Ada Limón
En un poste hace mucho tiempo
Traducción de Daniela Morano
No sé en qué cosa de la lista
pensar primero.
De todas las cosas que están desapareciendo: peces, pájaros, árboles, flores, abejas,
e idiomas. Dicen que si promediamos los índices históricos, un idioma se extinguirá cada cuatro meses.
En el tiempo que tardas en decir te amo, o irte a vivir con alguien, o admitir que llevas un hijo dentro, todas las palabras intrincadas del lenguaje se habrán extinto.
Hay demasiadas cosas que sostener en la palma del cerebro.
Tu papá con Alzheimer usa la palabra algo para describir muchos sustantivos distintos y nosotros adivinamos la palabra. Cuando le acertamos asiente, como si fuese obvio.
Cuando nos equivocamos, su expresión es como un puño.
Caminando por el barrio, hay un ancho poste metálico
donde alguien rayó Brandy Earlywine ama a Jack Pickett y de ahí
unos corazones. El bombardeo de corazones rayados una y otra vez como si
por si acaso olvidamos la palabra amor, al menos reconoceremos el símbolo. Como si
la señorita Earlywine quisiera que supiéramos, incluso después de que ella y el señor Pickett
fallecieran, sus corazones reales detenidos —los que no se se parecen en nada
a esos pequeños símbolos—, los que frenéticamente, intensamente, una noche
bajo la luz de los postes mientras sus papás pensaban que dormían, inscribieron
en el cuerpo de algo permanente como un árbol, un corazón,
así incluso después de que sus cuerpos muertos,
sus bocas incapaces de formar palabras, ese símbolo universal nos dirá
cómo se sintió, una noche azul, hace mucho tiempo, cuando aún había 7 mil
idiomas con que nombrar y honrar plantas y animales cada uno
a su manera, cuando tu papá dijo algo y supimos qué quería decir,
y las abejas eran grandes y redondas y oíamos sus zumbidos.
On a Lampost Long Ago
by Ada Limón
I don’t know what to think of first
in the list
of all the things that are disappearing: Fishes, birds, trees, flowers, bees,
and languages too. They say that if historical rates are averaged, a language will die
every four months.
In the time it takes to say I love you, or move in with someone, or admit to the child
you’re carrying, all the intricate words of a language become extinct.
There’s too many things to hold in the palm of the brain.
Your father uses the word thing to describe many different nouns and we guess
the word he means. When we get it right, he nods as if it’s obvious.
When we get it wrong, his face closes like a fist.
Out walking in the neighborhood, there’s a wide metal lamp post
that has scratched into it, Brandy Earlywine loves Jack Pickett and then there
come the hearts. The barrage of hearts scratched over and over as if,
just in case we have forgotten the word love, we will know its symbol. As if,
Miss Earlywine wanted us to know that, even after she and Mr. Pickett
have passed on, their real hearts stopped—the ones that don’t look anything
like those little symbols—they frantically, furiously, late one night under
the streetlight while their parents thought they were asleep, inscribed
onto the body of the something like a permanent tree, a heart—
so that even after their bodies ceased to be bodies,
their mouths no longer capable of words, that universal shape will tell you
how she felt, one blue evening, long ago, when there were still 7,000
languages that named and honored the plants and animals each in their
own way, when your father said thing and we knew what it meant,
and the bees were big and round and buzzing.
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