Triunfo Arciniegas
LA MUJER DE MIS SUEÑOS
1 de marzo de 2024
Sabía que asistía a la fiesta con la mujer más bella del mundo, aunque nadie más lo notara. Me convenía que se mantuviera así por el asunto de la competencia, de los gavilanes, de los fervientes practicantes del famoso mandamiento: “desearás la mujer de tu prójimo”.
Vestía con elegancia pero, entre tanta gente y tanto esplendor, pasábamos desapercibidos. No me soltaba del brazo. Más que una fiesta parecía una asamblea del derroche, una gala surrealista. De alguna manera supe que vivíamos en una realidad paralela, como la que se inventan los tiranos para mantener su reino de terror. En alguna parte del país estaban enterrando los cuerpos de los jóvenes asesinados por la policía y, en otra, los niños exprimían el barro para calmar la sed.
La fiesta se deslizaba como un barco en la placidez de la noche. Nos separamos para socializar. Mientras se alejaba vi su espalda una última vez y quise correr a cubrirla de besos. La gente se interpuso casi a propósito. Saludé a alguien y conversé a medias, casi a gritos, con alguien que se ganaba la vida escupiendo fuego en los semáforos. No encajábamos en ese ambiente. Busqué una copa con cierta desesperación. Le pregunté a un desconocido por los muertos. Me miró con fastidio y siguió de largo.
No debimos separarnos. Ahora estábamos comiendo en mesas distintas. La vi desde lejos. Varias personas conversaban con ella, embelesadas, y parecía que ya me había olvidado. No conseguí acercarme en toda la noche. Es más, con el paso de las atropelladas horas, la distancia se hizo mayor y el muro infranqueable. Como si hubiesen brotado densos matorrales con espinas que destilaban veneno.
Habían descubierto su belleza. Los rumores revolotearon por la sala. Los periodistas se me acercaron para preguntarme por la mujer más bella del mundo y les dije que hacía rato que no la veía. Esperaban que la buscara y la trajera para una entrevista. No acerté a explicarles que no era posible.
Entonces apareció con su reciente séquito pero sin maquillaje, sin la elegancia del principio de la noche. Se hizo a mi lado y alguien le ofreció un lujoso abrigo para componer la situación. Alistaron las cámaras porque era obvio que se trataba de la mujer más bella del mundo.
Hice una venia, despidiéndome de la reina, y me retiré. Ella me miró sin sorpresa, resignada con su nuevo destino, y se volteó hacia las cámaras.
Me sumergí en el amanecer de los solitarios. Sin la mujer, el mío era mundo de los agonizantes. De los que morían con la boca llena de tierra en los potreros del olvido.
***
ANÁLISIS DEL SUEÑO
Los sueños se desvanecen pronto, en cuestión de segundos. Hay que regístralos de inmediato, en un cuaderno que permanezca en la mesita de noche o en la pantalla del celular. Escribo con un solo dedo. Publico en Facebook o en uno de mis blogs, y sigo trabajando, corrigiendo las erratas, los sinsentidos. Un proceso que puede durar horas.
He descubierto otra manera de trabajar. Antes escribía a mano, digitaba, imprimía, corregía y volvía digitar, conservando las distintas versiones del texto, tanto digitales como impresas. Ahora va quedando una sola versión, pero tengo la disciplina de guardarla tanto en Facebook como en el blog.
El texto anterior es un sueño aunque no lo presente como tal . La historia apareció redonda esta vez. A menudo los sueños míos son un disparate, una cosa sin pies ni cabeza, una mezcla absurda de espacios y situaciones.
No suelo tener sueños hermosos. Me persiguen las pesadillas. Casi siempre estoy perdido en una ciudad. No siquiera sé su nombre. Mucho menos las rutas de los autobuses. No sé cómo llegar a casa. O voy de una ciudad a otra y he perdido el equipaje.
El sueño viene de una foto que me envió Jaime Fernández. Se ve muy elegante junto a su mujer Doris Gallego. Me convenció que se habían casado y luego me contó que era una broma. Pero sí estaban en un matrimonio. Y esa fiesta es la de mi sueño. Los jóvenes asesinados son los cuarenta y tres estudiantes mexicanos. Algo leí ayer sobre el caso.
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