lunes, 30 de octubre de 2023

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Ilustración de Jonathan Wolstenholme 


Julio César Londoño 

CONSEJOS PARA ESCRIBIR MUY MAL

 

La literatura es un ejercicio de pulso y equilibrio. Es inconveniente ser muy claro porque el texto termina encallando en obviedades, o muy críptico, porque nos pueden asestar una dura sentencia: «Hay escritores que parecen oscuros por su profundidad. Otros quieren parecer profundos a fuerza de oscuridad».

El narrador debe evitar los excesos líricos porque la poesía ralentiza la acción. El ensayista tampoco porque el protagonista del ensayo debe ser la conjetura, no el lenguaje. Hoy, incluso los poetas evitan los excesos líricos y confían cada vez más en una versificación austera, de modo que la poesía esté entre líneas, no en la superficie.  

Darío, Wilde y Yourcenar ilustran muy bien lo empalagosa que resulta la «prosa poética».

Hay que evitar los adjetivos redundantes. Al sustantivo «pájaro» no le agrega nada el adjetivo «hermoso». Las lentejuelas de «Extraordinario» están mohosas. «Mágico» ha perdido hechizo. En el pulso del adjetivo se conoce al estilista. Ejemplos: 

«El jubilado dejó una propina estítica sobre la mesa y se marchó».

«La salamandra descendió con una agilidad líquida».

Hay que confiar en el sustantivo. La piedra, el pájaro y el agua no necesitan calificativos.

Una opción interesante es calificar con verbos: 

«Las ferias del mundo le llenan de oro la boca para que Vallejo escupa sus conferencias».

«Roy perpetró un libro de versos (puede ser acusado de malversación).

«El senador contrajo condecoraciones que terminaron de arruinar su reputación».

«En las arenas de Nevada los empresarios desovaron los engendros de sus casinos».

Si usted insiste en adjetivar, estudie el soberbio pulso de Franz Kafka: «Las mujeres de los emperadores –ociosas entre sus almohadones de seda, desviadas de la noble tradición por cortesanos viles, henchidas de ambición, violentas de codicia, desaforadas de lujuria– repiten y vuelven a repetir sus abominaciones. Cuanto más tiempo ha transcurrido, más terribles y vivos son los colores, y con temor nuestra aldea recibe la noticia de que una emperatriz bebió hace miles de años la sangre del marido a grandes tragos». (La construcción de la muralla china).

Así como en los monitores de las UCI una línea horizontal significa muerte, en literatura la monotonía es mortal. El texto debe variar en asuntos, puntos de vista y peripecias, y la intensidad tiene que oscilar. La tensión es indispensable. Es el alma de la literatura. Hay que mantenerla con primicias en el ensayo, con giros y puntos climáticos en los relatos, con imágenes poderosas en el poema y con sorpresas en todos los géneros: algo que rompa la serie lógica. Lo previsible. Algo paradojal. Aunque amamos el orden y la tranquilidad que nos proporcionan las teorías científicas, las poéticas y los metadiscursos, el lector ama las paradojas que subvierten ese orden. La fractura es inevitable. indispensable. Es un giro que excita al anarquista que se agazapa en el corazón del amante de la ley. Ejemplo: «Los clásicos tenían una creencia romántica, las musas. El romántico Poe, en cambio, profesó una teoría clásica, racional, de la composición literaria». 

La erudición, en especial la exhibicionista, es uno de los enemigos mortales de la literatura. Puede convertir un poema en un artefacto meramente intelectual, un relato en un mal ensayo y un ensayo en un monumento a la pedantería.

Quizá en el manejo de estos vaivenes entre el sustantivo y el adjetivo, la luz y la sombra, la lógica y la paradoja esté «el punto de caramelo» que perseguimos los escritores. Quizá «el encanto» de una página no sea otra cosa que una mezcla precisa de estas variables. 

De estos asuntos nos ocuparemos en mi Taller Virtual de Escritura que inicia sus clases el sábado 16 de septiembre.

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