Yoko OgawaPERFUME DE HIELO
1
Era un tipo de silencio que no había experimentado nunca. No era frío. Era un silencio en el que no era necesario buscar palabras a la fuerza, reinaba una profunda calma, como si el aire fluyese como el murmullo del agua en el fondo del tímpano.
Uno muere cuando ha acabado su misión en la vida.
(...) Parecía como si la voz del violonchelo, templada sólo un instante, viniera flotando hacia mí y me rodease con sus brazos. El sonido, probablemente debido al viento que soplaba, vibraba a veces como si fuera a desaparecer, aunque el arco se deslizase sobre las cuerdas sin interrupción. Estábamos rodeados por completo del color rojo de las amapolas, hasta el límite del horizonte con el cielo. Los tallos se inclinaban y los pétalos se balanceaban, como al ritmo del violonchelo.
-Tú hueles a persona que escribe. - ¿Es un olor desagradable? -No, todo lo contrario. La base sería el papel. Un cuaderno muy usado repleto de palabras. Unos documentos voluminosos guardados en un rincón de la biblioteca. Una librería en la que hay poca gente, a primera hora de la tarde. Y algo de mina de lápiz y goma de borrar. Así sería tu perfume. - ¿Acaso puedes adivinar la profesión de una persona a la que acabas de conocer? -Depende. Hay veces que sólo con sentarme a su lado puedo adivinar qué ha desayunado, y hasta el ambiente del lugar en donde acababa de estar. Es como pensar: "Vaya, ha desayunado un huevo frito con ketchup", o bien: "Anda, este señor acababa de tomar un baño de vapor tras pasar la noche en vela..."; algo así. -Como si fueras un vidente. -No soy ningún vidente. Porque no soy capaz de predecir el futuro. El olor está siempre en el pasado.
A pesar de que había hecho un viaje largo, el abismo en el que había desaparecido Hiroyuki permanecía allí. Inmóvil, como conteniendo la respiración, rebosante del agua estancada de la ausencia. Acerqué la mejilla al frío cristal de la ventana y cerré los ojos, con la intención de calmarme. Aún no sabía qué hacer cuando sufría un ataque de tristeza. A veces me daban ganas de gritar, sin importarme que la gente se sorprendiera, o de clavarme un puñal en el pecho. Pensaba que con gritos o con sangre podría rellenarse aquel abismo. Pero sabía perfectamente que, aunque hiciera aquellas cosas, todo ello resultaría inútil. Aunque estaba sollozando por fuera, dentro de mi corazón permanecía simplemente perpleja, inmóvil al borde del abismo.
Cuando se quiere reconocer un olor, cualquier persona sale a vagar por el vasto mundo del pasado que cada uno posee en sí mismo. En el mundo del pasado no existe el sonido. Es igual que en los sueños, que son mudos. La única guía es la memoria.
Por primera vez, me regaló un perfume que había creado para mí. Era un regalo que nos habíamos prometido desde hacía mucho tiempo. Cada vez que le apremiaba, solía decirme, bajando los ojos, confuso: -No es tan simple como piensas. Tengo que conocerte aún más, con detenimiento... A ese perfume le puso el nombre de "Fuente de memoria". El frasquito esbelto y translúcido era realmente sencillo. La curva era desigual, y tenía algunas burbujas. Al examinarlo a la luz, parecía que aquellas burbujas bailaban dentro del perfume. El tapón, a diferencia del de los de los frascos corrientes, estaba finamente rallado. El motivo era un plumaje de pavo real. -El pavo real es el mensajero del dios de la memoria -dijo, y al hacerlo destapó el perfume, deslizó los dedos por mis cabellos, y puso una gota del perfume detrás de mi oreja. No había motivo para suicidarse al día siguiente de una noche tan importante para nosotros. Desde hacía un rato me hacía la misma reflexión una y otra vez. Si ya había decidido suicidarse hacía tiempo, y simplemente estaba esperando a terminar el perfume, y no quería causarme mayores pesares, no hubiera debido terminarlo.
Quiero ir a una biblioteca... Es igual que sea nacional o municipal, o de alguna universidad. Es un lugar donde hay muchos libros o revistas y se leen o se consultan documentos libremente. ¿Lo entiendes? Creo que tú también has ido alguna vez a una biblioteca.
Pese a la cantidad de libros que había, sólo estábamos nosotros dos allí. Parecía haber una infinidad de libros que nadie tocaría ni abriría nunca. Me daba la sensación de que, si aguzaba el oído, oiría la respiración de los libros dormidos.
Perfume de hielo, 1998
No hay comentarios:
Publicar un comentario