domingo, 21 de septiembre de 2025

Una pareja / Mark Twain y Olivia Langdon

 


Mark Twain / Olivia Langdon

Cuando Mark Twain se casó con Olivia Langdon, le confesó a un amigo: "Si hubiera sabido lo feliz que podría ser la vida de casado, me habría casado hace 30 años, en lugar de perder tiempo dejando crecer los dientes". Tenía 32 años. Y quizás, detrás de ese tono juguetón, estaba el eco de una verdad profunda: finalmente había encontrado al amor de su vida.

Twain —cuyo verdadero nombre era Samuel Clemens— conocía bien la dureza del mundo. Provenía de una familia modesta, trabajó como aprendiz de impresor, fue piloto de barco de vapor, minero fracasado y, finalmente, un escritor brillante. Conquistó a Estados Unidos con su ingenio, pero fue Olivia quien conquistó su corazón.

Y no fue amor a primera vista, al menos no en persona. Twain se enamoró de ella al ver su retrato en un medallón. El amigo que le mostró la imagen organizó un encuentro entre los dos. Dos semanas después, Twain le propuso matrimonio a Olivia.

Pero ella lo rechazó. Él era diez años mayor, sin dinero y sin refinamiento. Admiraba su talento, pero dudaba ante el abismo social y religioso que los separaba. Twain insistió, pero nuevamente fue rechazado, esta vez por su falta de fe. Con su típico humor, respondió: “Si eso es lo que hace falta, me volveré un buen cristiano”. Pero sintiendo que no había esperanza, se marchó.

El destino, sin embargo, tenía otros planes. La carreta en la que viajaba volcó. Herido, regresó a la casa de Olivia. Ella lo cuidó con ternura y, entre el dolor y el cariño, hizo un último pedido de matrimonio. Ella dijo que sí.

Twain transformó su vida por ella. Leía la Biblia todas las noches, daba gracias antes de las comidas. Llegó a archivar miles de páginas de obras que ella desaprobaba, incluyendo pasajes enteros de Huckleberry Finn. Olivia se convirtió en su editora, su crítica más exigente, su corazón firme. Su hija, Susy, comentó una vez: “A mamá le encanta la moralidad. A papá le encantan los gatos”.

Y él la adoraba. Alguna vez dijo: “Si ella me dijera que usar calcetines es inmoral, los quemaría al instante”. Olivia lo llamaba “niño de cabellos grises” y lo cuidaba con ternura maternal. Él, a su vez, le atribuía su juventud espiritual. Un día, Twain leía a carcajadas. Olivia le preguntó qué leía; era uno de sus propios libros.

La vida, por supuesto, no fue fácil. Perdieron hijos, quebraron, sufrieron. Pero nunca se volvieron uno contra el otro. Nunca una voz elevada, nunca una crítica despiadada. Cuando un amigo se burló de Olivia, Twain casi rompió la amistad. Y cuando él, a los 60 años, partió en una gira mundial, ella dejó todo para acompañarlo.

Mark y Olivia: no fue amor a primera vista, fue amor a última resistencia. Un amor forjado en la persistencia, mantenido en el respeto y eternizado en la ternura. 

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