miércoles, 29 de enero de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Volviendo a casa

Ojos traicioneros
Bogotá, 2020
Foto de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
VOLVIENDO A CASA
27 de enero de 2020

Volví a casa con más de cien libros y nueve revistas: cien kilos de equipaje, ochenta por Interrapidísimo y veinte en la bodega del avión.  

No batí el record del viaje a la Filbo del año pasado: 250 libros. Creo que entonces fueron 120 kilos. ¿O 150? Abrí la puerta y ahí estaban, en la sala, los bultos de libros, la pasión de mi vida.

Además, en este viaje traje una pulidora y una pala, una caja de pulpos y una bomba de bicicleta, colores y juguetes para repartir, artículos de aseo y de cocina, regalos de cumpleaños para Alejandra y tres maletas, entre otras cosas. Y música. Nunca en mi vida había comprado tanta música. Y a tan buen precio. "Me dio por la cabeza", dijo uno de los vendedores. Lo sé.

El sábado pasado, para Alejandra y yo, fue 6 de junio. Le hice con un cartón una tarjeta de cumpleaños plegable. Le di una bolsa de mandarinas, agendas y lápices, materos, té negro, unos guantes de cocina, un par de libros, galletas y caramelos.

Me fue bien en Bogotá. Por primera vez en más de veinte años volví a ponerme una camisa planchada y me acordé que en otra vida la Chiquita me alisaba los pantalones extendiéndolos debajo del colchón: no hay duda de que teníamos una cama caliente. Visité los lejanos territorios del Virrey y celebramos el cumpleaños de Cata el domingo 12. Fuimos a recorrer La Candelaria una noche pero no encontramos a Mariela, la señora de los tangos. Conversé con editores: Adriana Martínez, Fernando Rojas, Miguel Manrique, Mafe. Llevé y recibí propuestas. Debo entregar novela en mayo y armar un libro para jóvenes. Fui ayudante de cocina en casa de Mafe. Vi un par de locas en territorio neutral.

Leí tres libros: Crónicas de motel, de Sam Shepard, Memoria de jirafa, de María del Rosario Laverde, y Ráfagas de tiempo, de Plinio Apuleyo Mendoza. Llevaba Mujeres muertas de amor para revisar una vez más pero no me alcanzó el tiempo. Siguen pendientes las lecturas de Bocaflor y Las batallas de Rosalino. Tomé fotos con el iPhone y la Canon. El celular brinda más posibilidades porque la gente no desconfía. Como todo el mundo anda con celular, puedo pasar desapercibido y a menudo logro preciosos acercamientos.

Fui con Evelio Rosero al Museo Botero y se nos escurrió la baba con el Bacon y los Picassos. Intercambiamos libros e información y almorzamos. Esta vez no hablamos de mujeres ni de libros ni fuimos a comprar películas ni mezcal. Nos queda pendiente una excursión a Unilago: disco duro y otras cositas. Vi en Tostao a Juan Pablo Mojica, que ya no es socio de Cataplum: le llevé mis cuentos de la colección Debajo de las estrellas y tomamos café. Tenemos una broma privada: nos consideramos compañeros de celda porque en Bologna, hace dos años, compartimos habitación en un hotel que fue convento en otros siglos. En recepción, si el cliente lo desea, puede solicitar una Biblia y el látigo de las flagelaciones. Escribí entonces que una monja desnuda, blanquísima, casi transparente, recorría de noche los pasillos y uno que otro huésped amanecía profundamente enamorado... y muerto. 

No vi a Darío Jaramillo, que seguía de vacaciones en su pueblo, pero le dejé un par de libros en su residencia: los cuentos y Dulce animal de compañía

En menos de dos meses vuelvo a volar.






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