lunes, 6 de enero de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Madre

Mi madre
(1940 - 2000)

Triunfo Arciniegas
MADRE
Cuatrovientos, 6 de enero de 2020


Hoy mi madre, que murió hace veinte, cumpliría ochenta años. Estaría vieja y cansada, y tal vez enferma, pero sería un gusto subir de madrugada a Pamplona y visitarla este lunes festivo, darle un regalito y conversar un rato en la divina luz de esta mañana. La buscaría en la casa de una de mis hermanas, y ahí, poco a poco, antes de mediodía nos iríamos reuniendo todos. Sería la oportunidad de conocer a otro sobrino. Los Arciniegas nos reproducimos como conejos y siempre hay otro niño corriendo por la casa. Mamá, ¿y este quién es? ¿De quién es? ¿Con ese desgraciado se juntó mi hermanita? En fin, adelantaríamos cuaderno y nos reiríamos de muchas cosas.
Mi madre era el hilo que nos juntaba. Ahora casi no nos vemos. Cada quien hace su vida. Diestros en las antiguas hierbas de la melancólica, nos curamos las heridas en los rincones más oscuros. Marta vive en otra ciudad y hace años que no viene. Fuimos amigos en la adolescencia. Ramiro, la oveja negra, sigue en la cárcel: no lo quiero en mi vida. Seguirá con el diablo por dentro hasta el fin de sus días. Jaime, el más inteligente de todos, volvió de Italia después de quince meses y estoy seguro que viajará de nuevo. En el tatuaje por fin encontró el oficio de su vida. Nancy volvió de Bogotá hace un año con su hijo adolescente, herido por la desdicha, y ahora se irá donde le salga trabajo. Yolanda va y viene, pedaleando en su máquina de coser sueños. De Betty no sé nada. Tampoco de Nury, con quien no hablo hace treinta años. De vez en cuando converso con Nelly, tan dulce y amorosa, de vez en cuando nos vemos. Rubén, entre la herrería y La Mancha, salvaje y talentoso. Álvaro,  el más terco y el menos bendecido por los dioses, dedica sus días a los jardines ajenos. Clementina, enferma.
Soy el mayor de los catorce hijos que tuvo mi madre en veinte años. Dos se malograron antes de nacer, y el resto seguimos con vida. María Herminia Cáceres veló por todos, fue el ángel de todos. Todavía es un misterio la manera cómo resolvía nuestros afanes. No trabajaba, pero dominaba la economía como nadie. Fue el cajón de los secretos. A ella le contábamos nuestros más profundos pesares. Discutíamos a menudo. Veíamos el mundo de manera diferente, pero sus luces me servían de guía.
Una vez me estrellé con la camioneta a la entrada de Cúcuta y fui a visitarla tan pronto pude. Andaba furioso con mi mala suerte. A ella no le pareció que fuera así. "No sabe cómo quedó la camioneta", dije.  Y aproveché para demostrarle que  no había funcionado el escapulario que me había dado para colgar cerca del volante. Me miró de arriba abajo, con algo de compasión, y dijo: "Pues lo veo bien".
En esta sagrada mañana le pediría que le rezara a sus dioses y prendiera la velita por un proyecto pendiente. Teníamos nuestros negocios y jamás nos incumplíamos. A veces le adelantaba el porcentaje para asegurar el asunto.
Extraño a esa vieja y dulce amiga. Extraño el mundo que tuvimos: su arroz, su manera de enfrentar el sufrimiento, la ciega dedicación a sus hijos, sus palabras de aliento. Qué amor más grande, qué manera de querernos, por Dios.
Extraño a mi madre, un dolor que no acaba.



No hay comentarios: