Julio Cortázar |
Crónica de un lector de Rayuela 4.
Lo que dijo Rafael Conte
Por Juan Cruz | 25 de junio de 2013
Hay un libro fundamental para seguir lo que fue el boom de la literatura latinoamericana mientras estaba estallando ese momento peculiar en el que el entusiasmo y la ficción se agarraban de la mano. Es La llegada de los bárbaros. La recepción de la literatura hispanoamericana en España (1960-1981), cuyos editores fueron Joaquín Marco y Jordi Gracia. Lo publicó Edhasa en 2004 y es desde entonces una joya de obligatoria consulta.
En La llegada de los bárbaros, que reclama una reedición quizá, o una versión más abreviada para que quepa en un bolsillo (tiene 1181), se recoge aquel movimiento de recepción que no fue siempre admirada, pero que en todo caso reflejó el fervor con la que el boom fue comentado en los círculos periodísticos y culturales españoles. Esa recepción dio paso, precisamente a partir de principios de los años 80, a una sintonía más descreída, menos fervorosa, hasta que a principios de los 90 se produjo un enfriamiento que afectó a algunos autores. Entre ellos, a Julio Cortázar.
Pero en aquel momento, a mediados de los años 60, como recogen Marco y Gracia en su extraordinaria antología, Cortázar estaba en el centro del asombro. Un crítico literario que ha sido y es fundamental para entender la relación de España con la literatura iberoamericana y extranjera, Rafael Conte, dio en su periódico, Informaciones,cuyo suplemento literario dirigía entonces antes de ser el corresponsal de ese periódico en París, noticia muy cumplida de ese asombro personal ante Rayuela.
Como solía hacer Rafael Conte, aunque escribiera en periódicos en los que el espacio no resulta infinito, se entretuvo en situar a Cortázar antes de resaltar la importancia de la novela que tanto le había llamado la atención. La revista Índice de Juan Fernández Figueroa había hecho un amplio despliegue sobre la figura de Julio Cortázar, con textos del imprescindible Luis Harss, de Francisco Fernández-Santos y de José-Miguel Ullán, y con fotografías de Antonio Gálvez, que era entonces en París lo que ahora es, y muy gozosamente, Daniel Mordzinski. Así que la gente ya lo sabía: Cortázar era alguien muy especial, y Conte quería situarlo. Era el 2 de septiembre de 1967; Rayuela había sido publicada por Sudamericana el 28 de junio de 1963; pero entonces las cosas iban despacio. Y se leía más despacio; algunos dicen que mejor.
Para empezar Conte puso a Cortázar al lado de Borges. Relativamente. “Suele decirse”, comentaba Rafael, “que Cortázar nace de Borges. Esta es una verdad relativa. Indudablemente, Cortázar es un escritor argentino, mejor todavía iberoamericano, y también es cierto que la literatura intelectual ha surgido en dicho continente de la mano sapiente y espléndida de Jorge Luis Borges. Borges ha sufrido un evidente influjo anglosajón”.
Pero Cortázar… Lo dice Conte: “Cortázar, nacido de su línea, ha sufrido otra vieja influencia europea: la francesa”. Y esa es la raíz de Rayuela, el binomio del que disfruta no es tan solo el que marca la procedencia argentina del autor y su pasión por la literatura sino la querencia de Cortázar por autores de fantasías tan disparadas como Poe, los patafísicos, Jarry, Cocteau o Apollinaire, todo eso amalgamado con pasiones acaso extraliterarias (o no tanto), como el cine o Charlie Parker. Un argentino en París, dos de las casillas confundidas de la rayuela.
Esas combinaciones aleatorias darían de sí, dice Conte, el asombro de Rayuela, que Cortázar pensaba (y decía) era dos libros. Esa broma metafísica del autor llevó a un universo entero de lectores a buscar las distintas maneras de leer el libro, cuando en realidad había que haber seguido su propia enseñanza (dictada en un cuento célebre) sobre la mejor manera de desplazarse: ir a pie, como siempre se ha ido; es decir, leer y leer, y leer sin otro orden que el que dicta el sentido común literario.
“Efectivamente”, concedía entonces el crítico, “Rayuela puede leerse normalmente, empezando por la primera página y terminando en las trescientas y pico de las casi seiscientas que tiene el libro. La otra manera de leerlo es seguir un orden, aparentemente arbitrario, indicado por el autor al principio, según un número que lleva cada capítulo fragmento, o hasta unas pocas líneas numeradas y que añadidas como apéndices explicativos –culturales, religiosos, informativos, documentales, diálogos inconexos, citas, trozos de periódicos, refranes, poemas, etcétera--, constituyen el resto del libro”.
Rayuela representa lo mejor de Cortázar; Conte cree, lo dice entonces, que el escritor ha puesto en su libro “toda la gama de innovaciones técnicas de la literatura contemporánea”. Y lo hace en nombre de una actitud literaria: “la agresión a la realidad”, según el crítico. “Cortázar agrede a la realidad, la deforma y la maneja, sin por ello falsearla, sino explicándola con una ironía negra, perfectamente agresora, y siempre cruelmente lúcida”.
Conte nos puso a muchos a leer. Fue esta nota, en concreto, la que a aquellos lectores juveniles nos llevó a las librerías. Queríamos saber qué era la Rayuela de la que hablaba Rafael Conte. Y salimos con el libro y ya no salimos de esa rayuela. Como dice ahora Harss, nos hicimos rayuelitas. Hasta hoy.
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