El fuerte Carrera séptima, Bogotá 21 de enero de 2020 Foto de Triunfo Arciniegas |
Triunfo Arciniegas
Martes de fotógrafo
Bogotá, 21 de enero de 2020
Le tomo una foto a unos vagos sentados en una de las nuevas bancas de la carrera séptima, y uno de ellos me dice mientras me alejo: “Vaya a tomarle fotos a su mamá”. Lo haría dichoso, pero me queda difícil: se murió hace veinte años.
Hombres mayores, casi viejos, llevados. No se trata de jubilados: están peor. Me pregunto cuántas patrañas habrán hecho juntos, si tendrán un muerto a cuestas. Viven del rebusque y las trampas. Peor que en la pobreza: en plena y malparida miseria.
Se ve bastante sola la ciudad a esta hora, lenta, como una serpiente que se desenrosca. Aún no hay desayuno en el pasaje de La Macarena. Es día de paro: policías como arroz. Hablan de sus cosas. Aún no llega la hora de apalear cristianos. No hay cajeros en servicio. Han sellado puertas y ventanas con láminas, con madera, con mallas, porque de pronto los ánimos se desatan y se arma la trifulca.
Camino por la carrera séptima hasta el edificio donde vive el poeta Darío Jaramillo, que sigue en vacaciones, y le dejo un par de libros. No sé si habrá clase en mi antigua Universidad, La Javeriana, donde los lunes, de cinco a seis de la tarde, oía a hablar a Fernando Charry Lara sobre la vida y la obra de Pablo Neruda. Era muy pobre y desdichado entonces, andaba con zapatos rotos entre tanta niña bonita y tanto hijo de papi, pero qué recuerdo más maravilloso: la voz de Charry Lara y el atardecer. Me da pereza caminar más allá. Regreso al centro despacio, deteniéndome en una y otra parte a tomar fotos. Camuflo una cámara de cuatro millones de pesos con una bolsa de tela que conseguí en el mercado de las pulgas. Me preguntan a menudo por qué la expongo así, y la verdad es que de poco me sirve dejarla en casa.
Va a llover en la tarde.
Tengo vuelo esta noche.
Voy a dormir en Cuatrovientos.
Vuelvo a ver al mendigo de ojos verdes frente a la iglesia de las Nieves. El otro día le pregunté por qué andaba tan jodido y su respuesta me hizo reír: “Soy de Armenia”. Le digo: “¿Usted otra vez por acá?” Sonríe. Nos estrechamos la mano. No tiene más de treinta años y es un hombre apuesto, rubio y gracioso, aunque demasiado flaco, con la dentadura echada a perder y algunas canas en la barba. En otras circunstancias y con algo de suerte, sería actor o modelo. ¿Qué desgracia llevará a cuestas? ¿Qué tan terrible fue su infancia? ¿Qué mujer torció su destino? ¿Qué será de su familia? ¿Qué pecados lo arrastraron a la puerta de esta iglesia? Le digo unas cuantas cosas, ya no sé cuáles, pero me queda en la memoria su respuesta: “Bellas palabras”. Necesita diez mil pesos para un termo porque quiere dedicarse a vender café. ¿No será para la marihuana? No creo que con diez mil pesos pueda iniciar el negocio. Le pido permiso para tomarle una foto, le doy unas monedas y lo abandono a su propia miseria.
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