Ada limón
La luz que ven los vivos
Versión de Jeremy Paden
Nos hemos parado en Subiaco
para poner piedra sobre piedra
en la tumba de otro polígrafo
donde cotorreamos, aturdidos
y mareados del viaje, sobre entierros
o incineraciones. “Yo no quiero
ocupar más espacio,”
les digo a los chicos, padres los dos,
quienes, como árboles, se inclinan
hacia la tierra. Me imagino
sus hijas de viejas dejando
unas alfajores de bodega,
aguardiente, una bellota niquelada, damas
haciendo picnic en la sombra de un pino
tan inmóvil como la cascarilla del cuerpo.
Sustancias químicas y gusanos, sin duda,
mas también un lugar donde hacer luto, un arroyo,
una constelación de la muerte de la que se puede fiar.
Estos hombres saben algo
que yo no. Que alguien les hará luto
más allá de sus huesos, podrán fiarse de ello,
alguien estará allí en la sombra de los pinos
que se parecen a las rigurosas rejas
de una jaula generosa.
(¿Qué pasará si nadie viene al acantilado
desde el que la ceniza de mi piel zarpare?
Ningún familiar en luto, ningún mochilero perdido.)
Pero amigos, es hora de almorzar,
y a ver, ¿acaso no funciona aún mí boca;
mi apetito, mi lengua viperina?
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