Leí En agosto nos vemos en dos sentadas, regocijado y sobre todo agradecido. Creo que las advertencias frenan el entusiasmo del lector, que se dispone más a encontrar las fallas que al pleno disfrute de la obra. Hay que lanzarse al agua sin pensarlo dos veces y que el viento se lleve los comentarios negativos de la gente que no ha leído el libro. Hay gente así. La novela es una delicia y, si García Márquez hubiese contado con mejor salud, la hubiese enriquecido. Pero es lo que hay. ¿Debió publicarse? Por supuesto que sí. Es puro García Márquez, con su manera de decir las cosas y esculcar las costuras de la vida, con su particular ojo para los adjetivos y esos personajes que intercambian sentencias en vez de conversar como la gente. No se trata de una obra inconclusa: su remate es no sólo sorpresivo sino súbito y eficaz, es decir, perfecto. La novela se distingue por su redondez.
No creo que perjudique la lectura de nadie si digo que la trama se centra en los viajes que una mujer madura hace en sucesivos agostos a la isla donde yacen los restos de su madre. Los viajes de devoción y placer y la vida conyugal. Placer y frustración, porque no todas noches son felices, dicha y agonía, porque hay de todo. Los viajes modifican la vida doméstica. En los distintos capítulos seguimos como si nada los movimientos tanto del marido como de los hijos. El varón, de veintidós años, primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional, y Micaela, de dieciocho, que quiere profesar en la orden de las Carmelitas Descalzas. Ambos terminarán abandonando el hogar, pero el matrimonio continuará contra viento y marea.
El primer capítulo, publicado por la revista Cambio el 5 de abril de 1999, con el mismo título de la novela, me parece deslumbrante. También el tercero, publicado por la misma revista el 19 de mayo de 2003 bajo el título “La noche del eclipse”. Supongo que, si la señora muerte no se hubiese atravesado, García Márquez habría publicado en dicha revista el quinto capítulo, que se me antoja llamar "El obispo". Así tendríamos las tres noches felices, y muy bien contadas, porque en las demás la suerte no acompaña a la protagonista. Tres capítulos preciosos.
La publicación de los dos capítulos en la revista implica la total aprobación por parte del autor. Y podría decirse que los restantes cuatro capítulos no resultan inferiores. De ninguna manera leemos un borrador crudo o un esbozo o un proyecto de novela. Con los años, por lo general, el artista no se orienta hacia la complejidad sino hacia la simplicidad. Léase Borges. O Picasso. Con Joyce sucedió lo contrario: el genio sobrepasó los límites después de Ulises y se sumergió en un territorio donde nadie podía seguirlo.
El artista no tiene porqué escribir o pintar a mi antojo ni nació para complacerme. El lector va a la obra tal cual es, en una perpetua y feliz cacería de hallazgos, y no como un sujeto temeroso de las posibles trampas del camino.
Con una segunda lectura, saltándonos las prescindibles arandelas del prólogo, la nota del editor y las cuatro páginas facsimilares, que sobre todo sirven para dar cuerpo al libro por razones comerciales, tendremos una mejor visión de la obra. Porque García Márquez es para releer y subrayar, como cuando habla del matrimonio de Ana Magdalena Bach, la protagonista, “sostenido hasta entonces por una felicidad convencional que esquivaba las discrepancias para no tropezar con ellas, como se esconde la basura debajo de la alfombra” o “Al menos cinco amigas suyas habían tenido amores furtivos hasta donde les alcanzó el cuerpo y habían mantenido al mismo tiempo matrimonios estables”.
Una segunda lectura nos permitirá advertir que Ana Magdalena piensa que debería estrenar descalza el huipil oaxaqueño que compra en la isla y es el mismo que su hija usará luego para ingresar a las Carmelitas Descalzas. Un huipil que una mujer luce con la intención de quitárselo ante un señor y que la otra se pone para recibir al Señor: erotismo y religión se devoran como serpientes. O que en el capítulo cuarto la mujer empieza leyendo Crónicas marcianas en la isla, y luego, en casa, termina El ministerio del miedo, un detalle que un editor hubiese remediado de fácil manera. Un error que se comete a cualquier edad. Y en la literatura abundan, como los camaleónicos ojos de Emma Bovary.Me emociona que García Márquez haya cedido a la protagonista sus libros amados, Drácula, Diario del año de la peste, Crónicas marcianas, entre otros, y me imagino que también su propia música. No hay que olvidar que leemos sobre las andanzas de una lectora. No hay que olvidar que don Quijote y la señora Bovary son consumados lectores. La gente que lee descifra el mundo de otra manera.
¿Se justifica el revuelo mediático? Se trata del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, el escritor más grande de nuestros tiempos, un genio indiscutible. Al maestro se le admira en todas partes del mundo y a nadie sorprende la inmediata avalancha de traducciones. Es una mina de oro, entre otras cosas, y lo fue a partir de Cien años soledad. Sus herederos se vuelven mucho más multimillonarios. Sus editores brincan en una pata. Sus lectores estamos regocijados y agradecidos.
Nadie pierde. Qué dicha, por unos días hablamos de un escritor y no de un asesino al que un oscuro presidente le tiende la mano, hablamos de una novela y no de las pestilentes tramas de los poderosos que se empeñan en jodernos la realidad, hablamos de la vida y no de un país cuyos políticos desbocan al abismo. La ficción, exquisito consuelo, nos permite semejante delirio. La prodigiosa imaginación de un solo hombre y su mágico dominio de las palabras entretienen y sostienen al mundo entero.
Con una segunda lectura, saltándonos las arandelas del prólogo, la nota del editor y las cuatro páginas facsimilares, que le dan más cuerpo al libro pero que a la larga resultan prescindibles, tendremos una mejor visión de la obra. Porque García Márquez es para releer y subrayar, como cuando habla del matrimonio de Ana Magdalena Bach, la protagonista, “sostenido hasta entonces por una felicidad convencional que esquivaba las discrepancias para no tropezar con ellas, como se esconde la basura debajo de la alfombra” o “Al menos cinco amigas suyas habían tenido amores furtivos hasta donde les alcanzó el cuerpo y habían mantenido al mismo tiempo matrimonios estables”.
Me emociona que García Márquez haya cedido a la protagonista sus libros amados, Drácula, Diario del año de la peste, Crónicas marcianas, entre otros, y me imagino que también su propia música.
¿Se justifica el revuelo mediático? Se trata del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, el escritor más grande de nuestros tiempos, un genio indiscutible. Al maestro se le admira en todas partes del mundo y a nadie sorprende la inmediata avalancha de traducciones. Es una mina de oro, entre otras cosas, y lo fue a partir de Cien años soledad. Sus herederos se vuelven mucho más multimillonarios. Sus editores brincan en una pata. Sus lectores estamos regocijados y agradecidos.
Nadie pierde. Qué dicha, por unos días hablamos de un escritor y no de un asesino al que un oscuro presidente le tiende la mano, hablamos de una novela y no de las pestilentes tramas de los poderosos que se empeñan en jodernos la realidad, hablamos de la vida y no de un país cuyos políticos desbocan al abismo. La ficción nos permite semejante delirio. La prodigiosa imaginación de un solo hombre y su mágico dominio de las palabras entretienen y sostienen al mundo entero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario