martes, 11 de noviembre de 2025

Frankestein y los cadáveres



Frankestein y los cadáveres

¿Sabías que el terror de Frankenstein nació de un miedo real que recorrió Inglaterra a finales del siglo XVIII? Un tiempo en el que los cadáveres no descansaban en paz.

En 1752, la llamada Ley de Asesinatos permitió que los cuerpos de los criminales ejecutados fueran disecados públicamente o colgados en jaulas de hierro, como castigo después de la muerte. Lo que comenzó como un acto de justicia se convirtió en el origen de un negocio macabro: los médicos necesitaban cuerpos para estudiar anatomía, y la oferta legal no bastaba. 

Así nacieron los ladrones de tumbas, conocidos como resurrectionists. Se movían de noche, con linternas y palas, desenterrando cadáveres frescos para venderlos a escuelas de medicina. El horror se volvió cotidiano: familias que montaban guardia sobre las tumbas, ataúdes de hierro, trampas para profanadores… incluso asesinatos reales, como el de Burke y Hare, que mataban para vender cuerpos.

Mary Shelley creció escuchando esas historias: rumores de cadáveres robados, de científicos que jugaban a ser dioses, de cuerpos recompuestos con electricidad. Cuando escribió Frankenstein en 1818, no inventó el miedo: lo tomó prestado de una sociedad que ya lo vivía.

El monstruo de Shelley no nació en un laboratorio de ficción. Nació en una Europa donde la muerte tenía precio, y la ciencia —literalmente— desenterraba el alma humana.

 Julio García Marín / Facebook


No hay comentarios: