Great Silas at Night, 1909 Robert C. Minor |
Triunfo Arciniegas
LAS CIUDADES Y EL MAR
13 de marzo de 2024
Sucedió después de alimentar a los gatos. Me despiertan entre las tres y cuatro de la madrugada, más cerca de las tres que de las cuatro. No maúllan. Permanecen mirándome con fijeza, como estatuas, sin un solo parpadeo. Si no consiguen despertarme, Mío estira una pata y me toca. O hace cierto ruido, un leve y sordo gruñido. Despierto y veo esos ojos intensamente abiertos. Esclavo de los dioses, no tengo opción.
Bajé a darles comida y volví a la cama. Estaba decidiéndome entre una nueva lectura de En agosto nos vemos o comenzar una serie de Netflix. Pensé en dejar pasar un día más antes de confirmar una sospecha con una cuarta lectura de la novela y encendí el televisor. Me dormí antes de encontrar la serie.
Me habían invitado a una mesa redonda pero no tenía claro el tema. Le pedí el programa a alguien y vi que debía hablar sobre las ciudades y el mar. Había acudido al evento con tres acompañantes: una pareja amiga y una mujer que había sido mi novia, alta y morena, una mujer muy bella y difícil. Tana Soledad, en la vida real, un amor casi platónico. Era como si de un sueño hubiese pasado a otro. Uno del que me habían mandado muy bien vestido. Alababan mi pinta pero tenía la certeza de que otros me habían vestido así. Ni siquiera había pagado por los trapos. Además, estaba pensando en mi discurso y cómo salir del paso sin tanta vergüenza. Por suerte, éramos muchos los invitados y las intervenciones serían muy cortas. Una de las invitadas, que se me hacía muy conocida, rubia y pequeña, me trató con cierta familiaridad y terminamos juntos en la mesa. Sé de quién se trata en la vida real, y ya no somos tan amigos.
Me desperté pero regresé de inmediato. Ya he pasado antes por estos sueños intermitentes. La “mesa” había cambiado. Ya no estábamos frente al público sino a uno y otro lado de una larga mesa, sin que importara que la mitad de los invitados le diera la espalda al público. Ya tenía una estrategia para mi participación. Enfrentaría las palabras ciudad y mar o ciudad y agua, a la manera del binomio mágico de Gianni Rodari: ciudad sin agua o ciudad inundada, ciudades en el mar o ciudades en el desierto, hombres de ciudad y hombres de mar. Algo así. La rubia, que ahora lucía un nuevo y atrevido atuendo, casi un traje de baño con algunas cintas, se paseó sonriendo a mi alrededor. Otra mujer me hacía compañía, una tal Mariana, una bella decepción de la vida real. Me enseñaba su ombligo y algo más abajo para demostrarme que estaba muy delgada. Me abrazaba como si fuéramos viejos amigos. No estaba para nada preocupado por la antigua novia que me esperaba en el público. Ya a punto de iniciar el acto, me acomodé entre Mariana y la rubia. Me sentía bien a pesar de lo poco preparado que había llegado. Desperté.
Cuando volví al sueño estábamos comiendo. Todo había salido perfecto y nos sentíamos felices. Parecía que estuviésemos en un gran banquete pero, en realidad, sólo consumíamos gelatina. Temblorosos, coloridos y brillantes trozos de gelatina. Todos los invitados teníamos una pequeña lámpara al lado. Alguna falló y acudí a repararla de inmediato. De un momento a otro tenía frente a mí una hilera de personas con sus lámparas desajustadas. Me habían convertido en un experto en lámparas.
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