Idi Amin Dada
Su régimen se convirtió en un reinado de terror. Más de 300.000 ugandeses fueron asesinados, víctimas de purgas, venganzas y caprichos. Nadie estaba a salvo: opositores, periodistas, líderes religiosos, incluso miembros de su propio círculo cercano. La Oficina de Investigación del Estado, su temida policía secreta, convirtió la tortura y las ejecuciones en rutina.
En 1972, Amin tomó una de sus decisiones más fatales: expulsó a la comunidad asiática del país, unas 60.000 personas que eran el motor económico de Uganda. En cuestión de meses, los comercios quebraron, las fábricas se detuvieron y la economía colapsó.
Amin se autoproclamaba “Conquistador del Imperio Británico en África” y alardeaba de títulos extravagantes, pero su gobierno era un pozo de violencia y corrupción. En 1978, su ambición lo llevó a invadir Tanzania. Fue un error: las tropas tanzanas contraatacaron, tomaron Kampala y lo expulsaron del poder en 1979.
El “Carnicero de Uganda” huyó primero a Libia y después a Arabia Saudita, donde vivió tranquilamente hasta su muerte en 2003, protegido por la sombra del olvido.
Su figura es hoy un recordatorio brutal: cuando el poder carece de límites, se convierte en un arma que devora primero a un país y después a su propio portador.
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