Triunfo Arciniegas
CUERNOS
22 de diciembre de 2022
En estos días recibí carta de Santa y la abrí emocionado porque pensé que quería saber si se me antojaba algún regalo en particular para la Navidad, pero no, me ofrecía un puesto de reno en su carruaje.
Si hasta Santa, en el polo, sabe de los numerosos cuernos que me han puesto, cómo será en el trópico. Haciendo memoria, y sin ir más lejos, las tres últimas novias, no simultáneas sino consecutivas, valga la aclaración, han resultado enredadas con otros sin la precaución de mandarme al carajo. Alegan que son amigos, por supuesto, y que el alejamiento se debe al estrés. Que son mujeres de un solo hombre e incluso que están a mis pies. Que son las mismas, dicen, pero ya no mandan las fotos de sus encantos, pasan dos o tres días sin reportarse y de pronto deben resolver conflictos familiares o complejos asuntos en tierra ajena.
Cinismo de político. No se les da nada. Engañan sin compasión, sin remordimiento. De nada vale que uno se haya esmerado con la fidelidad y las atenciones. Los méritos no garantizan la fidelidad. Portarse bien importa un pepino.
Enceguecido por el dolor y la rabia, uno quiere cerrar el capítulo con unos tres tiros en las tetas pero lo piensa mejor. Diez o veinte años de cárcel no son cualquier cosa. O escribir unas verdades frente a su casa, con gordas y chorreantes letras. Uno maldice. Cita boleros, tangos y rancheras. Bebe en una cantina y ante el amigo suelta el chorrero de lágrimas hablando de la desgraciada.
Soy experto en venganzas que nunca llevo a cabo.
Muere el perro de la rabia y uno se siente como una mierda, la verdad sea dicha, pensando que si lo dejan es porque no vale nada. Uno queda de recoger con cuchara. Es decir, se fragmenta. Trata de volver a ser el mismo, pero se notan los remiendos. ¿Qué hace con la cajita de los sueños? O con los tiquetes al paraíso que se volvió humo. Y con esa cama que se quedó sin estrenar y ahora se pudre en un garaje. Uno vuelve del combate con las heridas en carne viva y se pasea por la ciudad como un espectáculo. Lo miran con pesar o con burla, pero no dicen nada. Disimulan. Voltean la cara. Y le murmuran al otro: “A ese lo cachoneó la mujer”. En estas tierras de puñaladas traperas a los cuernos les decimos cachos.
Gracias, Santa, pero no estoy de humor para arrastrar un carruaje. Conseguir otro reno le va a quedar fácil porque estamos en cosecha.
Esta noche quiero encerrarme en el cuarto del fondo de la casa a lamerme las heridas. Como un perro.
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