Foto de Amalia Husny |
Sindy Hernández
ABELARDO
Abelardo murió anoche, a los 103 años.
Era un tío materno con un retraso mental que le impedía hablar, leer y escribir. Fue como un niño de dos años cognitivamente, aunque caminaba normalmente, corría, se bañaba solo, sabía cocinar y en general era un adulto funcional y una persona feliz.
Hasta hace unos 30 años vivió en la tierra materna: Pacho, Cundinamarca. Cuando la familia que lo acogía migró a Bogotá Abelardo cayó en una depresión profunda por el paso del campo a la ciudad. En un punto, nadie podía hacerse cargo de él por falta de tiempo o de espacio (nuestro caso) y se quedaba todo el día encerrado en una habitación para que no corriera el riesgo de salir y perderse.
Afortunadamente un amigo muy querido nos consiguió un cupo en un geriátrico muy bonito en una zona rural y desde entonces Abelardo vivió allí con otros abuelitos, se convirtió en el favorito de todos porque era como un niño travieso pero amoroso y tierno.
Allí rejuveneció, volvió a reír y correr por el monte. No dudamos de que sus últimos días estuvieron llenos de felicidad.
Recuerdo a Abelardo jugando con todos los primos cuando éramos niños como si él fuera uno más, y que para cada pregunta tenía la misma respuesta: una gran sonrisa sin dientes y los ojos llenos de alegría.
Lo veo soltando su cobija favorita que fue un regalo de mi mamá, para ir a correr por los cafetales y los naranjales de naranjas ombligonas en el monte de un Pacho celestial, con el sancocho divino de la abuelita Cleotilde dándole la bienvenida al otro lado.
Vuela alto tío Abelardo, descansa en paz.
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