A Hadley le dio vergüenza el fuerte olor a carne que venía de la cocina. Ernest solía ir al Jardin du Luxembourg y, cuando el gendarme daba la espalda, elegía el pichón más gordo y le retorcía el pescuezo allí mismo, en el parque, y lo escondía en el cochecito de Bumby. Una vez había traído a casa un pájaro todavía vivo. Ahora les llegaba el tufillo de la cocina. Se había cansado de comer pichón asado ese invierno.
Noami Wood
Las señoras Hemingway
Barcelona, Lumen, 2014, p. 27
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