sábado, 28 de octubre de 2023

Casa de citas / Mariana Enríquez / Stephen King


Mariana Enríquez
STEPHEN KING

Shock of the new / Jordan Peele, Mariana Enríquez and more on the horror fiction renaissance



Mi revelación definitiva llegó poco después con Recibí la novela como regalo de Nochebuena. Yo tenía diez años y mi tío, el hermano de mi padre, me lo obsequió porque era un best seller y él, poco interesado en la literatura y menos aún en la literatura para niños y adolescentes, pensó que podía ser adecuado. Empecé a leerlo la mañana de Navidad. Leí todo el día, paré para comer las sobras de la cena, y al atardecer, ante una página particularmente brutal, arrojé el libro lejos de mí, como si fuese un insecto venenoso. Es mi recuerdo de lectura más vívido, iniciático y definitivo. Cuando expulsé ese libro de mis manos supe que quería escribir, y entendí el inmenso poder de la ficción, lo verdadera que podía ser.



     Stephen King me abrió un mundo. No sólo el de su literatura, para mí la más sólida del género. King suele dedicar libros a otros escritores, Shirley Jackson, por ejemplo, a quien nombra seguido. Llegué a ella con The Haunting of Hill House (o La maldición de Hill House), una novela pegajosa, sexual, enfermiza, con todo el terror de los lazos familiares agobiantes y la casa como el espacio del horror. ¿Dónde encontrar a todos los demás, esa generación de escritores que arrancaban el horror del cosmos y los castillos y las mansiones y lo ponían sobre mi cama y en mi patio? Comencé a coleccionar ediciones populares que recopilaban cuentos de terror y tenían títulos como El gran libro del terror u Horror I, II, III, o Caricias de horror, todos los lugares comunes imaginables y las tapas más cutres del planeta. Adentro, sin embargo, esos libros baratos de Martínez Roca tenían textos de los escritores más notables del género. Harlan Ellison con “El gemido de los perros apaleados”, un cuento de terror urbano basado en el crimen real de una mujer y la indiferencia de una ciudad entera; Robert Aickman y sus historias casi incomprensibles, con hoteles invadidos por muertos, insomnes vagando por bosques y sexo demente; Joyce Carol Oates y sus familias perversas, sus adolescentes seducidas por demonios, sus chicos perdidos; los fantasmas etéreos de la elegante Lisa Tuttle y el espanto que esconden las casas abandonadas de Ramsey Campbell. Más tarde llegó Poppy Z. Brite, que escribía desde Nueva Orleans fantasías mórbidas sobre chicos góticos enamorados de la muerte.


 

   Esta fase tuvo una búsqueda desesperante de escritores que escribieran horror en español. Encontré pocos. Algunos cuentos de Cortázar, como “Circe” o “La puerta condenada”. El “Informe sobre ciegos” de Ernesto Sabato. Algunos relatos de Horacio Quiroga que, sin embargo, me producían la misma distancia que los de Poe. Poco más. Tengo teorías sobre esta falta, especialmente de visibilidad, pero no tengo espacio para desplegarlas.



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