jueves, 23 de enero de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Martes de fotógrafo

El fuerte
Carrera séptima, Bogotá
21 de enero de 2020
Foto de Triunfo Arciniegas  

Triunfo Arciniegas
Martes de fotógrafo
Bogotá, 21 de enero de 2020


Le tomo una foto a unos vagos sentados en una de las nuevas bancas de la carrera séptima, y uno de ellos me dice mientras me alejo: “Vaya a tomarle fotos a su mamá”. Lo haría dichoso, pero me queda difícil: se murió hace veinte años.

Hombres mayores, casi viejos, llevados.   No se trata de jubilados: están peor. Me pregunto cuántas patrañas habrán hecho juntos, si tendrán un muerto a cuestas. Viven del rebusque y las trampas. Peor que en la pobreza: en plena y malparida miseria.

Se ve bastante sola la ciudad a esta hora, lenta, como una serpiente que se desenrosca. Aún no hay desayuno en el pasaje de La Macarena. Es día de paro: policías como arroz. Hablan de sus cosas. Aún no llega la hora de apalear cristianos.  No hay cajeros en servicio. Han sellado puertas y ventanas con láminas, con madera, con mallas, porque de pronto los ánimos se desatan y se arma la trifulca.

Camino por la carrera séptima hasta el edificio donde vive el poeta Darío Jaramillo, que sigue en vacaciones, y le dejo un par de libros. No sé si habrá clase en mi antigua Universidad, La Javeriana, donde los lunes, de cinco a seis de la tarde, oía a hablar a Fernando Charry Lara sobre la vida y la obra de Pablo Neruda. Era muy pobre y desdichado entonces, andaba con zapatos rotos entre tanta niña bonita y tanto hijo de papi, pero qué recuerdo más maravilloso: la voz de Charry Lara y el atardecer. Me da pereza caminar más allá. Regreso al centro despacio, deteniéndome en una y otra parte a tomar fotos. Camuflo una cámara de cuatro millones de pesos con una bolsa de tela que conseguí en el mercado de las pulgas. Me preguntan a menudo por qué la expongo así, y la verdad es que de poco me sirve dejarla en casa.

Va a llover en la tarde.

Tengo vuelo esta noche.

Voy a dormir en Cuatrovientos.

Vuelvo a ver al mendigo de ojos verdes frente a la iglesia de las Nieves. El otro día le pregunté por qué andaba tan jodido y su respuesta me hizo reír: “Soy de Armenia”. Le digo: “¿Usted otra vez por acá?” Sonríe. Nos estrechamos la mano. No tiene más de treinta años y es un hombre apuesto, rubio y gracioso, aunque demasiado flaco, con la dentadura echada a perder y algunas canas en la barba. En otras circunstancias y con algo de suerte, sería actor o modelo. ¿Qué desgracia llevará a cuestas? ¿Qué tan terrible fue su infancia? ¿Qué mujer torció su destino? ¿Qué será de su familia? ¿Qué pecados lo arrastraron a la puerta de esta iglesia? Le digo unas cuantas cosas, ya no sé cuáles, pero me queda en la memoria su respuesta: “Bellas palabras”. Necesita diez mil pesos para un termo porque quiere dedicarse a vender café. ¿No será para la marihuana? No creo que con diez mil pesos pueda iniciar el negocio. Le pido permiso para tomarle una foto, le doy unas monedas y lo abandono a su propia miseria.





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