LOS PERROS Y LOS CRÍTICOS
14 de marzo de 2024
Hemingway decía que los críticos exhiben la arrogancia de un perro sobre un león muerto. Y aparecen en estos días hasta debajo de las piedras. Uno dice con asco que En agosto nos vemos es mala y pretende enseñarle a García Márquez hasta el uso del adjetivo, furioso porque el maestro no escribió el libro a su antojo. Y otro tiene el descaro de considerarla “una obrita desechable que pudo haber escrito cualquier aprendiz de escritor”. ¿Puede alguien llegar a ser tan pendejo, tan estúpido? Otros respaldan y repiten como loros los comentarios ajenos sin cumplir la tarea de leer el libro. Esos son los peores.
Es como si consideraran que denigrar los enaltece o los convierte en autoridades. Jairo Aníbal Niño me dijo una vez: “Son eunucos enseñando a hacer el amor”.
Los críticos arrogantes olvidan que García Márquez publicó en la revista Cambio el primer capítulo de la novela el 5 de abril de 1999 y el tercero, “La noche del eclipse”, el 19 de mayo de 2003. Para entonces García Márquez disfrutaba aún de sus facultades mentales y no arriesgaría su inmenso prestigio publicando textos desechables. Los otros cuatro capítulos se leen con igual entusiasmo. ¿Entonces qué? La obra es redonda y convincente, sin cabos sueltos, con un equilibrado manejo del espacio que mantiene en su lugar la vida conyugal y las experiencias de la isla. Un párrafo conduce a otro con la fluidez de los manantiales. Tanto la seducción como las relaciones familiares se leen sin tropiezo. Imagino a Hemingway preguntándose qué saben los perros de rugidos.
He leído tres veces la novela y me encanta. No es Cien años de soledad porque no habrá otra ni en un siglo. No exhibe la sólida estructura de Crónica de una muerta anunciada ni la deslumbrante orfebrería de El amor en los tiempos del cólera ni la precisión de relojero de El coronel no tiene quien le escriba. Pero En agosto nos vemos es imposible sin el genio de García Márquez, sin su visión del mundo, sin su legendario dominio del lenguaje. No es una obra maestra y no importa. Hay encanto en estas páginas. Y su lectura es un regocijo asegurado porque, por supuesto, hay belleza.
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