La mayoría de las galaxias del universo ya se han ido para siempre.
Debido a la expansión cósmica, las galaxias fuera de nuestro Grupo Local se alejan continuamente. Y cuanto más distantes están, más rápido se mueven. Hoy, cualquier objeto a más de unos 18 mil millones de años luz se aleja de nosotros a una velocidad superior a la de la luz. Eso significa que, sin importar cuán avanzada llegue a ser nuestra tecnología —incluso si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz—, jamás podremos alcanzarlas.
No es que esas galaxias se desplacen rápidamente a través del espacio: es el espacio mismo el que se expande. La distancia entre nosotros y ellas aumenta con el tiempo, estirando la luz que emiten y haciendo que parezcan más lejanas y antiguas de lo que realmente eran cuando esa luz partió. Muchas de las galaxias que observamos hoy son visibles solo porque su luz comenzó su viaje hace miles de millones de años, cuando aún estaban mucho más cerca.
El universo observable se extiende unos 46.1 mil millones de años luz en todas direcciones. Pero el 94% de las galaxias dentro de ese horizonte ya cruzaron el punto sin retorno. Cada año, unos 160 mil millones de estrellas más se vuelven inalcanzables, suficiente para formar una galaxia completa que jamás podremos visitar.
Con el tiempo, solo las galaxias unidas gravitacionalmente a nosotros —como Andrómeda y la Vía Láctea— seguirán siendo accesibles. Todo lo demás se desvanecerá en la distancia cósmica, fuera de nuestro alcance incluso en teoría.
Este límite se conoce como el horizonte de sucesos cósmico. Más allá de él, el espacio se expande tan rápido que la luz de esas galaxias nunca llegará a nosotros. Representa la frontera del causa y efecto en el universo, un límite absoluto establecido por la relatividad general y alimentado por la energía oscura, responsable de la expansión acelerada del cosmos.

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