una escritora de hondo calado. Y aprende, ansioso de la recompensa. El texto hace al lector. Como décadas atrás en las grandes novelas de Vargas Llosa, “Conversación en La Catedral” o “La casa verde”, como “Rayuela”, de Cortázar, como en las primeras páginas de Proust, Faulkner o Bernhardt, sobre la marcha, tropezándose, encendiendo una y otra vez la lumbre que el viento insiste en apagar, hasta que el lector entiende que, si una mano sostiene la lumbre, la palma de la otra se convierte en barrera protectora y que su propio cuerpo impedirá las jugarretas del viento caprichoso. Una vez superados los obstáculos, el texto se vuelve pradera, tarde plácida, nube que puede masticarse,

La anécdota no es lo importante en “La lección de griego” sino el detalle, la atmósfera, el ritmo. Más que los acentos de las palabras griegas escritas en el pizarrón, la tiza “que se rompe en dos y cae al suelo”, más que el rostro “la pálida y fina cicatriz curva que se extiende desde su ojo izquierdo hasta la comisura de la boca”. Más que el lenguaje, “que penetraba en sus sueños como un punzón, provocando que se despertase sobresaltada”, las palabras anotadas sin relación ni propósito en las últimas hojas del diario. Por ejemplo, bosque, que en coreano, recuerda a una antigua pagoda. O cuando en el lavamos se abre el grifo para lavar el estlógrafo y “un fino hilo de color azul se diluyó en el agua dibujando curvas serpenteantes”.

A veces ni siquiera lo que se dice es lo importante.

La poética del silencio, “un silencio todavía más nítido e intenso, como el interior de una tinaja a oscuras”: los huellas que se desvanecen como hilos cada vez más finos, los movimientos que seguimos con los ojos cerrados, los rastros de lo que se ha ido.

La corriente que se establece entre una mujer que ha perdido el habla y el profesor de griego que se está quedando ciego. Las palabras que la mujer muda escribe en la palma del ciego.

Dos seres solitarios, extraviados en Seúl. La mujer, divorciada, ha perdido la custodia de su pequeño hijo por diversas razones, y la familia más cercana del profesor vive en Alemania. 

No hay nombres.

Leemos la traducción de Sunme Yoon, la versión en español de una lengua que jamás conoceremos. Y la lengua es casi el tema fundamental del texto. No es raro que los personajes se encuentren en las clases de griego, una lengua muerta y supremamente complicada. Supongo que para los coreanos la experiencia de leer a Hon Kang es alucinante, como nos sucede a nosotros con Rulfo, Borges o García Márquez. Regocijante privilegio.

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“En ese instante ella se acuerda de una palabra antigua que recuerda solo a medias y trata de atraparla en su mente. Es una palabra que empieza con el ideograma chino 呼 (ho) y que alude a la penumbra inmediatamente anterior a la salida o a la puesta del sol. Una palabra que hace referencia a ese momento en que hay que preguntar en voz alta a la persona que se acerca quién es, porque no se la ve bien. Se parece, en su origen, a la expresión occidental «la hora entre el perro y el lobo» y empieza con esa sílaba, ho... No puede completar la palabra, que se le queda dando vueltas en algún lugar más profundo que la garganta.”

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“Esforzándose por mantener abiertos los pesados párpados que se le cierran, recuerda, como sumida en un sueño ligero, una escena de su infancia: caía la tarde sobre el callejón que había delante de su vieja casa, y se disponía a salir de la mano de su entonces joven madre para ir a visitar a sus abuelos maternos. Ella era tan pequeña que no podía subirse sola la cremallera del abrigo. «Pasaremos por el mercado a comprar mandarinas», dijo su madre. Al oír aquellas palabras, aparecieron ante sus ojos las frutas de color naranja. Se sorprendió de poder verlas tan vívidamente aunque no las tuviera delante de verdad. Probó a pensar en un árbol y, como por arte de magia, ocurrió lo mismo: fue como si tuviera el árbol delante de sus ojos, aunque ante ella solo se divisaban la callejuela y los interminables muros de cemento de las casas bajo el sol de la tarde. Entonces las letras del alfabeto que había aprendido hacía poco empezaron a superponerse a la imagen del árbol. «Árbol», pronunció en voz alta, y se rio sola: «Árbol... árbol...».”

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Sólo un poeta contempla las palabras de esta manera. En ciertas páginas el lector no sabe si enfrenta una novela o un poema. El penúltimo capítulo (21, “Bosque submarino”) es un poema que sólo puede entenderse si se ha leído la novela completa y que brota de otros dos capítulos fundamentales: 17, “Oscuridad”, y 19, “Diálogo en la oscuridad”. En el primero, debido a un accidente, los personajes se conectan como no pudieron hacerlo en las clases de griego, y en el 19 se acercan en la oscuridad y el silencio hasta conjugarse en el poema del penúltimo capítulo, donde son palabras o líneas de luz, y saltan al abismo de la última página, titulada 0. ¿Un nuevo comienzo?


25 de octubre de 2924



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